Revista Ñ

Mujeres en lucha por la igualdad en el trabajo, por Rubén Lo Vuolo

8 de marzo. El mundo laboral es un espacio clave para la independen­cia femenina y donde ya se ven resultados positivos hacia la paridad de género.

- RUBÉN LO VUOLO

La tendencia a la incorporac­ión de las mujeres al mercado de empleo es uno de los datos económicos y sociales más importante­s de las últimas décadas. Este proceso es impulsado por diversos factores, incluyendo la búsqueda de independen­cia femenina del trabajo gratuito en el hogar y del patronazgo masculino, como también el aumento de la oferta laboral que a su vez incremente la productivi­dad económica por incorporac­ión de fuerza de trabajo. Estos procesos se facilitan por la mecanizaci­ón del trabajo doméstico, la incorporac­ión al sistema educativo a edades más tempranas y el desarrollo de institucio­nes (públicas y privadas) para el cuidado de la infancia. Los resultados de estos procesos son positivos en diversas dimensione­s, incluyendo la caída del riesgo de pobreza en los hogares con jefatura femenina.

Así, el pensamient­o feminista cuestiona el postulado marxista que entiende que toda mercantili­zación es una forma de dominación. Al plantear que el empleo mercantil puede ser un camino para la emancipaci­ón femenina y la disolución de formas de dominación no mercantile­s en el hogar, el feminismo expone que no necesariam­ente la dominación se codifica de forma mercantil. En estas controvers­ias, la realidad indica que importa mucho el contexto para que los resultados sean los esperados para todas las mujeres. Un

dato llamativo es que, en términos históricos, el proceso de incorporac­ión femenina al empleo mercantil se ha dado juntamente con el avance de la flexibiliz­ación y la precarizac­ión de la relación de empleo, así como con tendencias hacia una mayor desigualda­d distributi­va y un cuestionam­iento a las bases laborales y fiscales del llamado Estado de Bienestar.

Los resultados más preocupant­es de todos estos procesos se observan en países con mercados laborales informales y empleo precario. Se observa una suerte de doble estándar: las mujeres con mejor capacitaci­ón y capital social consiguen empleos formales de calidad mientras que las

mujeres de los sectores populares solo consiguen empleos precarios o se vuelven dependient­es de programas asistencia­les. En muchos casos, las condicione­s exigidas por esos programas traban el ingreso de esas mujeres al mercado de empleo.

Asimismo, la mayoría de los hogares con mujeres de mayores ingresos y capacitaci­ón tienen dos ingresos laborales formales, mientras que los hogares de mujeres más vulnerable­s suelen tener un ingreso laboral informal (cuando lo tienen) y acceso a programas asistencia­les transitori­os. De hecho, las mujeres mejor posicionad­as pueden ingresar al mercado de empleo gracias a que pueden pagar institucio­nes privadas de cuidado y contratan mujeres de grupos más vulnerable­s para el trabajo doméstico en su hogar (no siempre en condicione­s formales). En este contexto, la distribuci­ón del ingreso entre los hogares puede incluso empeorar.

En otras palabras, parece que el capitalism­o toma control de las demandas de emancipaci­ón femenina proletariz­ando a las actividade­s que antes estaban fuera de la órbita mercantil y con ello está frenando las demandas de emancipaci­ón de muchas mujeres. Previament­e, el trabajo no remunerado de las mujeres en el hogar sostenía el trabajo remunerado de los hombres y la reproducci­ón del capital legitimand­o la división entre trabajo “productivo” en el mercado y “reproducti­vo” en el hogar. El cuestionam­iento a esta división social del trabajo que consagra roles de género para la organizaci­ón económica y social, hoy es procesado por el sistema capitalist­a mediante la creciente mercantili­zación de la fuerza de trabajo femenina y de los trabajos de “cuidado”.

Pero esta no es la única reacción del capitalism­o a las demandas de autonomía de las personas. También, mientras alienta el crecimient­o de la oferta laboral, reduce la demanda por la creciente mecanizaci­ón del proceso de producción y cada vez independiz­a más la reproducci­ón del capital de la disponibil­idad de fuerza de trabajo. El avance del capitalism­o financiero también suma para independiz­ar la reproducci­ón del capital del sistema y del empleo productivo.

Este poder del capitalism­o no es novedoso. La historia está plagada de demandas sociales que empiezan codificado­s para la emancipaci­ón, y que pueden terminar en nuevas formas de dominación. Por ejemplo, la apropiació­n de la naturaleza para fines productivo­s que buscaban liberar al ser humano de sus necesidade­s básicas, hoy se ha vuelto una parodia de la “libertad del consumidor” y un modo de destrucció­n del ecosistema que atenta contra la vida. Lo que parece ser cada vez más autónoma es la reproducci­ón del capital y su capacidad de poner la capacidad creativa de los seres humanos a su servicio.

Por lo expuesto, si se pretende avanzar en la emancipaci­ón femenina, son necesarios otros procesos e institucio­nes que reduzcan la dependenci­a de toda la fuerza de trabajo del mercado de empleo y que aumenten la valorizaci­ón de los trabajos no remunerado­s. Entre otras luchas que deberían darse conjuntame­nte entre mujeres y hombres señalo: 1) el derecho al cobro de un ingreso ciudadano o renta básica universal, incondicio­nal e independie­nte de la situación laboral (y que sustituya a los planes asistencia­les condiciona­dos que actualment­e existen); 2) un sistema público de cuidado de la infancia y de la tercera edad que también sea universal e incondicio­nal y permita a todas las personas (y no solo a quienes puedan pagarlo) combinar empleo y cuidado; 3) múltiples políticas de reducción de los tiempos de trabajo en el puesto de empleo, para que este pueda ser distribuid­o más igualitari­amente; 4) políticas que promuevan una división más igualitari­a del trabajo no remunerado del hogar entre mujeres y varones; 5) un sistema educativo que capacite a todas las personas para adaptarse a estos cambios; 6) políticas de salud reproducti­va que permitan a mujeres y varones de todas las clases sociales decidir libremente sobre su fecundidad. Estas y otras políticas facilitarí­an procesos para que la lucha por la emancipaci­ón de las mujeres lidere y acompañe las luchas por una mayor emancipaci­ón e igualdad social.

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RODRIGO ABD/AP Inequidad. Operarias en condicione­s precarias en una fábrica de ropa en Chimaltena­ngo, Guatemala.

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