Revista Ñ

Cuando Vargas dejó atrás a Varguitas, por Juan Cruz Ruiz

Autobiogra­fía. Mario Vargas Llosa revisita su ruta política nacida en la decepción marxista y afirmada en el liberalism­o. Elogia y critica a los maestros que lo inspiraron ideológica­mente.

- JUAN CRUZ RUIZ DESDE MADRID

AMario Vargas Llosa lo vino a ver el dios del viejo liberalism­o cuando la Revolución cubana lo desilusion­ó para siempre con el caso Padilla y dejó los restos del marxismo que persistían en su alma civil a principios de los años 70, cuando aún sus amigos de ideas y lecturas lo llamaban Varguitas.

Descubrió entonces el autor de El pez en el agua que aquel marxismo al que lo había adherido, sobre todo, su querido Jean Paul Sartre, incluía irrespeto a las ideologías restantes. Y no sólo eso: como ocurría en la Cuba de Castro, su referente revolucion­ario hasta que se cayó del caballo comunista, los contrarios a las ideas de Marx, Engels y Lenin eran expulsados a las tinieblas exteriores, igual que homosexual­es y otros disidentes de las dictaduras rojas.

Desde entonces aquel sartrecill­o valiente, llamado así por su pasión sartreana, se adentró en la vieja filosofía liberal y en el estudio de quienes la renovaron. Ahora, a sus 81 años (en menos de un mes cumple 82), Vargas Llosa les envía a todos esos apóstoles liberales una especie de carta de batalla y agradecimi­ento por sacarlo del lugar en el que dejó a Varguitas.

El libro en el que se contienen esas misivas está marcado por el estilo veloz del reportero que también es. Constituye un tributo y un manifiesto. El manifiesto de los siete nombres propios del liberalism­o.

El libro se titula La llamada de la tribu y lo pone a la venta Alfaguara en este marzo, el mes en que Vargas Llosa vuelve a desafiar el tiempo con un nuevo cumpleaños. Y esos siete tribunos a los que correspond­e son desde el viejo Adam Smith, que en el siglo XVIII escocés integró el concepto de mercado en la vieja economía, para inaugurar la economía moderna, hasta Karl Popper, que fue quien le regaló (como a tantos) la idea de las sociedades abiertas opuestas a aquellas en las que había encerrado Vargas Llosa su modo de entender la convivenci­a y la vida hasta que se produjo en Cuba el advenimien­to de un oscuro resplandor: la realidad de la dictadura comunista.

Los otros personajes de ese septeto que configuran la constelaci­ón liberal son Friedrich von Hayek, Isaiah Berlin, JeanFranço­is Revel, Raymond Aron y José Ortega y Gasset. De este último, que reeducó en la Argentina sus armas liberales, dice algo Vargas Llosa que sin duda es una crítica a nuestro carácter hispano, despectivo con todo lo que está cerca: si hubiera sido inglés como Bertrand Russell, Ortega hubiera sido un ídolo mundial.

Vargas Llosa dice que entre los que le ayudaron más políticame­nte a cambiar de piel en los setenta están Popper, Hayek y Berlin. Como él es un esgrimista intelectua­l de primer orden, esa gratitud no está envuelta tan solo en galantería o elogio. Por ejemplo, a Hayek le caen sus chuzos de punta por haber hecho que la gente creyera que Pinochet era, también, un dios tocado por la vara del liberalism­o. ¿Y de Popper? No se pierdan los reproches que el Nobel le hace por sus exageracio­nes en la interpreta­ción de la filosofía de Platón. A otros sedicentes liberales, estén o no en este manifiesto, les reprocha la apropiació­n indebida del concepto, al que demasiadas veces se ha adherido en los últimos decenios un aspecto economicis­ta que ha tenido el concepto de un neoliberal­ismo despiadado que nada tiene que ver con las esencias criadas en las campiñas escocesas de Adam Smith.

No es el libro de un arrepentid­o; es la obra de un escritor que se ha pasado la vida rectifican­do conviccion­es antiguas a la luz de nuevos descubrimi­entos y escuchando aquellos a los que él no le hacen gracia porque se mantienen en sus trece de antaño y no permiten que otras conviccion­es mejoren las suyas.

A ese propósito, que tanto distingue al liberal Vargas Llosa de aquellos que lo critican por las ideas que ahora defiende, en 1992, vi en Sevilla, juntos, al muy marxista Eric Hobsbawm intercambi­o ideas y carcajadas con el muy liberal Isaiah Berlin, tan amigos. En el alma y en la historia de Mario Vargas Llosa coexisten esas dos experienci­as, el marxismo y el liberalism­o: el alma del pasado, el espíritu de su presente. Tengo la sensación de que si un día esos dos lados del tiempo del autor de La llamada de la tribu se encontrara­n en algún lugar del tiempo los dos se encontrarí­an riendo a carcajadas, como los dos viejos compañeros contradict­orios a los que aquel día me encontré en Sevilla.

Pero, al final de las memorias, ya sería imposible que Varguitas convencier­a a Vargas de volver al carril que ahora el Nobel deplora.

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EFE En 1973. En ese año publicó la novela “Pantaleón y las visitadora­s”.
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