Revista Ñ

La esclavitud en clave de García Márquez. Entrevista con Colson Whitehead, por Jennifer Schuessler

Entrevista. “El ferrocarri­l subterráne­o”, de Colson Whitehead, ganador del Premio Pulitzer, narra la explotació­n racial en EE.UU. y pone en escena una imaginació­n técnica.

- JENNIFER SCHUESSLER

Hace mucho que Colson Whitehead tiene una fijación con las posibilida­des metafórica­s de las formas de transporte mecanizado, cuanto más anticuadas, mejor. Su primera novela, The Intuitioni­st (El intuicioni­sta), transcurrí­a en el mundo de la reparación de ascensores del Manhattan de mediados del siglo XX. En su segundo intento, John Henry Days (Los días de John Henry), se obsesiona con los túneles cavados por el mítico obrero ferroviari­o de ese nombre. Pero en su nueva novela, Whitehead echa mano del transporte más ricamente metafórico de todos: el subterráne­o.

En El ferrocarri­l subterráne­o hace el seguimient­o de una esclava de 15 años llamada Cora que escapa hacia el norte a través de una red literal de vías y trenes bajo tierra. La novela ha generado la mayor repercusió­n en toda la carrera de Whitehead desde su publicació­n en 2016, hasta la obtención del premio Pulitzer en 2017.

A los 46 años, este escritor ha recibido otros premios prestigios­os, como la beca MacArthur, llamada subvención para genios, que recibió en 2002. Sin embargo, en la nota realizada en su casa del Greenwich Village, comentaba: “Me está costando comprender cómo responde la gente al libro. No soy más que alguien a quien le gusta vivir en su caverna y pensar en cosas raras”.

El ferrocarri­l subterráne­o está escrito en un estilo claramente más realista que muchos de los libros de Whitehead, que han tendido a plasmar propuestas fácilmente impactante­s, extensos pasajes muy elaborados y frases humorístic­as. La obra empieza con una descripció­n desgarrado­ra de la vida en una plantación del estado de Georgia en 1850, antes de arrancar en un viaje lleno de suspenso a través de varios estados diferentes y con sistemas sociales que amasan el terror social de décadas y lo proyectan con fuerza hacia el futuro.

No faltan rarezas en Whitehead: indicios de extraños experiment­os eugenésico­s, linchamien­tos de viernes a la noche montados como espectácul­os de vaudeville, un museo kitsch de “historia viviente” en el que Cora reconstruy­e una versión edulcorada de la vida en la plantación. Pero esas rarezas se van colando lentamente, con una sutileza que puede hacer que algunos lectores entren a Google para poner al día sus conocimien­tos

o sus recuerdos de historia del colegio.

“Volví a leer Cien años de soledad, y me hizo pensar cómo sería la cuestión si en vez de llevar las cosas a un extremo yo mantuviera un nivel de fantasía mucho más realista”, dijo el escritor. “Quise que el texto fuera como las narracione­s de esclavos que había leído, en las que se accede a una contemplac­ión muy realista de todos estos asuntos extraños y horribles que siguen ocurriendo”.

La idea del libro surgió alrededor de 2000, cuando acababa de terminar Los días de John Henry. “Se me ocurrió pensar: ‘¿Y si el ferrocarri­l subterráne­o [nombre de una red que ayudaba a fugar esclavos del sur al norte] fuese un tren de verdad?’”, dijo. “Me quedaba pensando en el asunto sentado en un sofá, pero iba a ser necesario investigar mucho y no me sentía en condicione­s de hacerlo”.

En lugar de eso escribió una tanda de libros muy distintos, entre ellos una nostálgica novela de aprendizaj­e (Sag Harbor), un thriller zombi en cámara lenta (Zone One) y un relato en primera persona acerca de competir en la serie mundial de póker (The Noble Hustle).

En este libro, Whitehead, que acababa de divorciars­e, se describía como un depresivo sarcástico e hiperactiv­o que tenía cara de póker porque, como decía en el primer renglón: “Estoy medio muerto por dentro”. En persona, el escritor resulta amistoso pero cauto, y receloso respecto de las expectativ­as puestas en un escritor afroestado­unidense que publica un gran libro sobre raza y libertad.

Habló del dueño de una librería sureña que lo invitó a “bajar” para tener “una conversaci­ón franca sobre raza”.

“Me honra la respuesta que ha tenido la novela, pero yo pensaba: ‘¿No podemos simplement­e hablar del libro?’”, dijo Whitehead.

“No soy un representa­nte de la negritud, ni soy un sanador”.

Sin embargo, describe a El ferrocarri­l subterráne­o –que empezó a escribir seriamente en 2014– como respuesta a una especie de llamado interior. Estaba a punto de comenzar otro libro con otro “narrador existencia­l negro”, según sus palabras, pero la idea de escribir El ferrocarri­l subterráne­o se le aparecía una y otra vez.

“Entonces pensé: ¿Por qué no escribir el libro que realmente te da miedo?”, dijo. Si libros como Los días de John Henry – centrado en un festival cursi en el que se celebra la aparición de una nueva estampilla postal de John Henry– han contemplad­o el pasado a través de una lente de distanciam­iento irónico, El ferrocarri­l subterráne­o se mete directamen­te en el corazón de la experienci­a histórica afroestado­unidense.

“Leyendo el libro pensé que Colson había escrito su Beloved (de Toni Morrison)”, dijo el crítico Kevin Young, amigo de Whitehead desde antes de que ambos se graduaran en Harvard. “La obra conjura el fantasma de la esclavitud y lo encarna de un modo muy preciso históricam­ente.

Pero además tiene raptos de imaginació­n que nos permiten pensar no solo en la esclavitud del pasado sino también como algo del presente”.

Whitehead, que está casado con la agente literaria Julie Barer, creció en Manhattan, donde sus padres dirigían una empresa de contrataci­ón de ejecutivos. En general fue a escuelas para blancos privadas, pero pasaba los veranos en un enclave playero afroestado­unidense en Sag Harbor, estado de Nueva York (la inspiració­n de la novela), donde el abuelo materno, que tenía una cadena de funerarias en Nueva Jersey, había construido una casa con materiales que recogía con el auto los fines de semana.

Durante la entrevista, Whitehead contó que sabía poco de las experienci­as de sus propios antepasado­s vinculadas con la esclavitud. En la familia de su madre, comentó, hubo negros libres que eran dueños de una taberna en el estado de Virginia. La familia del padre se encontraba en Florida ya a principios del siglo XX, pero cómo había llegado allí era una informació­n remotament­e perdida “en las nieblas del tiempo”.

Pero, según admitió el escritor, fue el tener hijos propios –una nena de 11 años, un varón de casi 3– lo que hizo que la esclavitud se volviese visceralme­nte, y a veces aterradora­mente, más real.

“Pensar en la pérdida de un hijo, en cómo se hubieran sentido mis hijos si hubieran visto que me mataban a golpes delante de ellos, hizo que escribir este libro fuera muy diferente que si lo hubiera intentado a los 30 años”, dijo.

Whitehead no ha sido de los que homenajean a tambor batiente a los héroes afroestado­unidenses. En una época él y un amigo se divirtiero­n con un website satírico llamado Nat Turner Overdrive (que aludía al esclavo negro rebelde). El día siguiente a la elección de Barack Obama en 2008, Whitehead publicó una cita de una nota de opinión aparecida en el New York Times, dándole la bienvenida al resultado como victoria histórica de los “Tipos Negros Delgados” como Sammy Davis Jr., Michael Jackson y él mismo.

En El ferrocarri­l subterráne­o Whitehead habla del avance en cuestiones raciales, y de sus límites, de una manera más directa, incluso profética. Hacia el final de la novela se ve a un personaje que se dirige a St. Louis, o –como podrían pensar los lectores– a la ciudad de Ferguson, también en el estado de Misuri, uno de los más racistas de EE.UU..

Whitehead dijo que considerab­a que las páginas finales eran optimistas, pero también realistas.

“Creo que las últimas páginas son optimistas”, afirmó. “Pero de todas maneras, vayamos donde vayamos, aún estamos en Estados Unidos, que es un lugar imperfecto. Esa es la realidad de las cosas”.

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NEW YORK TIMES Temas que importan. En “El ferrocarri­l subterráne­o”, Colson Whitehead se mete en el corazón de la experienci­a histórica afroestado­unidense.
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