Preguntas que dejó el arte de los 90, por Andrea Giunta
Justo en la apertura de ARCOmadrid, la semana pasada, críticos y curadores debatieron en el Museo Reina Sofía sobre cómo abordar esa década banalizada.
Cuáles son los proyectos que los museos deberían abordar para romper los moldes, los temas, las agendas más instituidas y participar en la arena de debates en la que se generan conocimientos nuevos? La pregunta se plantea en función del mapeamiento y el agotamiento de temas intensamente transitados por las instituciones museográficas durante los últimos 20 años: los épicos años 60, la abstracción, la modernidad, la contemporaneidad. En este paisaje, los años 90 han recibido hasta el momento una atención parcial. Ya sea porque las instituciones de cada país los abordaron de forma fragmentaria, o bien porque lo hicieron, principalmente, mediante exposiciones antológicas dedicadas a un único artista.
En esa década los museos euronorteamericanos vieron estallar el mercado y entraron en un periodo de hiper institucionalización. Por su parte, América latina vivió las consecuencias de dicho proceso: una institucionalidad todavía frágil ante la cual tomaron preponderancia los procesos de autogestión. En Argentina se destacó la iniciativa del Rojas, tensada entre la institución de la Universidad de Buenos Aires, y la agenda particular de un curador, Jorge Gumier Maier; en México surgieron grupos como La panadería y en Costa Rica proyectos independientes como Teorética, liderado por Virginia Pérez Rattón.
Pero ¿qué es lo que espera aún ser abordado, que no resulte demasiado reciente como para entrar de lleno en la contemporaneidad, y que al mismo tiempo se ubique en un pasado que permita asumirlo desde una perspectiva histórica? Qué sucedió en el mundo del arte durante los 90, qué debates se activaron, cuáles fueron los puntos de contacto o las divergencias del gran paisaje del arte en el momento en el que se entraba de lleno en la era global. Tal fue el desafío con el que Julieta González, Curadora en Jefe del Museo Júmex de la ciudad de México y Ferran Barenblit, Director del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, convocaron a un amplio panel integrado por representantes de museos, instituciones y fundaciones de distintas partes del mundo (participaron del seminario Bart de Baere, Tanya Barson, Sergio Bessa, José Luis Blondet, Manuel Cirauqui, Penelope Curtis, Marko Daniel, Catherine David João Fernandes, Pablo León de la Barra Miguel A. López, Cuauhtémoc Medina José Luis Paredes Pacho, Adriano Pedrosa , Agustín Pérez Rubio, Mari Carmen Ramírez, José Roca, Diana Wechsler y yo misma) para el encuentro “Pensar los 90” realizado el 20 de febrero.
Aunque cercana, y por ende atravesada por debates en los que muchos podemos aún sentirnos involucrados, los 90 son ya historia. Los hechos que marcaron a estos años pasan por lo político y lo económico (desde el consenso de Washington hasta la caída del muro de Berlín o la masacre de Tiananmén) y también repercutieron en América latina (el comienzo de un periodo especial en Cuba, la híper inflación en la Argentina o el levantamiento zapatista en México).
Pero participábamos de un foro sobre cultura, centrado en las artes visuales, así que el desafío planteaba reconsiderar las transformaciones del arte de esos años. Los 90 fueron muchos noventas, no una década en singular. Fueron años de agenciamiento y también de irresponsabilidad. Del valor de perder el tiempo y no solo de administrarlo. La discusión del seminario volvió evidente que las escenas se distinguían y que cobraban fuerza las especificidades. El sida se introduce como problema social y cobra vidas, especialmente en el mundo del arte; la palabra género emerge como término clave, y desde ella se aborda la estética gay; el arte se aparta de lo políticamente correcto.
Es también el tiempo en el que los derechos humanos se situaron en el centro de la escena del arte. Una década centrada en la memoria (que abarca tanto a América latina con las posdictaduras como a Europa, en su revisión del holocausto y la Segunda Guerra). Fue la década en la que comenzamos a usar Internet, el momento en el que la cultura analógica comenzó a convivir con la digital y estalló la producción de imágenes y la posproducción. El video, la fotografía, la performance se exacerbaron.
Escenas en espejo pero distintas, paradójicamente el mundo se volvió más cerrado. Los mercados escalaron y plantearon nuevos desafíos a la producción y circulación de exhibiciones. Junto al impulso poscolonial que en América latina se llamó zapatismo surge, de la mano de la bienal de La Habana –creada en 1984 y enfocada en el arte latinoamericano, africano y asiático–, la idea del Sur global. Una nueva estrategia curatorial que en la década de la bienalización (cuando este tipo de exposiciones comenzó a multiplicarse, superando hoy las 200 en el mundo) trazó geografías no tradicionales en el arte.
El debate de esta sesión nos mostró que más que una pregunta unificada, ¿cómo fueron los 90? , o que una estrategia museográfica para abordarla, lo desafiante radicaría en introducirse en esos años a partir de una mirada comparativa que permita analizar el legado de la década. El recorrido por escenas simultáneas y distintas se delineó como uno de los desafíos posibles para colocar al museo no en el lugar reactivo de recaudar fondos para adquisiciones inaccesibles, sino de trazar rutas en el conocimiento que nos lleven a preguntarnos: ¿cómo llegamos al tiempo presente?
La curadora Andrea Giunta asistió como Relatora por América latina al coloquio “Pensar los 90”.