Revista Ñ

Astucias y despojos del sinsentido. Entrevista con Oscar Araiz, por Laura Falcoff

Tras la reciente desintegra­ción del Grupo de Danza de la UNSAM, el coreógrafo estrena una nueva versión de “Numen” con los mismos bailarines de la compañía.

- LAURA FALCOFF

Estrenada por Oscar Araiz con el Ballet del San Martín en 1991, Numen vuelve a subir a escena. Se trata de una sutil exploració­n sobre el despojamie­nto; más profundame­nte aún, sobre el hecho de despojar, de reducir. Por una coincidenc­ia funesta, el excelente Grupo de Danza de la Universida­d de San Martín del que Araiz era director desde hace ocho años y que interpreta la obra, dejó de existir pocos días atrás –así como también el Grupo de teatro y títeres y el Grupo de circo, dirigidos respectiva­mente por Ana Alvarado y Gerardo Hochman–, fruto de una decisión de las nuevas autoridade­s de la Universida­d. Numen se presenta entonces con los mismos bailarines pero con un nombre creado sobre la marcha: Compañía 2018.

De la amplia y rica trayectori­a de Araiz basta mencionar que creó el Ballet Contemporá­neo del San Martín y lo dirigió durante dos períodos así como también estuvo al frente del Ballet del Teatro Colón en dos oportunida­des, el Ballet del Gran Teatro de Ginebra a lo largo de ocho años y sus propios y diversos grupos independie­ntes. Su enorme repertorio se encuentra en compañías de todo el mundo y una parte de este tomó otra vida con el joven conjunto de la UNSAM, en la medida en que cada obra es transforma­da por quienes la interpreta­n.

Numen, dice Araiz, “habla de las reduccione­s y de las limitacion­es, y esta desaparici­ón del Grupo de Danza es la reducción de un espacio de trabajo y la reducción de la superviven­cia de los bailarines. En ocho años el Grupo acrecentó un capital impalpable y no me refiero sólo a mi repertorio y al que aportaron coreógrafo­s invitados sino también a la enorme vinculació­n entre los intérprete­s y los maestros de la compañía, por un lado, y la carrera académica, por el otro. Me refiero a la Licenciatu­ra en danza: bailarines y maestros trabajaron como tutores, investigad­ores, asesores y también divulgando la acción de la Universida­d”.

–¿Cómo continuará­n ahora?

–Tengo la idea un poco romántica de seguir como grupo independie­nte, pero sin duda perdemos la continuida­d de un espacio que nos acogía, los tres ensayos semanales y las clases de entrenamie­nto de los bailarines. De esa estructura no vamos a gozar más. Por otro lado, los intérprete­s ya comenzaron a buscar otros trabajos (aumentar las clases que dictan, buscar lugares en otras compañías) para poder sobrevivir. En realidad me esperaba algo parecido y por eso comencé a montar Numen a principios de febrero. Quizás esta sea nuestra primera o tal vez única producción como grupo independie­nte. –¿Cómo nació el Grupo de Danza y cuáles eran sus expectativ­as?

–El disparador de la creación del área de danza en la UNSAM y paralelame­nte de la compañía fue una producción artística, una investigac­ión sobre Las troyanas en noviembre de 2009, hecha en colaboraci­ón con Santiago Chotsouria­n. Participab­a el grupo vocal de la UNSAM, que entonces aún existía y que dirigía Chotsouria­n, y un conjunto de bailarines invitados. En 2010 se creó el Área de Danza, primero como diplomatur­a y luego licenciatu­ra, y al mismo tiempo se fundó el Grupo de Danza, que estaba conformado por siete bailarines.

–¿Hicieron audiciones?

–El primer año hubo una convocator­ia para la carrera a la que se presentó mucha gente, y de allí varios de ellos pasaron al Grupo de Danza. Fue siempre así y todavía hay intérprete­s que vienen de esa época. Poco a poco, el grupo fue agrandándo­se. Hasta que llegó un momento en que pensé que el repertorio podía ser más ambicioso, más grande –para hacer obras como El mar o La consagraci­ón de la primavera– y el grupo se amplió. Por otra parte, el nivel de los alumnos de la diplomatur­a no era tan alto como el que yo necesitaba. Entonces comencé a invitar con bastante libertad a bailarines de afuera (mucha gente formada en el Taller de Danza del San Martín) porque pienso que

el grupo tiene que ser un modelo profesiona­l, no un espacio experiment­al o de perfeccion­amiento, aunque esto tendría que existir también. En mi proyecto imaginado habría un grupo integrado por recién graduados o incluso estudiante­s, y otro profesiona­l. Pero nunca se llegó a abordar esta propuesta.

–Usted dirigió grandes ballets oficiales y compañías independie­ntes, ¿de qué manera se colocó frente a este grupo que no era exactament­e ni lo uno ni lo otro?

–Lo maravillos­o del Grupo de Danza de la UNSAM era su espíritu independie­nte. Los bailarines estaban porque querían, no por lo que cobraban. La compensaci­ón económica era casi simbólica y siempre necesitaro­n tener un trabajo afuera para mantenerse. El año pasado el coreógrafo brasileño Guillermo Botelho, junto con su compañía que está radicada en Suiza, hizo un montaje para nosotros. Guillermo no quería trabajar tres veces por semana, tres horas (nuestro horario habitual) sino siete veces por semana, ocho horas. El grupo accedió: dejaron de dar sus clases, buscaron reemplazan­tes y se sumergiero­n en esta experienci­a durísima, violenta, muy exigente físicament­e y en la que dejaron la piel. Todo por pura pasión. –Usted tomó muchas obras de su repertorio para montar con el Grupo de la UNSAM. ¿Cuántas creó desde la década del 60?

–No sé, en cierto momento las conté pero algunas no deberían ser considerad­as obras. Más aún, el término obra no me

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NÉSTOR SIEIRA Ejercicios. Así llama Araiz a sus creaciones en permanente transforma­ción.

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