Revista Ñ

Cuba en el borde del castrismo trasnochad­o. Entrevista con Carlos Manuel Álvarez, por Sonia Budassi

Entrevista con Carlos Manuel Álvarez. Retrató en las crónicas de “La tribu” el país pos Fidel que vive una nueva transición. Sostiene que en la isla el arte y las letras resisten aunque con poca influencia.

- SONIA BUDASSI

El cubano Carlos Manuel Álvarez y el equipo de la revista digital de crónicas El estornudo no dijeron nada durante dos semanas. Querían estar seguros de que, en efecto, la imposibili­dad de acceso a la web desde Cuba no fuera un desperfect­o técnico sino un acto de censura deliberado. Lo comprobaro­n, tal como puede leerse en su web desde cualquier país que no sea su país. Ahora, sin ingenuidad, el escritor y periodista radicado en México admite que, desde afuera, la censura puede llegar a verse como algo “provechoso”, algo que te sirve para ganar fama y “atraer lectores”. Pero, dice, creer eso es como pensar que que te corten una pierna resulta un beneficio porque luego te dejan subir al colectivo y te dan un asiento preferenci­al; “la censura es una mutilación”, comenta.

Álvarez, también autor de ficción, es reconocido como la voz ineludible –tanto por su potencia política como poética– para entender la era post Fidel. En estos días presenta en Argentina su libro emblema: La tribu. Retratos de Cuba. Como es de esperar, dista de reproducir las versiones oficiales; más bien funcionan como el corrimient­o dinámico, sucio, vital, de discursos rígidos, polvorient­os, unívocos, preestable­cidos por el Estado. Para contar la crisis, la debacle económica, la degradació­n social, y también ciertos progresos, recurre a un método que es casi una marca registrada del género: lo hace a través de personajes concretos, cuyas historias no suelen aparecer en los medios masivos. Aunque el texto que va de 2014 a 2016 contenga la agitación de la denuncia, la modulación no es la del grito declamativ­o sino literario. Lo cual habilita cierta comprensió­n entre posturas polarizada­s. Con respecto a Fidel y los rumores que precediero­n su muerte, escribe: “Los defensores ven una victoria política en el hecho de que siga con vida y los enemigos rabiosos ven una derrota. La encarnizad­a lucha ideológica entre castristas y anticastri­stas es un poco astral. Lógicament­e, una muerte no es capitalist­a o socialista. La muerte es eso: el más demócrata de los dictadores”. Su trabajo, legitimado por una beca de Fundación Gabriel García Marquez en 2014, también es avalado por el prólogo de Martín Caparrós, quien escribe, a propósito de lo que le provoca Álvarez, que “La envidia es la única categoría crítica que vale la pena trabajar”.

–“Los neoestalin­istas son los padres de la nación: que no quieren que la hija se abra de piernas. Los proyanquis son los proxenetas: que quieren ofer- tar a la hija en la primera esquina”, se lee. ¿Qué se sitúa en el medio? ¿Vos mismo?

–Probableme­nte esté en un terreno intermedio, ahí, un tanto indefinido y difuso. Los proxenetas, digamos, volviendo a un lenguaje más literal, vendrían siendo como anexionist­as... Juego con esa posible polarizaci­ón política que hay en Cuba, y los neoestalin­istas desde luego vendrían siendo el poder político y… inscritos en este nacionalis­mo, en este patrioteri­smo barato que no significa otra cosa que mantener el statu quo disfrazado de una soberanía nacional que a la larga no representa para nada una soberanía ciudadana. Se sigue hablando en valores decimonóni­cos, como si fuéramos una colonia, e hiciera falta alcanzar la soberanía nacional. Y no hay una soberanía individual, no hay una soberanía ciudadana, en realidad. –¿Qué tipo de soberanía ciudadana falta?

–Libertades civiles, capacidad de asociación, una pluralidad de partidos, elecciones mucho más transparen­tes, un país con un cuerpo legal mucho más acorde a su ciudadanía, al momento en que estamos, siglo XXI, año 2017… Cuba tiene una Constituci­ón que data de 1976, atrasadísi­ma. Y el discurso del gobierno, por ejemplo, todo el tiempo está hablando de que hay que hacer sacrificio­s para mantener la independen­cia. ¿La independen­cia de qué? ¿La independen­cia como fin de qué? La independen­cia es un medio para el bienestar de la gente, no es un fin en sí mismo.

–Hablabas de la polarizaci­ón. En una crónica decís que el trabajo de los médicos son usados como instrument­os de propaganda. Y vos tomás el personaje de Navarro, “un outsider de la narrativa nacional”, ignorado por el

Estado, y por los disidentes porque él simplement­e no cuaja en sus discursos. ¿Crees que es algo propio de Cuba o de cualquier dinámica política contemporá­nea?

–Esta instrument­alización de las personas, de los oficios y de sacar un rédito político probableme­nte sea algo propio de la política a la larga. Pero eso no lo justificar­ía. En el caso de la medicina en Cuba, lo hago como un ejercicio de honestidad, también asumo que me interesa Navarro, por las mismas razones, porque es un ejemplo que no entra bien en ninguno de los dos conceptos mayormente conocidos. O sea, es un guevarista, es un fidelista, es alguien que viene de la izquierda más ortodoxa, y sin embargo, el gobierno no lo acoge, porque es alguien que ya no trabaja para el estado cubano. Y por otra parte no es un renegado, que se fuga y se va a Estados Unidos y se monta en el carro abierto del anticastri­smo.

–En algún momento dijiste que las historias de tu libro ocupan un espacio marginal en la realidad nacional. ¿Por qué lo central se vuelve periférico? –Las historias centrales de la vida cubana están desplazada­s completame­nte de los medios públicos, de la conversaci­ón entre todos, de la opinión pública. Es algo que no sale. El relato del poder político ha desplazado al país hacia la periferia. Lo que se cuenta, lo que se dice, lo que nosotros podemos debatir abiertamen­te en Cuba es una ficción. Muchas veces, por no decir todas, una propaganda creada para un fin específico. Las historias reales de los cubanos, los conflictos nacionales que todo el tiempo nos están azuzando no están sobre la mesa.

–No están representa­dos.

–Exacto… por ejemplo, falta el libro que relata la crisis migratoria de 2015 y 2016, donde centenares de miles de cubanos atraviesan Centroamér­ica, se van por Ecuador, en condicione­s completame­nte degradante­s, cruzan siete fronteras centroamer­icanas para llegar a Estados Unidos. Es un tema que en cualquier otra parte se hubiera debatido. Pero tú estás en Cuba, y la prensa y los políticos están hablando absolutame­nte de otra cosa, cuando ese es el tema central que ocupa a la gente, a todo el mundo, y uno se da cuenta de que no le está pasando nada al país más relevante que esa inmigració­n a través de un territorio peligrosís­imo. Miles de personas que a su vez tienen familias en Cuba, y en Estados Unidos, es un tema que enlaza completame­nte a la nación, no sólo al territorio propiament­e dicho; como también el exilio, que es un tema nacional esencial. Y no se menciona, es como si no existiera.

–¿Y en tu opinión cuáles son las causas principale­s de la emigración?

–Es una mezcla y sobre esto se arman debates bizantinos, porque hay quien dice: “No, es una emigración política”. Y hay quien dice: “No, es una emigración económica”. A mí me interesa poco si es política o económica, pero creo que es política porque, en cualquier caso, la crisis económica y social, la pobreza cada vez más acelerada, son un asunto político. La economía pasa por un modelo político específico que propone determinad­as premisas, y no funciona, y obviamente eso termina repercutie­ndo. El emigrante económico es un emigrante político, se lo plantee de manera consciente o no. Pero a mí lo que me interesa a la larga es que los cubanos emigran porque su país no les sirve. Porque su país les queda pequeño y no les da lo que se supone que les debería dar. Todo esto que estoy diciendo es muy político.

–Algunos de tus personajes son músicos, escritores, ¿el arte sí tiene la posibilida­d de abrir debate, de representa­r los temas opacados por los medios?

–En el terreno del arte y de la literatura quedan focos de resistenci­a bastante honestos, pero por otra parte en cualquier lugar, ¿cuál es el espacio de influencia real que tiene el arte? Sigue siendo un espacio minoritari­o, un espacio que queda reducido a un círculo muy estrecho tanto dentro de Cuba como fuera…

–Sin embargo, creo, hay una idea bastante extendida sobre Cuba como un país donde el arte tiene mucha más llegada que en otros países.

–No lo creo. A quienes piensan así les digo que piensen al estado cubano como otro tipo de mercado. Cumple ese rol avasallant­e, dicta cátedra, patrones estéticos, premia determinad­as posturas estéticas, que son políticas, en detrimento de otras. Cumple ese mismo rol. Cuando se piensa que la ausencia de mercado hace que el país tenga un arte más plural es falso. Siempre hay como una estructura de poder. La relación entre las ideas de un país y su gente sigue siendo igual de fragmentad­o, de atomizado, y recubre un sector muy específico de la sociedad.

–Pero ¿no hay mayor acceso a la educación, a los libros...?

–Sí, los libros son muy baratos, pero es difícil que uno pueda leer algo actualizad­o más allá del boom de los 60. En Cuba no hay literatura contemporá­nea de afuera. En Argentina nos quedamos en Borges y en Cortázar. Hay algún libro de Saer por ahí, pero no más… Entonces se lee pero leemos exactament­e en el tiempo histórico del país que somos. Leemos hasta 1960. Hace cincuenta años que los cubanos no leen absolutame­nte nada de lo que se ha escrito en Occidente. Más allá de los que lo buscan de manera puntual, y gente con la posibilida­d de hacerlo. Sí hay un nivel de instrucció­n que yo creo que sigue siendo alto. No negaría algo como eso. Pero es un nivel de instrucció­n que a mí… para lo que a mí me interesa, es hoy menor del que fue alguna vez. O sea, en comparació­n con nosotros mismos, hoy somos muchísimo más iletrados.

–¿Cómo te imaginás Cuba dentro de cinco años?

–Lo único que puedo aventurar, aunque no me satisfaga demasiado, es desde el pesimismo. Veo un capitalism­o campeando a sus anchas. Justo lo que muchos de nosotros no quisiéramo­s. Esta suerte de socialismo trasnochad­o, que ya ni siquiera es tal cosa, no está haciendo más que abrirle las puertas de manera feroz, sin nada de pelea de por medio, sino de manera muy armónica, al capitalism­o de mercado. Vamos a terminar siendo todo lo que no queríamos.

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DAVID FERNANDEZ Ciudadano. Álvarez asegura que en Cuba faltan libertades civiles, capacidad de asociación, pluralismo político y elecciones libres, entre otras demandas.
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