Poesía que se disuelve en rumores espesos,
Comparado con Antony Hegarty y Nina Simone, el cantante inglés Benjamin Clementine se convirtió en una figura de culto de la escena musical.
En el ensayo La actualidad de lo bello, el filósofo Hans-Georg Gadamer señala que el arte, sobre todo el moderno, es también conocimiento. Si, como sostiene Platón, la belleza acerca a lo real, es probable que no encontremos nada más real y tangible en la música actual que la de Benjamin Clementine.
En la tapa de At Least For Now, su primer disco, se puede ver al músico frente a una puerta. Roja y casi abstracta, funciona como alegoría de una real: si la traspasamos (si escuchamos el disco), habita allí una ópera prima asombrosa, con canciones que atraviesan el clasicismo y el presente. Son de una perfección y una belleza tales que se transforman en parte de nuestra educación sentimental. Sin embargo, es una producción de 2015 y su universo de magnificencia musical viene acompañado de arreglos de piano solo (interpretado por Clementine) o de cuerda que hacen pensar en Bola de Nieve o en Jacques Brel. La plasticidad de esta gema maestra, su swing (léase soltura, gracia) puede abrevar de muchos géneros y estilos, así como recurrir, en su búsqueda, a discursos políticos o la pintura del siglo XX. Y está, además, su voz: Clementine solloza, grita, suspira y canta con su timbre de tenor. Una voz única al alcance de todos. Con todo ese esperanto leve se comunica. Y costaría que su música deje indiferente a alguien en este mundo: su voz es actual, pop y lírica.
“Me considero más poeta que cantante”, dice Clementine por teléfono desde París, su hogar desde hace casi 10 años. Es justamente en la ciudad luz donde comenzó ese periplo que hoy repiten todos los medios del mundo, fascinados con una historia de vida que podría ser literatura. ¿Será cierto que es autodidacta, que huyó de su casa a los 16 años para vagabundear como homeless en el Camden de Londres y luego en París, donde vivió en refugios en los que elegía las literas de abajo para que no hurten sus pocas pertenencias? ¿Será verdad que, como el sueño de Erdosain en Los siete locos de que un “millonario melancólico y taciturno” reparara en él, fue descubierto en el subte parisino por un agente de marketing que editó su primer single, “Cornerstone”, o que yendo como invitado al North Sea Jazz Festival fue obligado a bajarse del tren por no tener pasaje, caminó desde allí 45 kilómetros y, desde ese entonces, se presenta descalzo y desnudo, sólo con un sobretodo como único vestuario? ¿O, por caso, que Paul McCartney le dio su aliento personalmente (“no detengas tu sueño de ser un gran artista”) luego de que ambos compartieran escenario en el programa de TV Later with Jools Holland en 2013? –¿Sucedió todo de ese modo?
–Bueno, nunca mentí. Conté mi historia porque no tenía nada que perder.
Aunque esté en París, la voz de Clemen-
tine es tan inglesa como Sherlock Holmes o Dirk Bogarde. Y suena más dulce y tímida que en los discos, donde es más espesa y dramática. Ahora se encuentra de gira presentando su nuevo álbum, I Tell A Fly. Su estilo suele ser comparado con las voces de Antony Hegarty (líder de Antony and the Johnsons) y Nina Simone: es decir, con un artista transgénero y con una mujer fuerte. Y así como sus canciones vagan anfibias, entre lo clásico y lo popular, también en su semblante (de cabellos explotados al cielo y pómulos finos) hay una belleza unisex.
“Mis influencias son amplias y no juzgo: tomo lo que me gusta. Crecí escuchando a Erik Satie, a Debussy, a Chopin. Pero nunca quise ser un cantante. A pesar de que hay algunos a los que adoro, como
Leonard Cohen, Léo Ferré o Charles Aznavour. Pero aparte de eso, me interesa sobre todo la literatura”, declara.
No menciona que su ídolo Aznavour lo invitó a grabar un dueto en su disco Encores. O que participa en el último disco de Gorillaz como compositor e intérprete. Un artista evidentemente versátil que tomó un famoso discurso de Churchill (“Nunca tantos debieron tanto a tan pocos”) y lo parafraseó para transformarlo en su canción autobiográfica y de vagabundo “Winston Churchill´s boy” (“Nunca en la esfera del afecto humano, se dio tanto por tan poca atención”), que abre su primer disco.
–¿Qué significa ser “un muchacho de Winston Churchill” para alguien que nació tan lejos del aquel período? –Es que, poca gente lo sabe, pero Churchill fue un poeta, y uno maravilloso. Lo cité para describir todo lo que pasé de joven. También en la tapa de mi disco hay una cita, porque intervengo la pintura El hijo del hombre, de René Magritte. En el original hay una manzana que tapa el rostro del hombre del bombín. Yo decidí mostrar la cara, o parte de ella, y dejar en un segundo plano la manzana. Para mí es un ejercicio creativo encontrar nuevos significados en los recursos y las influencias que me marcaron. Y es una manera de contar nuevas historias.
En su nuevo disco, I Tell A Fly, uno de sus puntos más altos es la canción “Aleppoville”, un tema de clima opresivo y a la vez de gran belleza sobre la tragedia en Siria. Su videoclip es una mezcla de relato infantil y filme de terror.
–“Aleppoville” es una canción política pero no en un sentido ortodoxo: no suena como una canción que se logre componer leyendo sólo el diario. –Mis impresiones vienen de George Orwell, Oscar Wilde o James Baldwin, de la literatura. O de las poesías de William Blake. Trato de aprovechar la manera en que ellos retrataron su presente. O sea, no me acerco al mundo como cantante sino que trato de ver todo lo que sucede como si fuese una obra de teatro, llena de lirismo, escenas y personajes. Entonces, si quiero hablar sobre la actualidad, me la imagino como dramaturgia, y luego en mis canciones trato de contar, de describir lo que visualicé.
Por algunos instantes, durante la entrevista Clementine toca distraídamente el piano: es como espiar al mago en la intimidad, ver cómo mete de contrabando los conejos en el sombrero. El hechizo del prestidigitador no decae y uno quiere saber todo sobre este genio contemporáneo de la música. Clementine estudió por sus propios medios practicando de pequeño con el piano de su hermano mayor y no recurre a ningún productor para la orquestación o arreglos de sus discos.
–Me gustaría hablar del sonido de sus discos. ¿Cómo logra esa atmósfera sin haber estudiado música de manera formal?
–Es la naturaleza de cada canción la que me ayuda a saber cómo será su sonido. Si hablamos de “Aleppoville”, busco un arreglo orquestal que asuste porque hablamos de unas de las ciudades más violentadas del mundo, ¿no? Cada canción tiene su sonido por la historia que cuenta.
En Fin desierto, el poeta peruano Mario Montalbetti describe una humanidad oscura de ángeles de barro, de aves frías que nos golpean en la cabeza y de un sol partido en dos junto a una sombra espesa. Pero también hay allí una puerta detrás de la puerta y al fin, “un bizcocho detrás del mundo”. Benjamin Clementine es un artista imprescindible del presente que ofrece discos en los que laten una dulzura y una sensibilidad estética sin parangón en el mundo actual.