Fortaleza en la suma de todas las voces
El libro Feminismo y arte latinoamericano, de Andrea Giunta, recientemente publicado ya agotó su primera edición. Consultada sobre la posible genealogía del activismo que hoy se expande en las artes visuales, la autora analiza: “Si bien hay una historia del feminismo artístico en Argentina, no puedo referirme a una genealogía. El activismo actual, articulado en prácticas de múltiples agrupaciones, se está produciendo en forma simultánea a la historización de esas prácticas en el pasado. Sin embargo, existe la necesidad de conocer las obras que hicieron artistas que estuvieron, en varios sentidos, aisladas, solas. Es como una fuerza de hermandad hacia el pasado, de sororidad: reivindicar nombres, buscar las obras. Estamos viviendo momentos demasiado urgentes como para encarar grupalmente el estudio sistemático de la historia, así como la revalorización de figuras que la historia del arte canónica borró”.
Pero, continúa Giunta, “esa necesidad está presente y seguramente va a suceder. Aunque no haya un recurso al archivo o la historia, saber que hubo artistas que tuvieron en el pasado agendas feministas es importante para saber que la tarea de emancipación e igualdad empezó hace mucho tiempo, que está incumplida, y que hoy se retoma desde el presente”.
Adriana Bustos, artista que trabaja con fotografía y el video y que en 2016 recibió el Premio de la Fundación Federico Jorge Klemm a las Artes Visuales, opina que “ser varón en el campo del arte supone de antemano un plus, una natural ventaja”.
Por eso, Bustos considera que “la manera de hacer pública la problemática de la desigualdad en nuestro medio y lograr efectos de cambio concretos es organizándose y construyendo un frente común. Luego, en las prácticas individuales, es posible pronunciarse cuando existen estos espacios”.
En relación al despliegue de las Fuerzas Fotográficas Feministas, Bustos cree que las “intervenciones de protesta pública que vienen llevando adelante son muy necesarias, pues se trataría de una operación para desnaturalizar una situación que estaba ya lamentablemente naturalizada”.
Lila Pagola suma el análisis de las paradojas de la relación foto-arte: “Quizás por tratarse de una máquina semiótica, su estatus siempre se encuentra a medio camino entre la tecnología, el arte y la comunicación. Históricamente, las y los autores fotógrafos han buscado ser reconocidos como tales (en el mismo sentido que es autora o autor un artista plástico), y en muchos casos lo han hecho negando o minimizando la mediación técnica que usan, porque ha sido precisamente ese el argumento principal de las ‘bellas artes’ para negarle artisticidad a la obra fotográfica desde sus orígenes”, explica.
Aunque, arriesga, esa omisión o limitación del papel de la técnica en la práctica fotográfica, “la ubica en cierta ventaja respecto de la brecha digital de género en relación a otras prácticas contemporáneas con tecnología e igual de creativas, como la programación”.
Las NP rematan “Como en todo movimiento, en el activismo artístico feminista existe pluralidad de voces. La suma de todas esas voces es lo que nos da fuerza”. En discusión de asamblea o en actitud de combate, no es ya novedad ni rareza el feminismo artístico, sino un movimiento en expansión que, desde el presente, ataca al resto de los tiempos.