Escritor y periodista austríaco (1873-1955)
Ahora que el niño ha venido al mundo, todos, excepto el recién nacido, rebosan de alegría. Parientes y allegados contemplan sonrientes al homúnculo arrugado, rojo como una granada, que debería inspirar más bien un sentimiento de piedad, ya que al entrar en la vida ha entrado por ello mismo en la muerte.
La cara es un espejo deformante del alma y la fisionomía, una ciencia incierta. Sólo cuando ya sabemos qué es y quién es alguien, podemos leérselo en la cara.
El trabajo es lo que haces para que algún día no tengas que hacerlo nunca más.
Cuando uno muere en un país extranjero, aún en una cama de verdad y por una enfermedad real, admitiendo que todavía a uno le queden las ganas y la posibilidad de observar lo que acontece a su alrededor con ojo crítico, tendrá igualmente la sensación de estar muriendo de muerte no natural.
En una tierra donde se habla un idioma extranjero, el propio idioma, la lengua materna -la que antes era casa, refugio, seguridad, calor y, adentro de sus confines, el sentimiento celestial de posibilidades infinitas- se convierte en una prisión; y de esta prisión es muy difícil evadirse, hasta con la más grande agilidad y destreza. Lo que era trama y sostén de un mundo maravillosamente abierto se encogió hasta volverse un mísero andamio de barrotes opresivos.