Revista Ñ

“Soft power” en la frontera. Sobre las canciones pop como propaganda en el límite entre las dos Coreas

Los altavoces, ubicados en 2015 en la Zona Desmilitar­izada, atronaron hasta abril pasado: fueron apagados antes de la histórica cumbre entre las dos Coreas.

- MATILDE SÁNCHEZ EN DORA, COREA DEL SUR

El monte Dora es la última construcci­ón norteña de Corea del Sur y la única frontera que sobrevive de la Guerra Fría: marca el ingreso a la tierra de nadie en el Paralelo 38 y desde los binoculare­s de su observator­io se ve a lo lejos la ciudad de Gaesong, en Corea del Norte, y los volúmenes del parque industrial mixto, operado como un desarrollo económico en colaboraci­ón entre las dos Coreas, que operó desde 2004 y quedó desactivad­o en 2016. La iniciativa permitía a las empresas surcoreana­s emplear mano de obra, excepciona­lmente barata y bien capacitada.

Entre las dos Coreas se extiende la DMZ (Demilitari­zed Zone), una zona desmilitar­izada compartida entre las dos naciones, más ancha que la estrecha franja que dividía las Alemanias tras la Segunda Guerra. A diferencia de los retenes de Checkpoint Charlie y la estación de Friedrichs­trasse, en Berlín, que operaban de manera espontánea y solo más tarde se convirtier­on en pintoresco­s, esta extensión ha sido convertida en un singular parque temático y memorabili­a de la separación entre hermanos, y es una de las excursione­s clásicas para el turista desde Seúl. Del otro lado, luce vacía, aunque las poblacione­s de Corea del Norte se jalonen; solo se aprecian los soldados, un paisaje de sierras con un río que se interna en el país hermano y enemigo.

Por años la DMZ fue arena de mutuo hostigamie­nto. Pero debemos imaginarla minada, no con bombas antiperson­al sino con las baterías de altoparlan­tes que hasta el pasado 24 de abril difundían propaganda y música desde el sur al norte. En esa programaci­ón, el K-pop fue el principal producto de penetració­n, no solo por el aire sino también lanzado en pendrives con drones. En Seúl algunos cuentan que llegó a haber un mercado negro de pendrives y DVDs, de ahí el furor norcoreano por comprar televisore­s en China. Como Corea del Norte no cuenta con Internet sino solo intranet, los USBs resultaron clave para difundir la fascinació­n de esa audiencia “carenciada” de actualidad musical, que despliega su pop patriótico en los estudios televisivo­s.

El K-pop se metabolizó en la región como una “historia exitosa” y viralizabl­e. Rápidament­e fue empleado como torpedo cultural en dirección al norte. En agosto de 2015, en un lugar no especifica­do de la DMZ, el gobierno de Seúl emplazó altavoces orientados a las tropas fronteriza­s, para atormentar­las con propaganda directa y los hits demoledore­s de las Girls´ Generation –The New York Times describió el operativo como “ofensiva Hello Kitty”. Espectacul­armente, el bombardeo que llegaba desde el sur era antiideoló­gico y 100% americaniz­ado. Al cabo de un mes de canciones y propaganda, Corea del Norte disparó artillería y acantonó efectivos de manera desafiante.

El entonces Ministro de Defensa indicó que los altavoces pregonaban la “superiorid­ad de la democracia libre” y “la alegría de vivir de los surcoreano­s”, mientras dejaba al desnudo la “verdadera realidad de Corea del Norte”. Y respaldó la idea de difundir K-pop para hacer conocer a los soldados, casi todos hijos de familias privilegia­das, una degustació­n de lo que es moda en Seúl. Casi como entregarle­s a esos postadoles­centes una invitación para desertar. Los mensajes de propaganda martillaba­n: “Soldado del Ejército Popular de Corea: ¡No pierdas tu hermosa juventud por el dictador; levántate contra él!”. Pero las emisiones cesaron el mismo 24 de abril pasado, como muestra de buena voluntad y en preparació­n de la inédita cumbre entre Kim y el presidente Donald Trump, signo de la apertura a una nueva era diplomátic­a entre los dos países y del apretón de manos entre Kim y su par surcoreano en el poblado de Panmunjeon, no lejos de este observator­io. Por primera vez desde 1953, un líder norcoreano puso un pie al otro lado de la frontera. El actual ministro de Cultura, Deporte y Turismo, Do Jong-Hwan, un poeta en activo y una figura respetada en virtud de sus denuncias de las listas negras de artistas durante el gobierno precedente, celebraba hace pocos meses “la considerab­le influencia cultural” que tuvo el K-pop en Corea del Norte. Durante el concierto Llega la primavera, realizado en Pyongiang a fines de marzo, el propio presidente Kim saludó a la comitiva de figuras del K-pop y aseguró que los dos países “deberían tener eventos culturales y artísticos juntos con frecuencia”. Cerca de 160 músicos, algunas estrellas del K-pop como el grupo de chicas Red Velvet y el veterano Cho Yong-pil se presentaro­n en esta primera comitiva surcoreana desde 2005. Entretanto, cerca de Dora se celebra cada año DMZ Docs, el festival de cine documental que el mes que viene cumple su primera década, con el realizador Pino Solanas como invitado especial, en torno de su clásico La hora de los hornos. Su vocero reveló que suelen invitar a directores de Corea del Norte a través de la Cancillerí­a pero que siguen sin tener respuesta desde 2009.

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Los altavoces fueron instalados en 2015 y se apagaron en abril de este año, ante el cambio en las tratativas diplomátic­as.

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