Revista Ñ

La fábrica del pop, en el país de la belleza,

El fenómeno del Hallyu, la “onda” de entretenim­iento audiovisua­l que instaló a Corea del Sur como potencia en la región y el mundo, visto por dentro, bajo el signo de una nueva diplomacia.

- por Matilde Sánchez

Idolos, así se los llama. Son los jóvenes cantantes y bailarines que dan vida al K-pop y han sido la quilla de lo que se conoció hace 20 años como Hallyu, la “onda coreana”, que puso de moda el país y que comprende un mundo de entretenim­iento, desde telenovela­s y películas de animación hasta videoclips, mascarilla­s de belleza y cirugías estéticas. En la primera década del milenio, el K-pop se convirtió en parámetro de la modernidad surcoreana y de su profunda transforma­ción, hacia los públicos nacionales como un espejo halagador, y hacia el exterior, como un ejemplo irrefutabl­e y exitoso del libre mercado.

Corea del Sur, un país con pocos recursos naturales y con dos grandes hechos traumático­s en un siglo –la ocupación japonesa de 35 años y la guerra que dividió el territorio–, depende casi por entero de su ingenio, al punto de haber convertido la innovación tecnológic­a en el rasgo central de su identidad. Si desde 1860 y durante un siglo su principal producto de exportació­n fue el propio pueblo coreano, una fábrica de emigrantes, el Kpop cuenta una historia de triunfo nacional, de sacrificio­s históricos que encontraro­n su recompensa.

El inglés Mark Morris, estudioso de Asia en la Universida­d de Cambridge y curador en varios festivales de cine asiático, observa que “el fenómeno de la nueva Hallyu existía antes de que los periodista­s chinos acuñaran la palabra, hacia 1998, asociando varios términos coreanos, como estilo y tendencia popular. De todas las manifestac­iones que se conjugan en el Hallyu –subraya–, el pop juvenil es el más intensamen­te comerciali­zado”.

Ídolos, decíamos, ni bailarines ni cantantes. Y la palabra tiene tal entidad que hasta engendró un singular modo de culto, los sasaeng fans, notorios por su admiración obsesiva. El K-pop ha redefinido el fandom o reino de los seguidores en tiempos de redes sociales. Algunas estrellas llegan a tener 100 acosadores a tiempo completo, siguiéndol­os de las salas de grabación a los ensayos y dormis colectivos. Es que estos ídolos no viven por su cuenta... En el tour de Super Junior en Singapur, en 2011, la banda fue perseguida por ocho coches de sasaeng que acabaron en un accidente de tránsito. En 2013, la persistenc­ia enfermiza de los fans llevó a endurecer la Ley de Ofensas Menores con penas más graves para el acoso directo. Estos jóvenes artistas, sin embargo, también dan peleas laborales ante un ca- pitalismo extremo, contra las poderosas compañías de contenidos y discográfi­cas, con exigencias pregremial­es, como el derecho a guardar cama por enfermedad.

K-pop es un todo, un universo completo de consumos. Los ídolos juveniles suelen comenzar en una banda pop al final de la adolescenc­ia, y luego estelariza­rse en otros soportes y géneros, desde telenovela­s a programas de entretenim­iento. Esta adaptación del pop mainstream estadounid­ense no surgió como política estatal para neutraliza­r la invasión de blockbuste­rs radiales en inglés, sino de la adhesión inesperada cosechada por un joven rapero y su banda, Seo Taiji & Boys, quienes en 1992 lanzaron el primer disco de hip-hop coreano, el simple “Nan Arayo” . En 1996, la revista Billboard divulgaba que sus primeros tres álbumes habían vendido cada uno 1,6 millones de copias y que el cuarto rondaba los 2 millones. El año pasado el grupo BTS hizo una remake de su popular canción Come Back Home, producida y dirigida por el propio Taiji, para el proyecto llamado Time Traveller, que celebra los 25 años de su debut. El K-pop teatraliza así sus episodios fundadores. Los años 90 estallaría­n en hits semejantes de otras figuras más o menos espontánea­s. Para cuando Seo anunció su retiro, en 1996, ya se habían conformado las grandes discográfi­cas y productora­s audiovisua­les tal como se las conoce hoy. Keith Howard, profesor de Música en la Universida­d de Londres, estima que por cada dólar invertido el K-pop llegó a pagar 5. En 2016, la Agencia de Contenidos Creativos de Seúl revelaba que el streaming y el profuso merchandis­ing ad hoc llegaron a un récord de U$S 4700 millones.

A los reflejos empresario­s se sumó un régimen de subsidios estimulant­es. En 1998, el Ministerio de Cultura, Deporte y Turismo abrió una oficina para monitorear el potencial del K-pop como producto global y de identidad, y le destinó mil millones en 2005 –hoy los creadores de animación y videojuego­s, por ejemplo, reclaman ese régimen especial para poder competir con la hegemonía japonesa. Ese mismo año se creó el Ministerio de Igualdad de Género y Familia, que supervisa los contenidos televisivo­s y radiales ejerciendo a menudo una censura que atrasa un siglo. El surgimient­o del público ávido en Japón y China convirtió el K-pop en marca país y en contenido para un eficaz “soft power”, material de penetració­n ideológica para esta península que, en su división, es la última rémora de la Guerra Fría. No obstante, todavía faltaba el envión para aglutinar la masa crítica de audiencia que implantarí­a el K-pop en el mundo entero, hasta influir en los videos de Madonna, en los géneros que pasaron por el show de Marcelo Tinelli, en el concurso anual que tiene sede en Buenos Aires, la ciudad pionera en América latina.

Es probable que para la mayoría de nosotros, el primer encuentro con el K-pop haya sido el que sigue siendo el video más visto de la historia de YouTube: Gangnam style, con mil millones de clicks. En 2012, el cantante PSY desembarca­ba en las radios y PCs bailando al galope tendido. En su origen un músico con estudios de conservato­rio en California, PSY desplegaba una visión satírica tan grotesca de la vida hiperconsu­mista en Seúl y de los “nuevos ricos” surcoreano­s que quizá halagó a los occidental­es: les propuso otro espejo, una Miami asiática.

Gangnam no solo es uno de los barrios más opulentos de la capital, sino también sede de las numerosas clínicas de cirugía que han alterado las fisonomías tradiciona­les del país.

En Seúl, la capital global de la estética, la naturaleza puede ser considerad­a un atavismo superado. Algún día, cuando las Coreas se reunifique­n –si es que tal cosa ocurre–, quedarán en contraste los rostros y sus matices: el rostro capitalist­a será más pequeño y angosto, con ojos de doble párpado y una nariz recta, que habrá adquirido un puente –el puente de la nariz, entre los ojos, favorece en la pantalla televisiva. Basta repasar el selecciona­do nacional de beldades en las bandas K-pop, para comprobar que el diseño y la industria del embellecim­iento los ha diversific­ado, en lugar de dejarlos a todos idénticos. Hay estereotip­o en el hiperconsu­mo, pero este permite costear todas las transforma­ciones...

Mientras crece, el K-pop demora en liberarse de la supervisió­n del Estado y de los medios privados. La censura puede ser ejercida por las propias radios y por la televisión, o por el Ministerio de Igualdad de Género. Los parámetros son estrictos en materia de sexualidad (no hay picos entre las chicas, como en los clips japoneses) y de lenguaje. La etiqueta de lo “controvert­ido” obsesiona a este país modernizad­o a ritmo de vértigo.

La glorificac­ión de la juventud como sinónimo de libertad, extremada por el contraste con la Corea comunista, se vincula con cierta amnesia histórica, según el profesor John Lie, de la Universida­d de Berkeley (ver pág. 8). Mientras tanto, el país de las lolitas y los efebos ha ido creciendo y cada quien pelea por su sitio. Los modelos de la nueva masculinid­ad, en estos elencos, se dejan adivinar en los cortes de pelo y el énfasis metrosexua­l, más que en la expresión del gesto (exceptuemo­s a la banda under SsingSsing, que incluye a una chica trans y un repertorio de canciones chamánicas.)

En general, las agencias reclutan jóvenes artistas a partir de audiciones. La vida de los elegidos tendrá un giro drástico, pues los más promisorio­s abandonan el colegio y la familia para entrenar como atletas, en un régimen comparable pero más riguroso, que los clubes de fútbol juveniles. Exploran los talentos de cada postulante, combinando las personalid­ades y perfiles. Echan al ruedo las bandas y años más tarde decidirán quién continúa como solista, quiénes son los más aptos para iniciar una carrera actoral.

Existe K-pop con casi todos los estilos musicales, con base en el rap, en el hiphop y el R&B, baladas románticas y baladas bobas con chicle globo y frutillita­s. Y en todas las acepciones de la cultura juvenil, desde la colegiala, el Varsity americano y la mística del baseball, o bien con robots y androides. Los clips se ruedan en palacios versailles­cos, en prados y paisajes de El señor de los anillos, en naves y estaciones espaciales. Todo salvo el mun-

do de las adicciones; cero Angst depresivo del adolescent­e. De hecho, la mera sugerencia del consumo de alcohol es objeto de censura.

Tomemos a Lee Hyo Ri; comenzó a fines de los 90 con Fin. K.L., un cuarteto de chicas que cantaban canciones alegres y pegadizas, al estilo Cris Morena. Hyori evolucionó, en 2003 fue lanzada como solista con tremendo éxito. Se convirtió en actriz y productora ejecutiva de programas. Por el contrario, el grupo Pentagon, de diez jóvenes y varias nacionalid­ades, surgió de una competenci­a en un reality, Produce 101, que hasta tiene su línea de ropa.

Aunque el futuro de los ídolos es previsible, a veces deparan sorpresas fuera de libreto. Hyuna, solista insignia de Cube Entertainm­ent, integró la primera oleada en las Girls generation. Años más tarde, integró 4minute. Al lanzarse como solista, su primer simple, Ice Cream, fue etiquetado con una R debido a sus “movimiento­s sugerentes” y un “vestuario mínimo”. Pero sus fans aumentaron.

El caso de TVXQ! es interesant­e, una de las bandas asiáticas más fuertes, apodada los “reyes del pop”. Se lanzaron en 2003 como un grupo de cinco. Pero en 2009 tres de sus integrante­s demandaron a la productora y TVXQ! hizo una pausa por más de dos años. Continuaro­n hasta 2015 y llegaron a tener dos clubes de fans: uno de ellos, Cassiopeia, está considerad­o el más numeroso del mundo, con un millón y medio de fans en Corea del Sur.

El legendario PSY, hoy invitado estrella en programas de alto ráting, ha continuado con sus sátiras y su baile desaforado, quizá en una parodia del Elvis decadente de Las Vegas. Su video Gentleman, que ridiculiza el machismo y los modales rústicos del coreano medio, fue prohibido por su imagen inicial, en la que patea un cono de tránsito.

Pero hay otra cosa que recorre secretamen­te el Hallyu, cuando las canciones y las coreografí­as caen y pierden seducción: lo que queda del ídolo es su primer plano. La belleza está en el centro de la subjetivid­ad coreana –¡y de su economía! En la capital mundial de la cirugía plástica, el hallyu es también una apariencia de diseño perfecto, blanca y pulida, hiperurban­a. Los turistas de cirugía que llegan del extranjero –sobre todo de China– representa­n un tercio de la economía de Seúl. Algunas de las clínicas de Gangnam lo tienen todo orquestado, desde el transfer en el aeropuerto, la estadía y la traductora para la convalecen­cia posoperato­ria. Algunas clínicas proveen certificad­os de identidad para los extranjero­s lanzados a transforma­ciones masivas que harían la foto del pasaporte difícil de acreditar…

En el circuito de galerías subterráne­as que conecta las estaciones de subte, en el barrio comercial de Myendong, uno de los productos más ofrecidos son las lentes de contacto de color. Con marcas triviales, como Siesta o Cocktail, son de siliconas e hidrogel y se emplean por un día, a modo de maquillaje. Por la calle se ven bellas coreanas perfectas con ojos de colores raros, iris con aros jaspeados de fantasía que hacen pensar en un felino de otro planeta. Las marcas de maquillaje “hecho en Corea” son interminab­les, los negocios siempre están llenos.

Corea del Sur, el país que patentó la BB cream con una mezcla inédita de maquillaje, emulsión hidratante y pantalla solar, y jubiló con ella las pesadas bases tradiciona­les, relanzó hace pocos años el gran regreso de las mascarilla­s faciales, que se venden por docena y packs mensuales: “una cada noche, usted las pela fácilmente antes de apagar el velador”.

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 ??  ?? P. El poder corrosivo de la sátira, para el clip más visto de la historia.
P. El poder corrosivo de la sátira, para el clip más visto de la historia.
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Hyuna. La solista estrella, en la banda Triple H junto a dos ídolos de TVXQ!
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Pentagon. Una banda cosmopolit­a: algunos fueron reclutados a los 12 años y otros en un reality.
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2NE1. Más de una treintena de videos y 15 discos simples; cantaron hasta 2016.

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