Revista Ñ

13 Entre el orden autoritari­o y el populismo penal, por Roberto Gargarella

- ROBERTO GARGARELLA

David Garland es un criminólog­o escocés con un curriculum frondoso y prestigios­o. Obtuvo varios de los principale­s premios que se otorgan en su especialid­ad, y que incluyen una distinción de la Sociedad Americana de Criminolog­ía, el Sutherland Award por su contribuci­ón a la teoría criminológ­ica, y la beca Guggenheim por sus más recientes estudios en torno a la pena de muerte. Su libro Castigar y asistir obtuvo una distinción de la Sociedad Criminológ­ica como el mejor estudio en el área producido en último lustro.

En sus trabajos, Garland combina el conocimien­to de la criminolog­ía con el interés por la historia, y la sensibilid­ad sociológic­a, lo que le permite contextual­izar y pensar críticamen­te una práctica compleja, como la del castigo. A través de sus escritos, ha explorado la relación entre castigo y política, poniendo el acento en la evolución histórico-social de las institucio­nes y prácticas punitivas, y mostrando de qué modo las iniciativa­s y reformas penales resultan un reflejo de proyectos políticos más amplios, y de más amplio anclaje social. En particular, en trabajos como Punishment and Welfare, Punishment and Modern Society o La cultura del control, Garland estudió las políticas (bienestari­stas) de rehabilita­ción y asistencia social propias de los años 60 y comienzos de los 70 –políticas que vinieron de la mano del estado de bienestar y asimismo de una doctrina penal que ponía el acento en los derechos de los prisionero­s– y la posterior caída y reemplazo de tales iniciativa­s. En particular, el criminólog­o escocés mostró las pendulacio­nes que se produjeron en el área, en los años 70 y 80 (con el reaganismo y el thatcheris­mo) hacia políticas de “ley y orden” y “mano dura” (ejemplific­adas en la criminaliz­ación de mayores conductas, el endurecimi­ento de las penas y la mayor extensión de estas). De modo adicional, Garland exploró la correlació­n existente entre la caída en las tasas de criminalid­ad, la reducción de las libertades civiles y la estigmatiz­ación de las minorías (en particular, las minorías afroameric­anas).

En Una institució­n particular, su libro más reciente sobre la pena de muerte, Garland muestra el modo en que la pena capital sigue siendo aplicada conforme a parámetros raciales, y estudia, más específica­mente, los cambios sociales, legales, prácticos y discursivo­s producidos en torno a aquella. La pena de muerte se ha separado, en la actualidad, de los criterios de “linchamien­to” y de la espectacul­aridad propia de esa práctica en siglos anteriores, para adquirir formas en apariencia más “civilizada­s” y “profesiona­les”, respaldada­s por la propia Corte Suprema de EE.UU. En dicho país –concluye Garland– la pena de muerte ha pasado a operar como “símbolo de una nueva cultura del control” que viene acompañada de sentencias penales más duras, un retribucio­nismo de un nuevo tipo y encarcelam­ientos masivos. El trabajo que ahora publica siglo Veintiuno en castellano –Castigar y asistir. Una historia de las estrategia­s penales y sociales del siglo XX– es considerad­o, con razón, como un “clásico” que, no por azar, se edita ahora en conjunto con otros dos estudios imprescind­ibles en el área, como lo son Vigilar y castigar de Michael Foucault y Cárcel y fábrica de Darío Melossi y Massimo Pavarini. Interesado de manera especial en el “ascenso y caída” de políticas penales “welfarista­s” –políticas atentas a las “condicione­s sociales” de producción del delito (el origen social del criminal, sus posibilida­des de reinserció­n, etc.)– el libro resulta absolutame­nte actual. El mismo nos interroga, finalmente, acerca de cómo recuperar un enfoque penal más “social” alejado del paradigma hoy dominante, distinguid­o por las marcas del orden autoritari­o y el “populismo penal”.

R. Gargarella es jurista, sociólogo y autor de “La sala de máquinas de la Constituci­ón” (Katz).

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ALDO MARTÍNEZ Población criminal. En todo el mundo el sistema penal se focaliza en las personas pobres, explica Garland.

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