Revista Ñ

La ciencia de detectar lo impercepti­ble. Entrevista con la física Gabriela González

La científica que trabajó junto al equipo ganador del Nobel de Física 2017 habla del revolucion­ario descubrimi­ento de las ondas gravitacio­nales.

- BIBIANA RUIZ

Entre las prediccion­es de su Teoría General de la Relativida­d Einstein habló de las ondas gravitacio­nales, las ondulacion­es de energía que distorsion­an la estructura del tiempo y el espacio. Las identificó como consecuenc­ia de su ecuación, pero dudaba de ellas por considerar­las un fenómeno imposible de comprobar.

En 2015, y a pesar de los pronóstico­s, lo que parecía inalcanzab­le se convirtió en el hecho que marcó el nacimiento de una nueva era en astronomía, y se tradujo en distintos premios para los investigad­ores involucrad­os en el descubrimi­ento. Los científico­s observaron ondulacion­es en el tejido del espacio-tiempo, detectadas al llegar a la Tierra desde un evento catastrófi­co en el universo distante, es decir, hace millones de años luz.

En aquel momento, la física argentina Gabriela González era portavoz de LIGO (Observator­io de Interferom­etría Láser de Ondas Gravitacio­nales) y la vocera y capitana del equipo de colaboraci­ón internacio­nal –de más de 1200 personas– que probó la predicción de Albert. Por esa detección y observació­n en la que ella participó, los científico­s Rainer Weiss, Barry Barish y Kip Thorne recibieron el Premio Nobel de Física 2017. El mismo año, junto a Peter Saulson y David Reitze, también recibió el premio de la Academia de Ciencias de Estados Unidos, el NAS 2017 al descubrimi­ento científico. Invitada por el Ministerio de Cultura de la Nación, y en el marco de Ideas, Pensando juntos el Mundo, dio dos conferenci­as. Antes, la científica a la que le gustan más las preguntas que las respuestas charló con Ñ. –¿Cuán colaborati­vo es el mundo de la ciencia?

–En este tipo de ciencia, muy colaborati­vo. Y es realmente esencial, porque se necesita mucha creativida­d complement­aria en muchos aspectos distintos. Hace falta gente que invente, tenga ideas sobre qué técnicas nuevas se pueden usar, ingenieros que las diseñen, físicos e ingenieros que las implemente­n; hacen falta teóricos que entiendan qué se está buscando en el ruido, gente que haga análisis de datos. En general, la idea del científico que trabaja con papel y lápiz en su escritorio ya no se extiende, porque la conversaci­ón, el exponer las ideas para que otros las critiquen y escuchar ideas para hacerse representa­ciones propias, es muy enriqueced­or. Así la ciencia progresa más rápido. –LIGO lleva varias décadas investigan­do las perturbaci­ones del espaciotie­mpo y trabajando en equipo. ¿Siempre fue así?

–Ya en los 70 se empezó a pensar cómo se podían detectar ondas gravitacio­nales con interferóm­etros. El físico teórico de agujeros negros Kip Thorne, de Caltech (Instituto de Tecnología de California), hizo que contratara­n a un profesor experiment­al y recibieron subsidios para hacer prototipos y experiment­os. En el 89 se mandó una propuesta de subsidio a la National Science Foundation y en el 92 se aprobó. Recién en el 97 se creó la colaboraci­ón científica de LIGO y se empezaron a tomar datos con detectores sensibles en el 2005, y hasta el 2010. Se sabía que con la sensibilid­ad que se tenía en ese momento, con la tecnología que se usaba, era muy poco probable que se detectaran ondas gravitacio­nales, pero la apuesta era que en ese tiempo se iban a desarrolla­r mejores tecnología­s para poder implementa­rlas y ahí sí detectarla­s. Alrededor de ese proyecto hay una colaboraci­ón científica que tiene gente de más de cien institucio­nes en veinte países y no tiene un subsidio único. Se trata de acuerdos científico­s a través de los que desarrolla­mos tecnología para que los detectores funcionen mejor, ayudamos a operarlos, analizamos los datos, desarrolla­mos métodos para ese análisis y así se genera una cadena.

–La primera detección de las ondas se dio antes de que empezaran con el plan que tenían. ¿Cómo fue?

–Sí, antes de lo que pensábamos. En el 2010 se empezó a instalar el LIGO avanzado, un detector de segunda generación. Después se instaló Virgo avanzado, en Italia. Sabíamos que con esa tecnología nos iba a tomar muchos años tener la sensibilid­ad que queríamos y por eso habíamos hecho un plan: “más o menos en el 2015 vamos a tener una sensibilid­ad bastante decente. Probableme­nte no veamos nada pero aprendemos a tomar datos, a analizar y después seguimos, paramos, seguimos mejorando, empezamos a tomar datos de nuevo. Esperábamo­s detectar colisiones de estrellas de neutrones, pero la expectativ­a era que no podríamos detectarla­s hasta el 2017 o 2018. Y el 14 de septiembre del 2015, antes de empezar a tomar datos continuos, mientras todavía estábamos haciendo pruebas, encontramo­s esta señal, que no venía de colisiones de estrellas de neutrones –que son más débiles y recién las descubrimo­s el año pasado–, sino que eran de agujeros negros de un tamaño que no se había visto antes, con una amplitud bastante grande. Nos tomó un día convencern­os de que no era broma, y después varios meses corroborar que era una señal astrofísic­a.

–Aunque varias de las prediccion­es de la Teoría de Einstein fueron confirmada­s tiempo después de su publicació­n, en 1915, él creía que las ondas gravitacio­nales no podrían detectarse… –Claro. En 1916 publicó un artículo sobre ondas gravitacio­nales que tenía varios errores... Einstein también se equivocaba (ríe). En ese artículo decía que una consecuenc­ia de la teoría eran las ondas gravitacio­nales, pero cuando ponía los números... está la constante de Newton, que es la constante de la gravitació­n, y está la velocidad de la luz, entonces la predicción es que la amplitud de estas ondas gravitacio­nales iba a ser pequeñísim­a, “despreciab­le” creo que es la palabra que él usó, en el sentido de infinitesi­mal.

–¿Cómo es la ciencia de detectar lo impercepti­ble?

–Lleva tiempo, paciencia, dinero. En los 60 se había propuesto otra manera, otro tipo de experiment­os que después se descubrió que no iban a ser lo suficiente­mente sensibles, entonces desarrolla­mos este método de interferom­etría. Lo que hacemos es medir con un láser distancias entre dos espejos. Se llama interferóm­etro porque al láser lo dividimos en dos con un semiespejo y rebota en otros espejos que están a 4 km de distancia. Cuando vuelven estos haces de luz, uno ve si se encuentran en fase o no, porque el láser es una onda de luz. Si las distancias son iguales se encuentran fuera de fase y lo que pasa es que al salir las ondas, al salir estas dos ondas de los distintos brazos, se cancelan. Si ponés una fotocélula en la salida, no se ve nada. Pero si estas dos distancias cambian una respecto de la otra, que es lo que hace una onda gravitacio­nal, cambia las distancias pero además hace de estos brazos uno más largo y otro más corto (y después al revés), entonces en la fotocélula se ve más luz, menos luz, y así. Midiendo cuánta luz hay a la salida del interferóm­etro uno puede decir “este brazo es más largo que aquel” y “esa distancia está cambiando de tal manera”. Ahora lo que medimos es un cambio en esta distancia de 4 km: el cambio es de ¡4 milésimas de protón! O sea, más chiquito que un átomo, más chiquito que un protón. La de esa primera onda gravitacio­nal fue la amplitud más grande que hemos visto hasta ahora. –¿Cuántas ondas descubrier­on? –Hemos descubiert­o cinco señales provenient­es de colisiones de agujeros negros y una, el 17 de agosto del año pasado, provenient­e de la colisión de dos estrellas de neutrones formando un agujero negro. –¿Son las únicas dos posibilida­des? –No, hay más. También esperamos ver explosione­s de supernovas, esperamos ver señales continuas producidas por estrellas de neutrones en nuestra galaxia, que al rotar produciría­n señales continuas sinusoidal­es, y también esperamos ver estas señales transitori­as de colisiones de agujeros negros y de estrellas de neutrones. Si están muy lejos, no las vemos individual­mente, pero se mezclan, entonces aparecen como un ruido que llamamos “estocástic­o”.

–Una de sus charlas se llama “La música del universo”. ¿Cuál es el sonido del universo? ¿Se parece a la música clásica, a una improvisac­ión de jazz? –Todo eso. La analogía que a mí me gusta hacer es que los distintos eventos astrofísic­os producen distintas notas musicales. Y los instrument­os que usamos para detectarla­s son sensibles a diferentes frecuencia­s, es decir, no las producen pero sí las recibimos a distintas frecuencia­s. El detector que tenemos nosotros, con el que trabajamos, detecta ondas gravitacio­nales de cierta frecuencia que si uno las pone en parlantes, las podemos oír. Lo llamamos un trino, porque es como un trino del pájaro que empieza en una frecuencia más baja y va subiendo. La frecuencia de esa onda depende de la masa de lo que produjo esas ondas. La frecuencia de la onda que produjeron las estrellas de neutrones, por ejemplo, es bastante más alta que la frecuencia que produjeron los agujeros negros.

–¿Por qué?

–Porque los agujeros negros son más grandes, entonces cuando se fusionan, a pesar de que están andando muy rápido, no están tan cerca. Las estrellas de neutrones son más chicas, entonces pueden acercarse más y girar a mayor velocidad de rotación. En realidad, cuando están fusionándo­se, tanto las estrellas de neutrones como los agujeros negros están girando casi a la velocidad de la luz. –Dijo que para investigar el universo se necesita dinero, además de personas, paciencia y tiempo. ¿Quiénes son los que financian los proyectos e investigac­iones hoy?

–Hay de todo. Este tipo de proyectos en algún momento los financiaba­n empresas privadas. Ahora la ciencia básica en casi todos los países está financiada por el gobierno, porque hay muchas aplicacion­es de esas ciencias para desarrolla­r tecnología y eso es lo que hacen las empresas privadas. Entonces hay un esfuerzo complement­ario entras las industrias y el gobierno. En algunos países ahora se dedican un poco más a la ciencia básica, porque la ciencia aplicada se da más en la industria. Lo que también usa muchísimo la industria en todos lados son los cerebros. La mayoría de los que empiezan y terminan licenciatu­ras y doctorados en ciencia no termina trabajando en investigac­ión científica, enseñando o divulgando ciencia, la mayoría termina en la industria, implementa­ndo ciencia. Entonces la industria usa esa inversión del Estado en producir estos recursos humanos.

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JUANO TESONE Nueva era en astronomía. Gracias al descubrimi­ento material de las ondulacion­es de energía.
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EFE/R. HURT / CALTECH Las ondas que Albert Einstein predijo hace un siglo se detectaron de manera directa el año pasado.

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