Revista Ñ

El tiempo también es una persona. Acerca de una muestra del colectivo PIC, artistas del collage, en la casa Fernández Blanco

Una encantador­a muestra en la que subyace el espíritu de “Alicia en el país de las maravillas” reflexiona sobre el pasado y dialoga con el entorno: la casa Fernández Blanco.

- PATRICIA SUÁREZ

Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo –dijo el Sombrerero–, no habrías de matarlo. El Tiempo es una persona”, así le hizo decir Lewis Carroll a ese personaje suyo que nadie puede sacarse de la cabeza, el Sombrerero Loco, quien toma una eterna merienda en el País de las Maravillas con la Liebre de Marzo y el Lirón. Todo el libro de Alicia, ejemplo de la niña victoriana, está atravesado por la preocupaci­ón sobre el tiempo. El manejo que cada civilizaci­ón hace del tiempo y del pasado habla sobre ella misma. La gran pregunta: ¿qué objetos son dignos de recordarse, qué relatos cuentan esos objetos para hacerse merecedore­s de una vitrina en un museo?

Convocados por la Casa Museo Fernández Blanco y a cargo del Curador Patricio López Méndez, el colectivo PIC de artistas de collage y assemblage preparó y exhibe la muestra ¿Cuánto tiempo es para siempre?, título que tranquilam­ente se le podría haber ocurrido a Lewis Carroll, y formularlo a través de su alter ego, Alicia. El colectivo está formado por cuatro artistas, Mariano Alonso, Andrea Burcaizea, Gustavo Nasso y Nadina Maggi, quienes interpreta­ron a su modo la consigna, el libro de Carroll, la fiesta del té y el delirio, y pusieron manos a la obra.

La singularid­ad de esta muestra es el contexto en que eligió hacerse. Las exposicion­es de la Casa Fernández Blanco enmarcan e ilustran la muestra que se realiza en la planta baja, la antigua “sala de recibo”. Y a su vez, se retroalime­ntan con el trabajo de artistas que ponen entre signos –de interrogac­ión, de admiración y comillas– ese mundo perfecto del siglo XIX que está exhibido. En las paredes cuelgan los collages, pero en las dos vitrinas centrales vemos un mundo ajeno y lejano. Unos pasos detrás de los collages de Andrea Burcaizea, quien eligió trabajar con fotografía­s reales –niñas en maillot montadas en cucharas de plata, por ejemplo–, hay una vitrina con una gran caja de música y un “negrito fumador”. Se trata de un autómata fumador, de París, c. 1890, que perteneció a los escritores Norah Lange y Oliverio Girondo. A un costado, un video enseña cómo se lo restauró al negrito dañado por el tiempo, cómo se le arreglaron sus párpados y se cambiaron sus ojos.

Nadina Maggi trabajó en sus collages la arquitectu­ra de las casas del siglo XIX y comienzos del XX; “Salón fumador”, “Biblioteca”, “Salón de recibo”, “Salón dorado”; se trata de cuadros intervenid­os a través del collage. En estos ambientes, perfectas burguesas conviven con muñecas de porcelana biscuit por doquier, criadas que beben pó- cimas que tanto pueden ser licor como aquella “Bébeme” de la sala de recibo del País de las Maravillas que Alicia bebió para hacerse pequeñita; una semimondai­ne en poca ropa, una figura en blanco y negro, cuya palidez fantasmal puede ser pensada precisamen­te así: como el reverso, el negativo, de la señora burguesa. También hay mascotas, ardillas, conejos, gatos, sirviendo o tomando el té. Los trabajos de Nadina Maggi están colocados encima de una ventana en la pared que permite ver el antiguo estarcido. ¿Hay una grieta en la perfecta pared o toda perfección debe poseer una grieta?

Hacia 1860 la casa Fernández Blanco tenía una distribuci­ón axial de cuartos en torno a tres patios y una sola planta. Los salones principale­s eran decorados con estarcidos, una técnica de pintura mural. En las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del nuestro, la casa se modernizó, con lo cual ganó dos plantas y se convirtió en una mansión. Las nuevas decoracion­es fueron recubriend­o las antiguas con entelados, estucos y zócalos de boiserie.

¿Estás seguro de que tus ojos no son timbres, de que no hay engranajes en tu cabeza?, parece preguntars­e Mariano Alonso, músico y artista plástico, a través de sus collages con assemblage de elementos de relojería; a los que suma una “Grieta Garbo”, una fotografía de Greta Garbo joven, de 1926, que emerge de una pared, servida en bandeja de plata y con un paisaje montañoso detrás. Una Greta Garbo como una grieta en el deseo del observador. Por último, GAN, Gustavo Andrés Nasso, incorpora el reloj como objeto físico en sus trabajos: dos muchachas unidas por un reloj pulsera que las atraviesa; una mujer –muy similar a la Celeste Albaret, la criada de Marcel Proust, pintada por JeanClaude Fourneau en 1957–, con un pájaro con resorte en su cabeza y un reloj entre las piernas; una bañista en la playa cabeza abajo en un reloj de arena…

Entonces es cuando el visitante da un paso adelante e ingresa al segundo sector y se topa de repente con la gran vitrina de juegos de té del siglo pasado, enfrentada a un anaquel con pequeñas esculturas surrealist­as del colectivo PIC: una señorita bien pero con cabeza de gatito, por ejemplo. Las ligeras teteras exhibidas son de plata, o con bordes y mangos dorados, tienen escenas mitológica­s pintadas; dispersas entre

ellas, están echados los reyes de corazones de la baraja francesa. Naipes alegóricos a la muestra ya que, como todos saben, era la misma Reina de Corazones la que mandaba a quien la contradije­ra a cortarle la cabeza… “Las frágiles vajillas de porcelana –explican– llegaban de Francia, Alemania, Inglaterra o Italia al resguardo de los baúles de los viajeros o se encargaban en las grandes tiendas, con sus iniciales, sus retratos, sus escudos. Estaban diseñadas más para su exhibición que para su consumo diario, salían de su marco de contención en ocasiones especiales, se repartían desgajadas e incompleta­s a sus herederos”. Serán entonces las nuevas generacion­es las encargadas de conservar los objetos, materializ­ación de los recuerdos e idealizaci­ón de los deseos.

¿Cuánto tiempo es para siempre? oficia en el espectador como una intervenci­ón en la percepción del pasado, tal como los artistas PIC intervinie­ron sus trabajos: los objetos que atesoramos son el síntoma de aquello que una sociedad puso por todo lo alto, el ideal, y por ello, cimas del anhelo para conseguirl­os. Objetos que, como el deseo, se volvieron evanescent­es. Como bien canta María Elena Walsh: “Estamos invitados/ a tomar el té./ La tetera es de porcelana/ pero no se ve”.

 ??  ?? ¿Cuánto tiempo es para siempre? Esta pregunta que podría haber formulado Alicia en alguna de las obras de Lewis Carroll es el título de la muestra del colectivo PIC de la que se reproducen aquí tres obras. A la izquierda, un collage de Andrea Burcaizea. A la derecha arriba, un trabajo de GAN (Gustavo Andrés Nasso). A la derecha abajo, uno de Mariano Alonso.
¿Cuánto tiempo es para siempre? Esta pregunta que podría haber formulado Alicia en alguna de las obras de Lewis Carroll es el título de la muestra del colectivo PIC de la que se reproducen aquí tres obras. A la izquierda, un collage de Andrea Burcaizea. A la derecha arriba, un trabajo de GAN (Gustavo Andrés Nasso). A la derecha abajo, uno de Mariano Alonso.
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