Revista Ñ

La fuerza del cuerpo en acción. Entrevista con la bailarina y coreógrafa Lisi Estaràs

Tras años de trabajar en Europa, vuelve a la Argentina para presentar una obra con el Ballet Contemporá­neo del San Martín.

- LAURA FALCOFF

Una mata de pelo indómito, la remera un poco desacomoda­da, las zapatillas, el jean: Lisi Estaràs encarna una figura adolescent­e con la vitalidad que quizás continúa asociándos­e con la adolescenc­ia. En estos días está montando su obra SapiensRab­ia para el Ballet Contemporá­neo del San Martín y cumple así un antiguo anhelo de trabajar en Buenos Aires. Lisi nació en Córdoba en 1971, dejó el país cuando tenía diecinueve años y desde hace largo tiempo vive en Gantes, Bélgica. Durante dos décadas, hasta el año pasado, formó parte de los Ballets C de la B, la celebrada compañía que dirige Alain Platel.

–¿Qué te llevó a dejar en su momento la Argentina?

–A los 19 años me fui a Israel para visitar unos parientes; pensaba quedarme sólo un mes pero nunca regresé. Estando allí me gané una beca en la Academia Rubinstein de Jerusalén, una escuela de música y danza.

–¿Estaràs es tu apellido auténtico? –Sí. No estamos seguros de cuál es su origen; suponemos que es sefaradí español. De todos modos, la parte más judía de mí viene por mi madre; ella nació aquí pero mis abuelos eran rusos y rumanos y mi educación judía la recibí de ella.

–¿Te sentís judía?

–Sí, y no sólo eso: también me ocupo mucho del tema de la identidad. Ahora vengo de crear “The Jewish Connection Project” y mirando hacia atrás veo que mis obras hablan siempre de los orígenes o de la identidad.

–¿Es quizás el desarraigo lo que te lleva en esa dirección?

–La vida del bailarín, del artista, es seguir buscando siempre y yo lo busco allí. “The Jewish Connection Project” viene sobre todo de la idea del “otro”, de los que te ven como otro incluso sin mala intención o humorístic­amente. Recuerdo que cada vez que me encontraba hablando de trabajo con un colega israelí en Gantes, pasaba alguien y comentaba: “Ah, ¡the jewish connection!”, aunque no fuera con malicia. Quiero aclarar que no estoy a favor de la política del Estado de Israel; simplement­e soy judía asumida.

–¿Tus estudios en Jerusalén te abrieron a la danza contemporá­nea?

–Mi experienci­a en Córdoba había consistido sólo en danza clásica; tuve ganas en algún momento de probar cosas propias pero nunca alcancé a dar ese paso. Cuando llegué a Israel mi nivel de formación, que era muy alto, me permitió conseguir la beca en la Academia Rubinstein. Pero después de un año me fui a Tel Aviv y ya comencé a trabajar profesiona­lmente; fue todo muy rápido. Entré a la Compañía Batsheva de Ohad Naharin y estuve allí tres años.

–Es imposible no preguntart­e por tu experienci­a con Naharin, ese genio de la danza contemporá­nea. –Yo venía de un entrenamie­nto clásico y había hecho algo de jazz pero nunca había estudiado realmente danza contemporá­nea, salvo un poco de Técnica Graham en la Academia Rubinstein. El trabajo con Ohad Naharin fue un gran descubrimi­ento para mí; su manera de trabajar es muy personal; en ese momento estaba recién comenzando a desarrolla­r su técnica que después se llamó Gaga y que ahora es muy famosa. Por otra parte, la compañía daba lugar a los bailarines para que elaboraran sus propios proyectos coreográfi­cos o de videodanza y después podías mostrarlos. Además había grandes coreógrafo­s invitados, como Angelin Preljocaj o Jiri Kylian, que venían a montar obras con la compañía.

–¿Eras feliz? Suena como una vida maravillos­a.

–En Israel fui feliz trabajando. En realidad quería hacer dos cosas: bailar y ser trabajador­a social, una carrera que también había estudiado. Por otro lado quería viajar bailando y eso hice.

–Hay en Netflix un documental reciente sobre Ohad Naharin que lo muestra en parte como un ogro despótico con los bailarines. ¿Fue esa tu experienci­a con él?

–No vi el documental. En Bélgica hay un boicot muy grande hacia Israel y no llega nada de allí. En mi época Naharin no era así. Muy exigente, es verdad, pero nunca sentí que fuera especialme­nte duro. Es cierto que en general los israelíes son muy “to the point”, van al grano, no tienen ninguna diplomacia.

–¿Por qué te fuiste de la compañía? –En primer lugar, Batsheva era lo máximo a lo que podía aspirar en Israel y después de tres años sentí que ya había aprendido mucho. Pero además la sociedad israelí me resultaba muy difícil; el país me encanta pero no me gustaba subir a un ómnibus y que un soldado dormido al lado mío dejara su revólver cerca. La tensión de esta sociedad me agobiaba. Y respecto de la danza, no había posibilida­d de trabajar como freelance.

–¿Te quedó algo como coreógrafa de la gente con la que trabajaste esos años en Batsheva?

–Me quedaron sobre todo cosas de Naharin. Tiene un lenguaje propio, único, que viene de un lugar muy arcaico; su danza no es decorativa, nunca es un relleno y aunque sea abstracta, su profundida­d traspasa, atraviesa al público. Eso me quedó de él.

–¿Y después de Israel qué hiciste? –Me fui a Amsterdam a visitar a unos amigos. Hice millones de audiciones sin conseguir nada; pasé el año lavando platos y limpiando un estudio de danza a cambio de clases gratis. Y después me enteré de que había una audición para la compañía de Alain Platel, que está radicada en Gantes. Sigo viviendo allí; trabajé veinte años con él pero al mismo tiempo empecé a hacer cosas propias. Ahora tengo mi grupo, Monkey Mind Company. El nombre viene de la mente inquieta del siglo XXI, que no puede anclarse en nada, y está relacionad­o con un modo de composició­n mío vinculado a su vez con la idea de las emociones y los pensamient­os que cambian caóticamen­te todo el tiempo; me interesa cómo traducir eso al movimiento. La idea del Monkey Mind está siempre presente en mis obras, como esta que estrena el Ballet del San Martín; esa energía exacerbada que nunca se detiene, donde la pausa tiene la misma intensidad del movimiento. Una combinació­n entre lo poético y lo animal, y la forma pasa a un lugar secundario. Una coreografí­a pura, cuya dramaturgi­a me lleva mucho tiempo.

–Te relacionab­a, a lo mejor injustific­adamente, con la danza conceptual o la danza “no danza”.

–En Bélgica existe la “movida” conceptual del lado francófono, que es muy fuerte. Nosotros, del lado flamenco, estamos bastante alejados. Me gusta ver obras de danza conceptual pero personalme­nte me interesa más usar la fuerza del cuerpo en acción.

–¿Volverías a vivir en la Argentina? –Siempre sostengo esa ilusión, si se dieran las condicione­s. Soy una persona distinta aquí a como soy en Gantes. Allí tengo que pensar antes de decir algo porque nunca sabés cómo va a caer.

 ?? DIEGO WALDMAN ?? Nómada. Lisi Estaràs pasó algunos años en Israel, con la emblemátic­a compañía de Naharin, y luego recaló en Holanda. Ahora vive en Bélgica.
DIEGO WALDMAN Nómada. Lisi Estaràs pasó algunos años en Israel, con la emblemátic­a compañía de Naharin, y luego recaló en Holanda. Ahora vive en Bélgica.

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