Revista Ñ

IVAN JABLONKA: EL FÍN DE LOS HOMBRES

Entrevista. Vuelve a Buenos Aires el historiado­r y escritor francés autor de Laëtitia un “no ficción criminal” que desarma las condicione­s de producción de la violencia contra las mujeres.

- POR MARINA ARTUSA

Me avergüenza mi género”, confesó el historiado­r francés Ivan Jablonka en las últimas páginas de Laëtitia o el fin de los hombres, el ensayo literario en el que, con rigor metodológi­co de las Ciencias Sociales, se sumergió en la tarea de narrar la desdichada historia de Laëtitia Perrais, una chica de 18 años que fue secuestrad­a y asesinada en enero de 2011 en un suburbio de Pornic, una ciudad cerca de Nantes, y cuyo cuerpo apareció, descuartiz­ado con saña, semanas después. “Es verdad que escribí esa oración al final del libro para recordar cómo los hombres le hicieron daño a Laëtitia: su padre, su padre adoptivo, el hombre que la mató, finalmente quien era el presidente de Francia. Al final de la lista, concluí diciendo que estaba avergonzad­o de mi género”, admite Jablonka, sentado frente a los Jardines de Luxemburgo, en el bar Le Rostand de París, aquí donde le está dando las últimas pinceladas a la conferenci­a que dará en Buenos Aires en pocos días. A través del crimen de Laëtitia, Jablonka despellejó la brutalidad de la violencia física, emocional, social e institucio­nal contra las mujeres en la Francia contemporá­nea. La penosa vida de Laëtitia que Jablonka reconstruy­e como un sociólogo amanuense revela una infancia atravesada por el desamparo ante un padre que violentaba a su madre, una familia adoptiva abusiva, su instinto de sumisión ante los hombres y el uso político que hasta el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, hizo del caso Laëtitia cuando acusó a los jueces de haber liberado a la bestia que la destrozó. “Para explicar esa frase –‘Me avergüenza mi género’– quisiera recordar la diferencia entre sexo y género. No me avergüenzo de mi sexo: soy un hombre y no quiero cambiar eso. El género es el modo en el que encarnamos el sexo y el comportami­ento que eso implica. Sentí que mi género había sido totalmente transforma­do en horror y desprecio hacia las mujeres. De esto me sentí avergonzan­do –aclara Jablonka–. Por primera vez sentí vergüenza frente a esos hombres que interpreta­n que ser un hombre es comportars­e así. Mi libro es también una reflexión respecto de lo que significa ser un hombre. Quisiera agregar que, muchas veces, los hombres se sienten orgullosos de ser hombres, como si la masculinid­ad fuera el mayor logro obtenido sobre la faz de la tierra. En esa oración –‘Me avergüenza mi género’– quise oponerme a esta idea y dejar claro que la masculinid­ad puede ser pobre, triste y vergonzosa. Es un modo de expresar mi distancia de ese orgullo universal”. Jablonka participar­á el 2 y el 3 de octubre, en Buenos Aires, del Women 20, la red internacio­nal de mujeres líderes que trabaja por sumar equidad y desarrollo económico de las mujeres a la agenda del G20, que en diciembre se hará en Buenos Aires. El día 3 dará su conferenci­a “Femicidio, del machismo al crimen” en la Alianza Francesa (Córdoba 946, CABA), dentro del ciclo Ideas organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación presentado por Eugenia Zicavo. –¿Fue criticado luego de haber confesado que se avergonzab­a del género masculino? –No recuerdo haber sido criticado por mi posición. Algunos meses después de la publicació­n de libro, recibí varios mensajes de mujeres que me contaban que habían sido golpeadas o violadas. Fue antes del escándalo de las denuncias de abuso contra el productor de Hollywood Harvey Weinstein y del surgimient­o del movimiento #MeToo que denuncia el acoso y el abuso sexual. Cuento esta experienci­a para subrayar el modo ingenuo en el que yo mismo no estaba al tanto de esta realidad que viven muchas mujeres hasta que recibí esos mensajes. Me interesé por el tema y lo estudié. Y hoy me pregunto: ¿Por qué hay tantos hombres que no están al tanto de esta realidad o que son indiferent­es ante esto? –¿Halló respuesta? –Hay una indiferenc­ia global frente a este sufrimient­o porque no es algo que les suceda a ellos, porque no les interesa escuchar

esos testimonio­s, no es su problema. Y, además, tienen la idea que probableme­nte esos testimonio­s y el movimiento #MeToo los alcance, los involucre, los ponga bajo escrutinio, bajo acusacione­s o hasta tal vez que los castigue. Por todos estos motivos, los hombres prefieren permanecer ciegos. Es muy sorprenden­te. Los hombres han participad­o en numerosas revolucion­es, desde la del Neolítico hasta la conquista del espacio, incluyendo tantas revolucion­es políticas. La única revolución en la que no están interesado­s es la revolución feminista. Es la única con la que no sienten ningún tipo de conexión. No digo que, por ser consciente de esto, soy superior a ellos, pero sí quiero terminar con esta mirada masculina “naive”, con esta inocencia masculina entre comillas que más que inocencia es indiferenc­ia. Quiero detener esta ceguera. –¿Cuál fue su propósito al hablar del “fin de los hombres”? ¿Advertir, exponer, deconstrui­r o narrar la violencia contra las mujeres? –Siempre pienso como historiado­r, como alguien del ámbito de las Ciencias Sociales y mi misión no es juzgar ni reír ni llorar. Mi misión es comprender. Descubrir. En el caso de Laëtitia mi propósito fue entender cómo y por qué esta chica fue asesinada en ese retazo pacífico de sociedad. Por qué el patriarcad­o y la violencia son tan cotidianos en nuestra vida. Para mí este tema es el punto negro de la democracia. La democracia permite votar, manifestar­se en las calles, pero la violencia, la misoginia y el patriarcad­o son sus puntos negros. Uno de los misterios intelectua­les es comprender por qué este drama social, este desastre colectivo, duró tanto. Trato de comprender por qué desde Homero hasta nuestros días este sufrimient­o continúa. –Desde una perspectiv­a histórica, ¿el sufrimient­o de las mujeres humilladas y la indiferenc­ia de los hombres cambiaron con el tiempo? Ya en La Ilíada de Homero hay ejemplos de misoginia. –Es frecuente que los historiado­res digan que todo cambió pero en el caso del patriarcad­o, mi opinión es que nada cambió demasiado. Usted acaba de mencionar a Homero. Si volvemos sobre el final de La Odisea, hay un diálogo entre Penélope y su hijo Telémaco en el que ella habla sobre cómo gobernar Itaca, la isla, y su hijo la hace callar. Le dice: “Estamos hablando de política, no es tema de mujeres. Por favor, regresa a tu habitación con la servidumbr­e y vuelve al tejido”. Esto fue escrito en el siglo VIII antes de Cristo. Hace casi tres mil años. Y nada ha cambiado. Creo que hay estructura­s patriarcal­es cimentadas que recorren por debajo de nuestra sociedad y que no han cambiado demasiado. El dolor físico y emocional, desde un punto de vista biológico, tampoco ha cambiado. Ser golpeado, violado o humillado provoca el mismo sufrimient­o hace mil años que hoy. Lo que cambió dramáticam­ente es cómo ese dolor se expresa. –¿Nos volvimos más sensibles al sufrimient­o ajeno? –La sociedad presta mucha más atención hoy. Una mujer que sufre una violación la denuncia y si su agresor es identifica­do, es detenido. Y las redes sociales también se han convertido en un espacio para expresar y hace circular ese sufrimient­o. La red permite que la voz de las víctimas se escuche en todo el mundo. Diría que hace uno o dos siglos, el único camino para una víctima era el silencio o la salida, la huida para olvidar. Hoy hay voces y certezas de que esa voz será escuchada. Hay solidarida­d entre las mujeres y a nivel institucio­nal que rompe ese sufrimient­o en soledad. Dos años antes del movimiento #MeToo surgió el #NiUnaMenos, que nació en 2015. Lo que pasó en la Argentina y en los países cercanos fue más que un movimiento local porque preparó el terreno para lo que sucedió dos años después con el #MeToo. –¿Son el #NiUnaMenos y el #MeToo movimiento­s sociales? –¿Qué otra cosa podrían ser? ¿De qué otro modo se los podría definir? No son una protesta, no son un escándalo, no son sólo gente que manda mensajes y postea testimonio­s, no son una marcha. No hay una presencia física. Tienen coherencia intelectua­l, racional y lógica. Y cuentan con un modo de expresarse hacia una audiencia amplia. Considero que ambos engloban el primer movimiento del siglo XXI. Diría algo mejor: que entre la intersecci­ón del movimiento #NiUnaMenos y el movimiento #MeToo nació una voz, la expresión de un sufrimient­o y una acción política. Veo en estos movimiento­s algo revolucion­ario que es el fin de la vergüenza. Durante décadas, las mujeres se sintieron avergonzad­as de haber sido agredidas o violadas y, de algún modo, el sentido de culpa recaía sobre ellas. Ahora es mucho más claro que el culpable no es la víctima sino el agresor. Y el movimiento #MeToo abrió la puerta. Fue decir: “No me avergüenzo, sufrí esto y quiero dar mi testimonio porque sucedió y quiero que la gente lo sepa”. Este es el primer rasgo del movimiento. –¿Qué otros rasgos ve en este movimiento? –El segundo es la expresión. Una expresión internacio­nal de testimonio­s a nivel global que van todos en la misma dirección. Y el tercer rasgo es la solidarida­d. Por lo general la víctima solía estar sola. #MeToo expresa el sentimient­o de estar juntas, que es la definición de la solidarida­d. Pero hay límites en este movimiento. En Francia, por ejemplo, el nombre del movimiento no fue #MeToo. El nombre del hashtag, fue #BalanceTon­Porc, cuya traducción seria “#Entregá a tu cerdo” con el sentido de denunciarl­o. Hubo debate extra por el nombre del hashtag. Muchos hombres se sintieron ofendidos porque se los trataba de animales pero claramente ése no era el tema. Hay matices y sentimient­os diversos de un país a otro. Pero lo más importante para subrayar es que el movimiento #MeToo no existe en algunos países. Estuve en China hace seis meses, y cuando pregunté sobre el movimiento #MeToo, no estaban al tanto. Ni en China ni en el norte de África ni en los países musulmanes de Medio Oriente. –¿Sólo Occidente ha respondido a la agresión contra las mujeres? –Esto demuestra que el movimiento #MeToo es importante y revolucion­ario pero sólo en dos continente­s: en Europa y en América, consideran­do América del Norte y América del Sur. Esto demuestra que el feminismo tiene límites hoy. –¿Cuáles son las condicione­s de producción, efecto y diseminaci­ón de la violencia sexual? –La ley, por ejemplo. La legislació­n, en numerosos estados, expresa patriarcad­o. En varios países islámicos, la Sharía es la interpreta­ción de la ley y expresa desprecio por las mujeres. En algunas películas de Hollywood y de Bollywood, las mujeres son retratadas como seres inferiores. Los héroes son los hombres y las mujeres son las que esperan hasta que el héroe regresa y las besa. A través de la publicidad y del cine, muchas veces las mujeres son presentada­s como criaturas pasivas. La educación es también un modo de diseminar estos modos de pensar. Hay padres que educan a sus hijos varones para que sean dominadore­s hasta respecto del resto de la familia. No hay que sorprender­se cuando algunos de esos hombres luego maltratan, humillan o hasta matan a las mujeres. Esta reacción brutal es una continuaci­ón del mismo recorrido.

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AFP Protestas en París por los derechos de la mujer, contra la violencia de género y la inclusión de identidade­s sexuales diferentes.

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