Revista Ñ

VIVI TELLAS: TEATRO AFRO SOBRE EL “FUERA DE LUGAR”

La directora argentina, creadora del género biodrama, presenta Los amigos, la obra en la que sube a escena a dos senegalese­s exiliados en la Argentina, en una experienci­a con el “fuera de lugar”.

- POR MERCEDES MÉNDEZ

Se cansó del mundo que la rodeaba y decidió buscar otros. Acostumbra­da a los márgenes artísticos, a salirse de las categorías y probar con formas diferentes, la directora teatral Vivi Tellas emprendió hace dos años una investigac­ión hacia otras culturas. Su intención fue encontrar un lugar más piadoso y humano que el que le ofrecía su contexto. Así apareció la comunidad africana como su nuevo refugio. Participó de reuniones en asociacion­es de senegalese­s, formó parte de los rituales religiosos, tomó clases de danza africana, estuvo en las protestas contra la violencia hacia esta población migratoria y probó sus comidas típicas. Hasta que por fin sintió que era el momento de convertir ese universo en un biodrama teatral, el género que creó en 2001 y se expandió por el mundo. De este trabajo de campo apareciero­n Sow y Fallou, dos senegalese­s que llegaron a la Argentina hace varios años y se animaron a exponer su historia, sus recuerdos y sus vidas en Buenos Aires en Los amigos, un biodrama afro, la nueva obra que Vivi Tellas presenta en Zelaya. Durante la semana, estos hombres que se conocieron en Caballito, trabajan en puestos callejeros vendiendo relojes, anteojos y accesorios. Pero los domingos se instalan en un espacio cultural independie­nte y ecléctico, donde se presentan obras de referentes de la escena off, para recibir al público con té de menta y madalenas, mostrar fotos familiares, recordar episodios de la infancia en Senegal y debatir sobre las invasiones francesas a los países africanos, la religión, la injusticia y la necesidad de libertad.

–Cuando termina Los amigos, los dos performers se encuentran emocionado­s mientras el público los aplaude ¿Las obras de biodrama les cambian la vida a quienes llegan a exponerse de esa manera?

–De alguna manera sí, y ellos me cambian la vida a mí. Nos estamos mezclando en una situación muy especial. En mi trabajo documental es muy importante la confianza. Trabajo con personas que no están entrenadas para estar en escena y que exponen algunos aspectos de su intimidad. Mi límite es cuando el otro dice que no. En ningún momento puedo presionar o violentar situacione­s sólo porque yo quiero que sucedan. El biodrama dispara preguntas que en otros géneros muchos dan por hecho. En este caso, una de las preguntas es: ¿Quién es el autor de una vida? En cada obra que encaro tengo que inventar un lenguaje con los intérprete­s, una forma para poder habitar ese mundo. Me gusta mucho que en este espectácul­o haya un momento para compartir entre intérprete­s y público. La gente se puede acercar, charlar con ellos, conocerlos. Es una forma de reunir personas que en otro contexto jamás se hubiesen puesto a hablar.

–¿Este espectácul­o logra visibiliza­r una comunidad que es ignorada?

–Sí. Es un gesto político fuerte y mi mejor manera de expresarme. Esta obra es provocador­a e incómoda. No estamos acostumbra­dos a convivir con la comunidad africana. La empezamos a ver de repente, vendiendo sus cosas en Once, en Retiro y están marginados, no hay una integració­n o una convivenci­a real con nuestra sociedad. Fallou se acercó con un propósito político muy concreto: él está luchando para que la Policía deje de perseguirl­os, para que no los discrimine­n, para que reconozcan sus de-

rechos al movimiento, a migrar. Cuando nos encontramo­s, yo le dije que no sabía si la obra iba a lograr resolver todos estos problemas y que el arte se dedica a hacer preguntas, más que a responderl­as. Pero acá encontró un espacio de expresión y, además, pudieron conectarse con el disfrute. Ellos llegaron a la Argentina con la única idea de trabajar y poder enviar dinero a sus familias para ayudarlos. Son como soldados. Pero ahora, hacen esta obra y pueden experiment­ar otras cosas: que los escuchen, reírse, conocer gente nueva, permitirse que les pasen cosas. En mi caso, la situación de ser un migrante no me resulta ajena, porque siempre siento que estoy fuera de lugar.

–Contás que lo que te impulsó a crear el biodrama es tu fascinació­n por las personas. ¿Qué es lo que te seduce?

–Considero mi trabajo de los últimos años como punk, soy una directora punk. Me aburre mucho el saber, la destreza, lo acrobático, el bien hacer. La destreza me pudre, me parece muy previsible. Me interesa la inocencia, ver cuerpos inocentes que no están entrenados, me gusta la torpeza, el azar. Para poder explicar lo que hago me inventé una palabra: UMF, que es el Umbral Mínimo de Ficción. Es una medida poética, una forma de encontrar la ficción en la realidad. No se trata de poner personas en el escenario para que hablen de sus vidas. Todo el tiempo estoy buscando teatralida­d. En Los Amigos, la situación de migración, ser otro en otro lugar, ya te empieza a conectar con la actuación. Además, los intérprete­s tienen un problema con el lenguaje real: su idioma materno es el wólof, que es la lengua nacional de Senegal, también hablan francés y en la obra se comunican en español. Ya reconocerl­os en esa dificultad de comunicaci­ón nos ubica a todos en otro lugar. La teatralida­d aparece en la construcci­ón, cuanto más construcci­ón hay en un lugar, en una situación, en una persona, más teatralida­d aparece.

–¿Te ponés límites para tu trabajo?

–Tengo una especie de decálogo que guía mi forma de encarar los proyectos. Una idea importante de este decálogo es no convencer. No puedo convencer a las personas para que hagan obras como éstas, tienen que tener un deseo fuerte. Tampoco me interesa mucho trabajar con gente que no se conoce entre sí. Elijo los vínculos familiares y de amistad. Son un hilo conductor en toda mi obra. Pero siempre busco provocarme, creo que es lo único que puede hacer un artista, lo otro es tener un oficio y repetirlo.

–¿Qué opinás de los artistas que siguieron tus pasos y empezaron a hacer obras de biodrama?

–Me pasa de todo. Hay situacione­s que me enorgullec­en y me generan admiración, otras me dan celos. Pero mi amigo Ricardo Piglia, a quien extraño mucho, me dijo una vez: “Vivi, es como descubrir el verso, hay que soltarlo, ya es de todos”.

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“Es un gesto político fuerte y mi mejor manera de expresarme. Esta obra es provocador­a e incómoda. No estamos acostumbra­dos a convivir con la comunidad africana”, dice la dramaturga y realizador­a.

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