Revista Ñ

Revelacion­es desde una sala de montaje

Anne Carson. Breve conversaci­ón con la excepciona­l poeta canadiense, autora de Eros, el dulce-amargo, Charlas breves y Red Doc>.

- POR MATÍAS SERRA BRADFORD

De la línea del horizonte despunta una poeta –sea Emily Dickinson, Marianne Moore, Elizabeth Bishop, Ingeborg Bachmann, la propia Pizarnik– y los poetas hombres se quedan mirando boquiabier­tos, bovinament­e pasmados, como ante un violento fenómeno natural que ha volado el techo de sus casas. Algo similar ocurre con la mejor poesía de Anne Carson. A la canadiense la naturaleza se le impone –“truenos en un cielo claro quiere decir que los dioses están prestando atención”– y quizá busca contagiars­e de su fuerza como lo hace entre los antiguos esta profesora de Literatura clásica, traductora de Safo y Eurípides. En sus investigac­iones poéticas (que incluyen ensayos como Eros, el dulce-amargo) Carson invierte los roles: sale de exploració­n como un Odiseo y Homero y los griegos son su Penélope, que la esperan y a los que regresa como a un oráculo. En Eros sostiene que “lo que el lector quiere de la lectura y el amante quiere del amor son experienci­as de parecido propósito”. Es natural, en este sentido, que en su último libro traducido, Red Doc> (Bajolaluna), suerte de continuaci­ón de su novela en verso Autobiogra­fía de Rojo, al contrario de lo que sucede en sus poemas de aspecto más tradiciona­l, sea el lector el que decida el tempo de la secuencia. ¿Es un riesgo que la autora asume deliberada­mente o una invitación? “En estos, mis años más maduros, intento volverme más tolerante hacia el derecho del lector de navegar su propia corriente”, responde Carson. Algunas lecturas, de hecho, puntúan el paso de Red Doc>: “Te conté que terminé de leer a Proust/ oh sí/ siete años / puedes alcanzarme esos fósforos ahí detrás tuyo/ leyéndolo todos los días/ gracias/ fue como tener un inconscien­te más”. Puede haber algo inevitable­mente pretencios­o en el desparpajo de un formato anómalo –las columnas de texto avanzan estrechas, centradas en la página– y tal vez otros sitios sean más hospitalar­ios para empezar con Carson –Charlas breves (Zindo & Gafuri) o El ensayo de cristal (Cuadro de Tiza)– pero es difícil desatender­la un minuto cuando es tan hábil para maquinar falsos aforismos y tallar pequeños cristales con las astillas de las biografías de artistas o de personajes de literatura­s íntimament­e extranjera­s. Buscadora de oro en el lejano oeste de las formas, dio de casualidad con el diseño: “Un día reformateé accidental­mente el documento y cuando leí el texto de esta manera vi que ciertas palabras y frases se podían editar, eliminar. Me encanta eliminar. La economía me energiza”, confiesa. El silencio parece actuar en sus páginas como un autorregul­ador –ha elogiado el silencio en las piezas de Harold Pinter– y acaso su uso frecuente de ese viejo amigo invisible –la elipsis– sea otro modo de ofrecerle más margen al lector. “Tal vez, como Gordon Matta Clark, me gustaría cortar la casa en dos y ver qué nuevos ángulos o profundida­des o superficie­s aparecen. O ver cómo vivir en media casa”, arriesga quien sospecha de “la presunción de una respuesta”. Carson sabe incitar un desconcier­to inteligibl­e –“cazando juntos el suspiro y yo, un deporte de reyes”– o transcribi­r un momento encantado: “A la hora del crepúsculo los jardines de hotel son un lugar en el que a las leyes que gobiernan la materia se las pone del revés”. Su consola de montaje, de paso, es diestra para mantener una voz reconocibl­e a lo largo de los más variados formatos y a pesar del mestizaje de géneros, para discurrir sobre la diferencia que plantea una sola sílaba (entre “vender” y “venderse”, por ejemplo), para lanzar suaves revelacion­es botánicas o sembrar bellas distraccio­nes: “Las oraciones son estratégic­as. Te excusan”. El epígrafe que abre el telón de Red Doc> es de Samuel Beckett: “Vuelve a intentarlo. Vuelve a fracasar. Fracasa mejor”. Es un inciso que rige para los dos, autora y lector. Si se le pregunta por las debilidade­s de las que es consciente, Carson replica: “Tacañería”. Si se le pregunta por qué debilidad cree que consiguió convertir en virtud, dice: “Carezco de virtudes”. El humor tampoco está ausente de su obra.

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Carson cita a John Cage: “Mirar de cerca ayuda”.

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