Revista Ñ

La Web como encicloped­ia infantil

Ensayo. Cybertlön, el nuevo trabajo del escritor Luis Sagasti, apuesta a la creación y análisis de series proliferan­tes y de sugerentes redes de alusiones.

- POR FERMÍN A. RODRÍGUEZ Fermín A. Rodríguez es crítico, investigad­or y docente. Publicó Un desierto para la nación.

Importa que el lector de Cybertlön se imagine Lo sé todo, la encicloped­ia infantil de fines de los años 60 que prometía, a través de sus doce tomos multicolor­es, acceder a la suma del saber universal. No cuesta imaginárse­lo, hoy que Lo sé todo, como la vieja encicloped­ia de Tlön del cuento de Borges, ha invadido la realidad bajo la forma de la Web: imágenes que se suceden una detrás de la otra, sin seguir ningún orden temático, ni alfabético, ni de ninguna otra índole más que la curiosidad de un lector ansioso por querer mirarlo todo, de golpe, al mismo tiempo. Saberlo todo es saberlo ya, aquí y ahora, en un presente detenido que paradójica­mente se mueve de imagen en imagen sin orden ni progreso, sin maduración del conocimien­to, sin causalidad lógica o narrativa. Es difícil de imaginar y de recordar, pero antes de Internet había vida, y la relación con el abrumador banco de películas, canciones, libros, imágenes y artículos que hoy hace posible la Web refuerza algo que ya estaba marcado en el ánimo de una generación que hojeó con ansiedad las páginas de el aleph de niños como alguna Lo vez sé todo, lo fue baby el boomer autor de Cybertlön, Luis Sagasti, un nacido en Bahía Blanca que, sin melancolía, viene a hablarnos de una transforma­ción en los modos de producir y contemplar imágenes, de escuchar música, de ver películas y de leer historias que llegó con la fuerza de lo inevitable para reconfigur­ar el mapa de lo sensible. Enriquecid­a por un siglo de modos de ver y de decir asociados al arte moderno, nuestra experienci­a estética actual –nuestros modos de percibir y de sentir– se ex- tiende más allá de las formas autónomas y cerradas del modernismo. Lo que un espectador o un lector de hoy entiende por mantener junto frente a una colección de materiales dispersos en una pantalla, no puede ser lo mismo que podía imaginarse en el pasado, frente a una obra como sistema de dependenci­as internas. En correspond­encia con la diversidad de fuentes y discursos que conviven en una pantalla, la multiplici­dad de géneros que pueden encontrars­e hoy en un texto exige un modo de leer y de producir sentidos que lo apuesta todo a la yuxtaposic­ión de series más que a la construcci­ón de argumentos o a la invención de intrigas. ¿De qué están hechos esos artefactos híbridos, tan difíciles de encasillar en un género, como son los libros de Sagasti –Una ofrenda musical, Bellas Artes o Maëlstrom– , si no es de series proliferan­tes y redes móviles de referencia­s y alusiones que conectan la tradición literaria con otros discursos de la cultura, pero al paso lento de un cyberflâne­ur que no renuncia, en el pasaje de formato, a la velocidad de lectura del lenguaje escrito? En este sentido, “Trenes” y “Computador­as”, las dos máquinas de leer y escribir que se reparten Cybertlön, son dos figuras de enlaces entre textos y universos que le sirven a un artista como Sagasti para pensar no tanto en obras y autores como en los nexos en que las obras y los autores se disuelven. Los trenes son en principio la modernidad, el movimiento continuo de la Historia como encadenami­ento de hechos y avance hacia el futuro. Pero el tren de la historia que nos cuenta Sagasti es el que se les viene encima a los espectador­es de la primera película de los hermanos Lumière, que al salir de la pantalla, quiebra la contemplac­ión extática de las imágenes representa­tivas. El tren del arte moderno nos aleja del verosímil narrativo, a medida que el arte deja de representa­r el mundo y se vuelve sobre sus aspectos formales: un errar autónomo sobre el lienzo, un dejarse llevar por una cadencia musical sin centro definido, una trama que es puro deriva difusa, como el monólogo de Molly Bloom. El tren se detiene en Auschwitz, donde la continuida­d del progreso se interrumpe, “como si a lo sucedido no se le pudiera encontrar un sentido”. Hoy el viaje quieto frente a una pantalla de computador­a es la imagen del progreso, y lo que se desplaza por ella no es tanto un nuevo tipo de imágenes como un nuevo vínculo entre las imágenes y la informació­n que se presenta de manera sucesiva. La disponibil­idad casi sin límites de música, films y textos literarios transforma­n un arte que ya no trabaja con materias primas o materiales crudos sino con manufactur­as –los infinitos bienes culturales de la Web– apropiable­s y refunciona­lizables según una lógica de la yuxtaposic­ión y el montaje. Escribir es hacer máquina con el mundo, conjugarse con todo tipo de flujos. En este sentido, a un texto de Luis Sagasti no hay que preguntarl­e qué quiere decir, sino cómo funciona, a qué se conecta, cómo avanza, qué es lo que quiere. Y como dijimos al principio: la máquina Sagasti lo quiere todo.

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LOS ANDES El autor. Su primera novela fue “El canon de Leipzig” (1999); la última es “Maelstrom (2015)
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Cybertlön Luis Sagasti Tenemos las máquinas 90 págs. $260

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