Revista Ñ

Un médico dedicado a matar

La vida del doctor Josef Mengele, activo en el campo de exterminio nazi de Auschwitz, que luego escapó a la Argentina, Paraguay y Brasil.

- POR ALFREDO GRIECO Y BAVIO

“El imperio de los signos es la prosa” aseveró Jean-Paul Sartre en 1947 en ¿Qué es la literatura? Pareja recuperaci­ón de lo prosaico en la literatura –dirigida a iluminar las zonas más oscuras de la posguerra mundial– reivindica la novela biográfica La desaparici­ón de Josef Mengele del escritor y periodista Olivier Guez, ganadora en 2017 del premio Renaudot. El autor extrema la premisa, y en los dos centenares y medio de páginas de esta ficción, poco parece invención o licencia: ningún detalle luce como especulati­vo, todos son verosímile­s, cada uno resulta de una investigac­ión de años, documentad­a con minucia pero sin obsesión. Son treinta años de vida de Josef Mengele, dos veces doctor, en Antropolog­ía y en Medicina, capitán de las SS, médico del campo de exterminio de Auschwitz, médico que no curaba sino que mataba, mediocre pero pertinaz investigad­or con deportados judíos que salvaba de la cámara de gas solo para someter a experiment­os fatalmente inconducen­tes pero metódicame­nte crueles. Pero estos treinta años de vida del Mengele desapareci­do, aquellos que cubre la acción de la novela de Guez, son aquellos en los que él ya no es culpable de nada (más) y nosotros somos culpables (de todo). Son las tres décadas que vivió huyendo, con buen éxito, desde ser bienvenido en la Argentina peronista, y después trabajando en Paraguay y Brasil. Al fin, este protagonis­ta mayor del Holocausto se encontró en 1979 con su destino sudamerica­no, sin haber sido nunca juzgado por sus crímenes de lesa humanidad. La novela empieza un “22 de junio de 1949, cuando Helmut Gregor (el nombre falso que aceptaron para Mengele diplomátic­os argentinos en Italia) ha alcanzado el santuario” de Buenos Aires. “Avella- neda, La Boca, Montserrat, Congreso. Ante un mapa desplegado, se familiariz­a con la topografía y se siente diminuto ante el damero”. El damero de la capital argentina y su conurbano de inmediato le evoca, como cara boreal de esta contracara austral, a Auschwitz, “otro damero, barracones, cámaras de gas, crematorio­s, vías férreas, una ciudad prohibida sumida en el olor acre de carne y pelo chamuscado­s y rodeada de torretas y alambre de púa. En moto, en bicicleta y en coche, circulaba entre las sombras sin rostro. Su laboratori­o, el mayor del mundo, que él alimentaba con ‘material humano idóneo’ (enanos, gigantes, tullidos, gemelos) con la llegada diaria de los trenes. Inyectar, medir, sangrar; descuartiz­ar, practicar autopsias”. La novela concluye en 2016, mucho después de la muerte de Mengele, cuando sus “restos son abandonado­s a las manipulaci­ones de los médicos aprendices de la Universida­d de São Paulo: desconfian­za, el hombre es una criatura maleable, hay que desconfiar de los hombres”. El estudio filosófico y crítico de Sartre había sido una urgente celebració­n de la prosa, redentora de la crisis de significac­ión arrastrada de las vanguardia­s, e instrument­al para explorar e iluminar el pasado reciente y el futuro inmediato. “La guerra de 1914 precipitó una crisis del lenguaje –observaba Sartre-, la guerra de 1940 lo ha revaloriza­do”. El modernismo (y después el posmoderni­smo) desafiaron la tradición del realismo literario. Guez comparte, en su novela, la misma convicción que Sartre: los signos significan otra vez y a través del compromiso, la literatura vuelve a ser auténtica, recobra sus funciones de denotación y representa­ción. Con sus plenos poderes recobrados, la literatura tiene una misión, para Guez. Aquella que enuncia el epígrafe que escoge para su novela: “Tú que hiciste tanto daño a un hombre sencillo / soltando una carcajada al verlo sufrir, / no te creas a salvo / pues el poeta recuerda”. Son versos de Czeslaw Milosz, huido de la misma Polonia que Mengele abandonó a la desesperad­a en enero de 1945. Esta misión elegida, a estas alturas, se delinea ya como una dominante en la literatura francesa del siglo XXI. De Emmanuel Carrère a Virginie Despentes y a tantas otras figuras, en el horizonte del cuarto de siglo tras la caída del Muro, el fin de la Unión Soviética y la evaporació­n del comunismo como referencia política y moral. Entre ellas Éric Vuillard, que ganó el Premio Goncourt 2017 (anunciado, según la tradición, el mismo día, en el mismo lugar y a la misma hora que el Premio Rénaudot que ganó Olivier Guez) con su novela histórica El orden del día, sobre la anexión violenta de Austria por Hitler en 1938. La literatura se ofrece como reparación del pasado, como el agente de una justicia retrospect­iva que fijara –y pagara– la indemnizac­ión de los daños de la historia y los desfalleci­mientos de la memoria, como grito auroral de una era de la hipermnesi­a: en cada libro, cada página, cada línea, el compromiso sartreano corre el riesgo de volverse catarsis o terapia.

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Foto de perfil y frente del criminal, que consiguió huir –en nuestro país, amparado por el gobierno peronista– y no ser juzgado.
 ??  ?? La desaparici­ón de Josef Mengele Olivier Guez Trad. J. Albiñana Tusquets 256 págs. $349
La desaparici­ón de Josef Mengele Olivier Guez Trad. J. Albiñana Tusquets 256 págs. $349

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