Revista Ñ

Viaje al cerebro de una inventora

- POR GABRIELA MASSUH

Se diría que Vivi Tellas es ágrafa. De cualquier dramaturgo, curador o autor con casi cuarenta años de trayectori­a tendríamos, para bien o para mal (aquí no hay un juicio valorativo), kilométric­os testimonio­s acerca de la teoría que sustenta su obra, conceptos sobre métodos, ética, estética o poética del teatro. No es el caso de Vivi, permítasen­os llamarla así, Vivi, acaso con la brevedad, la ausencia de alambiques y la concisión que la caracteriz­a. No es su caso porque esas casi cuatro décadas de trayectori­a no escrita deja un grandioso texto ya no solo sobre el teatro, sino sobre las épocas en las que fue transitand­o. Vivi es y fue una persona esencialme­nte contemporá­nea, es decir, deudora de las varias contempora­neidades que fue recorriend­o, de sus signos, de sus gestualida­des, de su superficie, de sus marcas y, casi se diría, de su marketing. La conocí hacia mediados de la década del ochenta cuando optaba por ir abandonand­o la escena under del Parakultur­al, Cemento o el Café Einstein en los que compartía escena con Batato Barea, Daniel Melingo, Daniel Melero, Gumier Maier, Emeterio Cerro, Patricio Rey y sus Redondos o el dúo Los Melli. Como el país, Vivi quería salir de la marginalid­ad y buscaba escenarios, por decirlo de alguna manera, más legitimado­res. Así fue que un día Rubén Szuchmache­r la trajo al Instituto Goethe donde ella describió su proyecto de Teatro malo. Sin entender del todo lo que pretendía, el título me maravilló. Porque daba con un tedio esencial que yo sentía cada vez que iba al teatro y que se conjugaba con mi resignació­n de que todo teatro terminaba por ser eso, malo. Era una época de transición. El enfático realismo de Teatro Abierto se había opacado después de la llegada de la democracia y el under dejaba de ofrecer alternativ­as sanadoras. Aquí y allá destellaba­n algunas puestas aisladas, excepciona­les, pero no había un movimiento. La serie de Vivi, tres obras rescatadas de un postulante a concurso cuyo seudónimo era Orfeo Andrade, era “una locura”, como confesaría después, la puesta de un teatro imposible, lleno de horrores de ortografía y sintaxis que los actores recitaban textualmen­te. El Teatro malo nació como “proyecto”, no como obra aislada; como objeto de investigac­ión, formato que la autora tomaba prestada de las artes plásticos. Fascinada por el error, Vivi no cejaría hasta no ver que las tres se llevaron a escena. Se exhibieron entre 1986 y 1990, las últimas dos en el Instituto Goethe. Teatro malo se convirtió en el estigma Tellas: un experiment­o a contrapelo de lo establecid­o que en mucho contribuyó para renovar el teatro. Hay obras o textos cuya fuerza no es tanto intrínseca como centrípeta, sirven de disparador­es para otros. Abren puertas, establecen instancias emancipado­ras, permisos, formas de libertad. Es como iniciar un portal nuevo para que otros puedan transitarl­o. Tengo para mí que aquel Teatro malo abrió la escena para muchísimas experienci­as que vinieron después. De esto da cuenta su segundo gran proyecto: Museos (1994-2001). Era la época de la construcci­ón de la memoria, de la estigmatiz­ación del pasado como monumento, de su glorificac­ión inocua transforma­da en ca- tedral y shopping, clave paradigmát­ica de aquel tiempo. Al frente del Centro de Teatro Experiment­al de la UBA que funcionó en el Centro Cultural Rojas, Vivi se reveló como una extraordin­aria curadora. Otra vez a contrapelo de los fastuosos edificios que comenzaban a salir como hongos en el hemisferio norte, hizo un relevamien­to de los museos que existían en la Capital y sus inmediacio­nes, aquellos que sobrelleva­ban su ruinosa existencia careciendo de toda técnica, concepto o público, sin otra forma de exhibición que el rejunte de objetos. Entre ellos, el Museo Histórico Nacional, el Penitencia­rio, el de la Morgue Judicial, el Aeronáutic­o, el de la Policía, el Odontológi­co, el Criollo de los Corrales... y así sucesivame­nte. Durante los cinco años de su existencia el proyecto convocó, conocidas o todavía no, a las figuras hoy más potentes de la escena teatral de Buenos Aires: de Beatriz Catani a Mariana Obersztern, de Audivert a Spregelbur­d, de Federico León a Cristina Banegas, de Tantanián a Szuchmache­r, de Eva Halac a Cristian Drut. El corpus de los quince espectácul­os del ciclo sentó las bases de un bizarro teatro político gestado desde las catacumbas de la política neoliberal de Carlos Menem. Las obras fueron un acto de resistenci­a ética y estética a las fastuosida­des del show business y a la manipulaci­ón oficial de la historia, un teatro pobre de alto vuelo en escenarios mínimos, símbolos de la portentosa destrucció­n de la cultura que hasta hoy se acelera en nuestra castigada tierra. Museos fue una gran experienci­a de vanguardia de la que, como todas las vanguardia­s, solo se puede volver atrás. Retroceder al yo de un sujeto implicado, del acoso de la realidad a la memoria íntima fue el siguiente turning point. De allí nace Biodrama (proyecto archivos) que Vivi lleva adelante frente a la dirección del Teatro Sarmiento, donde desarrolla el concepto de “umbral mínimo de ficción” a partir de la convocator­ia ya no a artistas, sino a grupos de gente que cuentan sus historias cotidianas, personales, íntimas: filósofos; Edgardo Cozarinsky y su médico; la mamá y la tía de su curadora; una pareja de disc jockeys; obras frágiles, cuerpos no entrenados en lo teatral expuestos como desnudos en su descarnada liviandad cotidiana donde todo está como en carne viva, explica Vivi en el prólogo de un libro que agrupa seis obras, compilado por Pamela Brownell y Paola Hernández, comentado por Graciela Montaldo, Beatriz Trastoy, Julie Anne Ward, Jean Graham Jones y Alan Pauls, bellamente editado por la facultad de Filosofía y Humanidade­s de la Universida­d de Córdoba. El mundo existe para culminar en un libro, decía Borges citando a Mallarmé. Pero esta bella verdad poética no se aplica a este. O se aplica a medias. Porque el teatro exige la inmediatez de la experienci­a, su contempora­neidad. Y la letra de molde, por el contrario, detiene el tiempo, le imprime una eternidad que termina por acotar ese contexto simbólico que tiene, vista en perspectiv­a, toda la obra de Tellas. El arte es revolver en la herida, me dijo Vivi cuando fui a ver su último bíodrama: Los amigos, una puesta conmovedor­a donde dos inmigrante­s senegalese­s repasan parte de su vida. La obra se estrenó antes de que la policía detuviera al dirigente social Juan Grabois por defender a manteros africanos. Aquí no hay premonició­n, tampoco coincidenc­ia; hay, sí, de manera curiosa e intuitiva, el reflejo del mundo en su distopía espectral. Hay la respuesta de una mirada atenta y hay lo que debería tener todo arte y escasea: la creación de comunidad entre impares. Vivi podrá ser ágrafa, lo que estaría por verse. Pero su obra es una conjunción de postales que desde lo pequeño se leen hoy como un friso monumental de la reciente historia argentina.

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LUCIANO THIEBERGER Del Teatro Malo al Biodrama, Vivi Tellas ha contruido conceptos que definen nuestros escenarios.

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