Viaje al cerebro de una inventora
Se diría que Vivi Tellas es ágrafa. De cualquier dramaturgo, curador o autor con casi cuarenta años de trayectoria tendríamos, para bien o para mal (aquí no hay un juicio valorativo), kilométricos testimonios acerca de la teoría que sustenta su obra, conceptos sobre métodos, ética, estética o poética del teatro. No es el caso de Vivi, permítasenos llamarla así, Vivi, acaso con la brevedad, la ausencia de alambiques y la concisión que la caracteriza. No es su caso porque esas casi cuatro décadas de trayectoria no escrita deja un grandioso texto ya no solo sobre el teatro, sino sobre las épocas en las que fue transitando. Vivi es y fue una persona esencialmente contemporánea, es decir, deudora de las varias contemporaneidades que fue recorriendo, de sus signos, de sus gestualidades, de su superficie, de sus marcas y, casi se diría, de su marketing. La conocí hacia mediados de la década del ochenta cuando optaba por ir abandonando la escena under del Parakultural, Cemento o el Café Einstein en los que compartía escena con Batato Barea, Daniel Melingo, Daniel Melero, Gumier Maier, Emeterio Cerro, Patricio Rey y sus Redondos o el dúo Los Melli. Como el país, Vivi quería salir de la marginalidad y buscaba escenarios, por decirlo de alguna manera, más legitimadores. Así fue que un día Rubén Szuchmacher la trajo al Instituto Goethe donde ella describió su proyecto de Teatro malo. Sin entender del todo lo que pretendía, el título me maravilló. Porque daba con un tedio esencial que yo sentía cada vez que iba al teatro y que se conjugaba con mi resignación de que todo teatro terminaba por ser eso, malo. Era una época de transición. El enfático realismo de Teatro Abierto se había opacado después de la llegada de la democracia y el under dejaba de ofrecer alternativas sanadoras. Aquí y allá destellaban algunas puestas aisladas, excepcionales, pero no había un movimiento. La serie de Vivi, tres obras rescatadas de un postulante a concurso cuyo seudónimo era Orfeo Andrade, era “una locura”, como confesaría después, la puesta de un teatro imposible, lleno de horrores de ortografía y sintaxis que los actores recitaban textualmente. El Teatro malo nació como “proyecto”, no como obra aislada; como objeto de investigación, formato que la autora tomaba prestada de las artes plásticos. Fascinada por el error, Vivi no cejaría hasta no ver que las tres se llevaron a escena. Se exhibieron entre 1986 y 1990, las últimas dos en el Instituto Goethe. Teatro malo se convirtió en el estigma Tellas: un experimento a contrapelo de lo establecido que en mucho contribuyó para renovar el teatro. Hay obras o textos cuya fuerza no es tanto intrínseca como centrípeta, sirven de disparadores para otros. Abren puertas, establecen instancias emancipadoras, permisos, formas de libertad. Es como iniciar un portal nuevo para que otros puedan transitarlo. Tengo para mí que aquel Teatro malo abrió la escena para muchísimas experiencias que vinieron después. De esto da cuenta su segundo gran proyecto: Museos (1994-2001). Era la época de la construcción de la memoria, de la estigmatización del pasado como monumento, de su glorificación inocua transformada en ca- tedral y shopping, clave paradigmática de aquel tiempo. Al frente del Centro de Teatro Experimental de la UBA que funcionó en el Centro Cultural Rojas, Vivi se reveló como una extraordinaria curadora. Otra vez a contrapelo de los fastuosos edificios que comenzaban a salir como hongos en el hemisferio norte, hizo un relevamiento de los museos que existían en la Capital y sus inmediaciones, aquellos que sobrellevaban su ruinosa existencia careciendo de toda técnica, concepto o público, sin otra forma de exhibición que el rejunte de objetos. Entre ellos, el Museo Histórico Nacional, el Penitenciario, el de la Morgue Judicial, el Aeronáutico, el de la Policía, el Odontológico, el Criollo de los Corrales... y así sucesivamente. Durante los cinco años de su existencia el proyecto convocó, conocidas o todavía no, a las figuras hoy más potentes de la escena teatral de Buenos Aires: de Beatriz Catani a Mariana Obersztern, de Audivert a Spregelburd, de Federico León a Cristina Banegas, de Tantanián a Szuchmacher, de Eva Halac a Cristian Drut. El corpus de los quince espectáculos del ciclo sentó las bases de un bizarro teatro político gestado desde las catacumbas de la política neoliberal de Carlos Menem. Las obras fueron un acto de resistencia ética y estética a las fastuosidades del show business y a la manipulación oficial de la historia, un teatro pobre de alto vuelo en escenarios mínimos, símbolos de la portentosa destrucción de la cultura que hasta hoy se acelera en nuestra castigada tierra. Museos fue una gran experiencia de vanguardia de la que, como todas las vanguardias, solo se puede volver atrás. Retroceder al yo de un sujeto implicado, del acoso de la realidad a la memoria íntima fue el siguiente turning point. De allí nace Biodrama (proyecto archivos) que Vivi lleva adelante frente a la dirección del Teatro Sarmiento, donde desarrolla el concepto de “umbral mínimo de ficción” a partir de la convocatoria ya no a artistas, sino a grupos de gente que cuentan sus historias cotidianas, personales, íntimas: filósofos; Edgardo Cozarinsky y su médico; la mamá y la tía de su curadora; una pareja de disc jockeys; obras frágiles, cuerpos no entrenados en lo teatral expuestos como desnudos en su descarnada liviandad cotidiana donde todo está como en carne viva, explica Vivi en el prólogo de un libro que agrupa seis obras, compilado por Pamela Brownell y Paola Hernández, comentado por Graciela Montaldo, Beatriz Trastoy, Julie Anne Ward, Jean Graham Jones y Alan Pauls, bellamente editado por la facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Córdoba. El mundo existe para culminar en un libro, decía Borges citando a Mallarmé. Pero esta bella verdad poética no se aplica a este. O se aplica a medias. Porque el teatro exige la inmediatez de la experiencia, su contemporaneidad. Y la letra de molde, por el contrario, detiene el tiempo, le imprime una eternidad que termina por acotar ese contexto simbólico que tiene, vista en perspectiva, toda la obra de Tellas. El arte es revolver en la herida, me dijo Vivi cuando fui a ver su último bíodrama: Los amigos, una puesta conmovedora donde dos inmigrantes senegaleses repasan parte de su vida. La obra se estrenó antes de que la policía detuviera al dirigente social Juan Grabois por defender a manteros africanos. Aquí no hay premonición, tampoco coincidencia; hay, sí, de manera curiosa e intuitiva, el reflejo del mundo en su distopía espectral. Hay la respuesta de una mirada atenta y hay lo que debería tener todo arte y escasea: la creación de comunidad entre impares. Vivi podrá ser ágrafa, lo que estaría por verse. Pero su obra es una conjunción de postales que desde lo pequeño se leen hoy como un friso monumental de la reciente historia argentina.