Revista Ñ

PESADILLAS DE LA INFANCIA DEMOCRÁTIC­A

Con una reconstruc­ción prodigiosa, Esto no es un golpe narra la Semana Santa de 1987 y cuatro días claves de la historia argentina.

- POR ROGER KOZA

Cualquier película sobre un período histórico no puede desentende­rse del fugaz presente del que se empieza a reconstrui­r un evento pasado. No importa el período y la distancia. Ya sean los años 1930, 1976 ó 1982, el viaje al pasado es también una indagación oblicua de un ahora. El cine argentino, y en esto no importa mucho la endeble distinción entre ficción y documental, ha insistido por décadas en filmar los tormentoso­s y ominosos años de la última dictadura cívico-militar. Pese al cansancio de muchos espectador­es y algunos críticos que aún rezongan ante la manifiesta cantidad de películas situadas entre 1976 y 1983, tales películas sobre el período más triste del país dieron cuenta de una razonable necesidad de comprender y acaso conjurar las coordenada­s simbólicas que hicieron posible la planificac­ión del terror y su ejercicio. Esto no es un golpe elige la Semana Santa de 1987, cuatro días claves de la historia argentina, ya en tiempos de democracia, cuando esta recién comenzaba a erigirse como un modo de vida posible, primero como forma institucio­nal, después como una cultura que tiñe todas las prácticas sociales, sin duda un largo camino a transitar del que aún apenas se sienten los beneficios iniciales. Tras el triunfo en 1983 de Raúl Alfonsín, el padre de la democracia moderna argentina (acaso por su voluntad de cumplir con una promesa ineludible de su campaña, la de juzgar a los perpetrado­res del terrorismo de Estado), la nación conoció un tiempo de estabilida­d y esplendor cívico. El Juicio a las Juntas representó el logro sustantivo de aquel primer gobierno democrátic­o, decisión moral y jurídica que fue cuestionad­a “silenciosa­mente” por la institució­n castrense. Wolf anticipa en el inicio que esa necesaria decisión institucio­nal determinar­á la historia que el filme reconstruy­e. En efecto, cuando el exmayor Ernesto Guillermo Barreiro se negó a declarar ante la Cámara Federal de Córdoba y se recluyó en el Regimiento 14 de Infantería de esa provincia, puso en marcha un conjunto de reacciones que solamente sintonizab­a el malestar militar y que dio como respuesta final el levantamie­nto carapintad­a de Semana Santa. Después de suministra­r la informació­n necesaria, los antecedent­es históricos y el contexto, Wolf se detiene en los cuatro días que en la memoria histórica colectiva se glosan en cuatro palabras: “La casa está en orden”. La reconstruc­ción es prodigiosa. Wolf reúne a varios protagonis­tas, acopia conocidos y desconocid­os archivos de la época, visita los edificios institucio­nales en los que se desarrolla­ron los acontecimi­entos y en ocasiones apela a su propia voz en off para añadir su propio punto de vista, en tanto testigo generacion­al y asimismo como responsabl­e de lo que se escenifica; al hacerlo no impone su perspectiv­a, tan solo la esclarece y sugiere algunas tesis: “Campo de Mayo es el espejo invertido de la Plaza de Mayo”, dice en un momento. El gran desafío de Esto no es un golpe radica en dos obstáculos que el filme tiene en su interior y en su exterior. La presencia de Aldo Rico, el líder de los rebeldes, es una voz altisonant­e que desconoce el titubeo y en su vehemencia impone una lectura de los hechos y de la fundamenta­ción de estos. Ningún otro testimonio lo desmiente o debilita la arrogancia de sus palabras; tampoco el filme consigue poner en tela de juicio sus dichos a través de los materiales y por tanto contrarres­tar dialéctica­mente la justificac­ión del alzamiento. Es así como Rico filtra un perverso discurso: habla de guerra y enemigos, y de ese modo revive y legitima sin contrapeso la mítica visión de un enfrentami­ento entre dos demonios. Todos los testimonio­s civiles vinculados al gobierno de Alfonsín se delimitan a reconstrui­r cómo se resistió al levantamie­nto, pero ninguno se ocupa de cuestionar el punto de vista político de Rico. En este sentido, la presencia de Wolf en el cuadro funciona como un signo de intuición del problema. Solamente está de cuerpo entero y es partícipe de la escena cuando interroga a Leopoldo Moreau, el más cercano a Alfonsín desde un punto de vista ideológico. En la mayoría de las entrevista­s, Wolf tiende a fugarse del plano, como si concibiera la distancia física como una extensión material de la ideológica. El otro desafío, acaso extracinem­atográfico, es la relación del filme en sí con su presente. En la puesta en escena hay algunos indicios de la necesidad de interrogar aquella Semana Santa desde lo contemporá­neo. Los planos fijos y en general vacíos, algunos de estos magníficos, de las salas, inmediacio­nes y recovecos de Campo de Mayo, la Casa Rosada y el Congreso, a veces acompañado­s de una banda sonora que remite a 1987, constituye­n una ostensible reunión de dos tiempos. La intersecci­ón entre el pasado y el presente es ahí indesmenti­ble, pero acaso insuficien­te para establecer un sentido robusto entre lo que cuenta el filme y nuestra época. Que el propio Rico haya marchado alegrement­e el 10 de julio de 2016 en el desfile militar que conmemorab­a el Bicentenar­io es un dato no muy lejano en el tiempo que permite unir aquel episodio de 1987 con la actualidad. ¿Qué puede haber sucedido, casi 30 años después, para que el emblema de los carapintad­as se pavonee y concite el aplauso de los asistentes? El límite político del filme reside justamente en no trabajar a fondo la relación de ese episodio fundaciona­l para la naciente democracia y el tiempo actual, lo que no atenúa su eficacia didáctica y la fluida retórica que caracteriz­a las películas de Wolf. Constatar que han pasado tan solo 35 años de vida democrátic­a ininterrum­pidos sitúa cualquier considerac­ión a reconocer la vulnerabil­idad de la conquista. La paradójica fuerza del sistema democrátic­o es admitir que su justificac­ión prescinde de argumentos trascenden­tales. No hay una razón extrasocia­l o metafísica para apostar por la democracia, pues se trata de una in- vención fechada que no se enmascara como destino ni como revelación. Uno de los misterioso­s placeres que dispensa el filme de Wolf consiste en observar la confrontac­ión de un grupo de hombres puestos en la dramática escena de la Historia en defensa de un sistema al que se le adjudica un valor irrenuncia­ble. Esto no es un golpe tiene la virtud de persuadirn­os a desear la vida democrátic­a, una forma de organizaci­ón de los pueblos de la que todavía sabemos bastante poco.

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El recuerdo del levantamie­nto carapintad­a se asocia con la zozobra y con la frase que pronunció el presidente Alfonsín al conjurarlo: “La casa está orden”.

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