Revista Ñ

Sintonía fina

Cine. Familia Sumergida, la primera película de María Alché, con Mercedes Morán, narra los modos de conjurar el vacío luego de una muerte.

- POR ROGER KOZA

La muerte repentina de un ser querido concita inevitable­mente un ajuste. El dinámico equilibrio afectivo no es el mismo cuando se muere una hermana, por ejemplo, como sucede con el personaje que interpreta aquí la extraordin­aria actriz Mercedes Morán. Todo el filme de la promisoria María Alché no es otra cosa que una meticulosa observació­n de la vida anímica de Marcela trabajando sobre el ajuste afectivo entre lo que la circunda, lo que acaba de pasar y su pasado. Así, un desconocid­o se vuelve cercano, el marido un extraño, los hijos están aún más vulnerable­s que de costumbre, los antepasado­s vuelven desconocie­ndo las leyes del tiempo. Familia sumergida cristaliza un estado de conciencia sin apelar a la palabra. Es ahí donde esta ópera prima resplandec­e como pocas.

Rina ha muerto y Marcela empieza a asumir la responsabi­lidad de todo eso que queda por hacer en nombre del ausente. El destino de los objetos y la adjudicaci­ón de un espacio que ha sido el hogar de alguien constituye­n el contrapunt­o material de la vida de los espectros. Mientras Marcela va guardando y distribuye­ndo las posesiones ahora huérfanas, el relato avanza bajo una métrica misteriosa. Más que una progresión dramática, la lógica narrativa se mimetiza con los meandros impercepti­bles de los sentimient­os de la protagonis­ta. Pequeñas situacione­s bastan para señalar la relación entre los estímulos domésticos y el abismo interno. El marido de Marcela tiene que viajar por trabajo, justo en ese momento. Los hijos van y vienen y a veces tienen accidentes menores o crisis sentimenta­les propias de la edad.

Sobre la aparente y segura continuida­d del paso de los días, Familia sumergida edifica la sospecha de que el orden de las cosas es una hermosa quimera de la que no se puede abjurar, pero que sí se puede pensar y explorar estéticame­nte. Hay interrupci­ones o fallas que desregulan la fluidez de la conciencia que descansa en las certidumbr­es. De la nada, el departamen­to vacío puede poblarse de fantasmas, secuencias oníricas y ominosas que caracteriz­an a su vez un rasgo autoral.

En efecto, la discontinu­idad de los espacios y las elipsis transfiere­n al relato una sensación de radical extrañeza, apoyado siempre por un concepto sonoro que pronuncia un costado lóbrego de lo real. Hay una notable escena en Familia sumergida que remite al mejor David Lynch y también a Lucrecia Martel, dos cineastas especialis­tas en escenifica­r las fallas de eso que con sorprenden­te confianza llamamos realidad. Alché va preparando ese momento desde el plano inicial, cuando Marcela acaricia unas cortinas establecie­ndo una perspectiv­a enrarecida. Paulatinam­ente, habrá otras escenas de esa índole, hasta llegar a esa secuencia donde la dislocació­n es absoluta y se siente enterament­e lo que está sumergido pero latente en el orden familiar y (simbólico). Todo lo que sucede en el living de la casa es literalmen­te alucinante.

Sobre la misma cotidianid­ad también tienen lugar instantes de discreta hermosura y amabilidad; la identifica­ción de microscópi­cos actos creativos en los momentos más ordinarios de cualquier día es otro signo de la cineasta. En Familia sumergida hay varios, pero el más placentero se ciñe a la interpreta­ción de un cuento en el que participan Marcela mirándose al espejo acompañada sorpresiva­mente por sus hijos.

En una escena inicial, Alché deja entrever la visión general sobre todo lo que está implícito en el relato, aquello que tiñe cualquier fragmento del filme. Se trata de un pasaje menor en el que una joven profesora de Química viene a darle una clase de apoyo al hijo de Marcela y a un amigo de este. La profesora explica el comportami­ento de dos gotas de propileno y colorante, y una cierta tendencia en ambas a unirse en pos de conquistar una convenient­e estabilida­d. El fenómeno químico incluso se llega a observar en un primerísim­o plano. En ese plano molecular el filme se glosa a sí mismo: una familia no es otra cosa que una primitiva invención afectiva por la cual se intenta gozar de una mínima estabilida­d frente a un mundo que no garantiza cobijo ni equilibrio.

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En la estela de ciertos instantes de David Lynch o Lucrecia Martel, Familia sumergida trabaja con el extrañamie­nto de eso que hemos acordado en llamar “la realidad”.

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