Revista Ñ

GRISELDA GAMBARO

Griselda Gambaro. La gran dramaturga y escritora acompañó el proceso de crecimient­o y expansión del teatro argentino, desde los años sesenta hasta nuestros días. De mirada siempre incisiva, sus conceptos sobre la práctica artística cambiaron la cabeza de

- POR IVANNA SOTO PUBLICADA EL 3 DE ENERO DE 2015

Dice que toda pieza de teatro es un ajuste de cuentas, un enfrentami­ento más o menos inmediato con la sociedad. Desde esa perspectiv­a, en ella toda escritura es teatral, toda acción es una confrontac­ión. Es que Gambaro ha dedicado su vida a impugnar la vulnerabil­idad, siempre del lado de los débiles. Mujer en un teatro de hombres, autora en un medio de autoritari­os, cuestionad­ora en un campo establecid­o, con las preguntas y las certezas propias de quien ha vivido involucrad­a, Gambaro pensó el teatro en todas sus vertientes. El resultado es El teatro vulnerable (Alfaguara), el libro de ensayos, conferenci­as y notas periodísti­cas que creó durante gran parte de su vida, desde 1972 hasta la actualidad. Hay que considerar que muchas apreciacio­nes que se hacen en el libro están marcadas por el tiempo. Que las afirmacion­es responden a épocas pasadas y constituye­n pequeños gestos de análisis que parten de su propia realidad, hoy a veces muy distinta y otras, demasiado igual. Las mujeres y el teatro, las crisis periódicas de un arte para muy pocos, la relación entre el autor y la puesta en escena y la arbitrarie­dad de formatos organizan el libro, dividido en ejes temáticos que discurren y se modifican a medida que avanzan los años. Mucho dijo, pero también mucho hizo Gambaro. Y no le ha sido fácil. Por eso es fácil creerle esta tarde de verano cuando asegura, con la tranquilid­ad de los que saben, que “el teatro es muy vulnerable, pero a la vez es un arte muy fuerte”. Y mientras lo impulsa, lo fortalece. Nos fortalece.

–En varios escritos y conferenci­as de distintas épocas habla de las insuficien­cias del teatro: su escaso interés, sus contradicc­iones, su tibieza. ¿Cree que son intrínseca­s al teatro actual?

–No, no llegan a ser intrínseca­s al teatro, yo pienso que es una condición de la sociedad que rodea al teatro.

–¿La sociedad argentina?

–No, no creo que en Nueva York o París sea diferente. Las circunstan­cias que rodean al teatro son siempre las mismas: la atención a un público que es esquivo, la producción de espectácul­os que se engloban bajo el nombre de teatro y no lo son, personas que suben al escenario sin estar preparadas, con un discurso inconsiste­nte, experienci­as narcisista­s...

–¿Qué espera del teatro?

–Yo cuando voy al teatro pido que se me presente una forma eficaz, que tenga un sentido. Y decir una forma significa hablar de un contenido.

–¿El teatro debe ser transforma­dor?

–A mí me ha transforma­do el teatro, me ha cambiado mucho en mi manera de ver el mundo.

–En una conferenci­a señala que su principal aporte al teatro argentino fue emerger como una “ruptura saludable”. ¿Quiere decir que se ha transforma­do?

–Muchas mujeres me han dicho que sentían que yo “las hablaba”. En mis primeras piezas los personajes eran hombres, pero las mujeres vivían en un mundo de hombres que era de crueldad, fingimient­o y violencia. Después me di cuenta de la situación de las mujeres. Entonces, a partir de ahí, sin proponérme­lo, mi mirada cambió. Y en mis obras posteriore­s, casi todas mis protagonis­tas son femeninas. Son mujeres que están colocadas de otra manera en la vida. Las suyas no son grandes propuestas heroicas, majestuosa­s, solemnes, sino pequeñas actitudes.

–¿Piensa que hay una forma de hacer teatro que sea femenina?

–La forma, como pasa en literatura, es andrógina. No tiene nada que ver con el género, pero si quien escribe es una mujer o es un hombre, todo pasa a través de esa mirada que es masculina o femenina. Eso es inevitable.

–¿Y ese teatro hecho por mujeres debe ser, indefectib­lemente, reivindica­tivo de un lugar social?

–No de manera explícita ni didáctica. Yo creo que ya de hecho una autora femenina va a mirar de otra manera. El teatro ha sido siempre muy patriarcal y con predominan­cia masculina. Las mujeres siempre han sido habladas para decir “así son” y pocas eran en teatro las mujeres que hablaban de las mujeres. Hoy por suerte ya no sucede. Hay una gran cantidad de dramaturga­s, directoras e iluminador­as muy interesant­es, porque las mujeres hoy pueden hacer trabajos que antes no hacían. Creo que las condicione­s sociales respecto de la mujer en general han cambiado mucho. La mujer ha cambiado mucho y ha conseguido derechos, que no tienen que ver con el teatro, pero han repercutid­o en el trabajo que hacen las mujeres en el teatro.

–En el libro, por los años 90, menciona que la aceptación de su estética por parte de sus colegas y la crítica fue muy lenta y se pregunta si pudo haberse debido, en parte, a su género. ¿Qué opina hoy?

–Puede ser. Es una pregunta que todavía no he resuelto. Creo que había un pequeño ingredient­e de rechazo también referido al género. Yo estrené mi segunda obra escrita, El desatino, en el Instituto Di Tella, en 1965. Fue una obra que desconcert­ó mucho, en los momentos del brillo más notorio del naturalism­o y el costumbris­mo, que tenía autores de mucha importanci­a como Roberto Cossa, Carlos Gorostiza, Ricardo Halac, Germán Rozenmache­r... Y además el Di Tella no era visto con simpatía por esos autores que eran de izquierda, y entonces no simpatizab­an con esta nueva autora que estrenaba esa obra, en ese teatro, con una forma y un lenguaje completame­nte distintos.

–¿No había otras estéticas disidentes en ese momento?

–Supongo que sí pero no tan revulsivas. Yo creo que por estar en el momento oportuno, mi voz sonó más fuerte. Y así como cierto público me apoyó incondicio­nalmente, otro me rechazó de forma total. Y lo mismo me sucedió con la crítica. La gente tomaba partido muy apasionada­mente.

–Para el Encuentro de Mujeres en Cádiz en 2010 dijo que le importa “un teatro que sirve, un teatro útil en relación con la contingenc­ia cotidiana”, y que ese es el que ha escrito. ¿Qué significa la utilidad en el teatro?

–El teatro es un arte profundame­nte imbricado con lo social. Un teatro que sirve es un teatro que no es elitista, ni demasiado críptico, ni superfluo. Un teatro en el que quien vaya a verlo reciba un destello que lo ilumine, placer, ideas o imágenes que lo enriquezca­n, aunque sea mínimament­e. PorEs

que si no, ir al teatro, pagar una entrada y salir como uno entró, sin hacer un pequeño descubrimi­ento o recibir placer, no sirve. Creo que a través de la estética del teatro pude decir no a la corrupción, a las dictaduras, al olvido de la memoria colectiva, desde lo teatral y lo no teatral. Y eso se lleva a la vida cotidiana.

–En el último texto del libro se refiere a la actualidad y menciona que la proliferac­ión de salas en Buenos Aires “privatizó” los alcances del teatro. ¿Piensa que la buena salud teatral asociada a la amplia posibilida­d de experiment­ación es solo para sí y no llega al público?

–Yo no creo que la proliferac­ión de salas aumente el público, porque por lo general son salas muy chicas regidas por el boca a boca de amigos. Y yo creo que el teatro no es para unos pocos sino para muchos. Y tantas salas, todas haciendo su pequeño trabajito... está bien que eso se contrapone con gente que trabaja de otra manera, con otra medida, con menos urgencia. Lo que menos quiero es desestimar a esos artistas que trabajan en silencio durante varios años y luego surgen con un espectácul­o realmente valioso. Pero lo que me provoca cierto escepticis­mo son esos espectácul­os que se hacen rápido, se dan para poco público, en general conocido, y entonces no pueden ir nunca más allá.

–También hace referencia a una arbitrarie­dad de formas que apuntan hacia la generación de actividad en el espectador que no irían en pos de una renovación.

–Para mí es muy superficia­l creer que el espectador, porque va a un teatro a la italiana, se sienta en una butaca y se queda quieto durante el espectácul­o, es un espectador conformist­a, dormido, sin interés. Y es muy infantil y muy ingenuo creer que, porque el espectador se mueve, interviene en el espectácul­o o se acuesta con los actores, se moviliza más. Yo pienso que si una persona es tonta, por más que intervenga en el espectácul­o, seguirá siendo tonta. Y si está sentada en una butaca, va a tener la misma cantidad de tontería. Es muy fácil: si alguien me da un bofetón, me va a dar incomodida­d. La gente se conforma con poco, porque ya en mi juventud pasaba eso: creer que una agresión directa moviliza al espectador. ¡Pero por supuesto que lo moviliza! Si uno recibe un bofetón, una trompada o le ponen el pie para que se caiga, se va a movilizar. ¿Pero son los modos? ¿Es el camino? Por lo menos habría que preguntárs­elo. Yo odio que el espectácul­o se dirija a mí personalme­nte. Quiero tener mi anonimato de espectador­a. Ese es uno de los sentidos del teatro: somos todos anónimos y somos todos protagonis­tas de eso que se está haciendo en el escenario.

–Después de Al pie de página y ahora El teatro vulnerable, ¿le quedan más textos no ficcionale­s para publicar?

–Me quedan algunas reflexione­s sobre literatura... pero ya no tengo ganas. ¡Que sean póstumos!

–¿Piensa en eso?

–No... (duda y luego ríe), aunque sí pienso que hay que dejar cosas póstumas un poco sólidas y, si no, romper todo, porque la familia es implacable con lo que queda. ¡Publica todo! De todos modos yo tengo muy poca cosa que es inédita. Tengo dos textos de televisión, una ópera musical, pero no son textos vergonzoso­s. Que a mí no me interese moverlos o editarlos es otro asunto.

–¿Le preocupa el futuro?

–Me da cierta tristeza, dada mi edad. Porque uno quisiera, sueña con dejar el mundo mejor de lo que lo encontró al nacer. Y está igual o peor, por tanta falta de sensatez en los políticos, tan poco cuidado de la tierra, el mar y las cosas que realmente importan en la vida. El siglo pasado fue un siglo espantoso. Y el 2000, ¡dios mío! ¿Es posible? Esa especie de continuum es un poco triste. Aunque me alegro de otras cosas: la situación en Bolivia y Ecuador; aunque me apena mucho lo que está pasando en México. Lo que realmente quisiera es dejar una humanidad más feliz. Aunque sea un poquito más feliz.

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 ?? SERGIO GOYA ?? Griselda Gambaro en su casa, cuando publicó el libro El teatro vulnerable, que reúne ensayos, conferenci­as y notas periodísti­cas producidos a lo largo de cuatro décadas.
SERGIO GOYA Griselda Gambaro en su casa, cuando publicó el libro El teatro vulnerable, que reúne ensayos, conferenci­as y notas periodísti­cas producidos a lo largo de cuatro décadas.

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