SASKIA SASSEN
Diálogo con la socióloga holandesa. Estudiosa de las dinámicas sociales en las ciudades, Saskia Sassen acuña y examina aquí el concepto de informalidad política para explicar la incidencia del movimiento piquetero, entre otros colectivos en protesta. Tien
Es una de las investigadoras que con mayor rigor ha emprendido la tarea de analizar cuáles están siendo, en términos sociales y materiales, los cambios que nombramos cuando hablamos de globalización. Hasta ahora, el foco principal de Saskia Sassen había sido el tema del espacio, en especial, en las ciudades. Desde su ensayo fundante, La ciudad global, escrito en 1991, sostuvo la necesidad de “urbanizar las ciencias sociales”. La comprensión de los procesos sociales, afirmaba entonces, “pasa cada vez más por investigar qué ocurre en la ciudad”, un espacio donde conviven y deben interactuar desde los gerentes de grandes empresas transnacionales hasta los trabajadores más desprotegidos, los indocumentados, los migrantes y la clase media en vías de extinción. Hoy sostiene, además, que “no se puede hablar del futuro de la ciudad sin referirse al ámbito de la política”. Lo cual es causa y al mismo tiempo resultado del giro que han dado sus investigaciones en los últimos cinco años. En el momento de esta charla, Sassen terminaba su libro, Territorio, autoridad y derechos. De los ensamblajes medievales a los ensamblajes globales. Es un análisis minucioso en el que amplía su investigación incluyendo los cambios políticos y jurídicos asociados a la era global. En especial, la nueva conformación de los poderes públicos al interior del estado-nación, y la aparición de lo que ella denomina “informalidad política”: una novedosa forma de acción que bordea y excede los marcos formales; que no es necesariamente “ilegal” pero se aleja de los moldes preestablecidos por los aparatos y burocracias del Estado liberal. La “informalidad política” es la forma de acción a la que recurren desde las corporaciones multinacionales hasta los excluidos de todos los países, pasando por políticos tan disímiles como Hugo Chávez o Silvio Berlusconi. Los proyectos y los objetivos con que se la emplea son muy diferentes, pero en conjunto anuncian –sostiene– la emergencia de un fenómeno nuevo. “El Estado liberal, y toda su noción de contrato social, está llegando a su fin”, afirmó Sassen en diálogo con Ñ, durante una visita al país. “EE.UU., como siempre, está a la vanguardia brutal de este proceso. Pero no se trata sólo de Bush; decir eso es demasiado fácil. Este es un proceso que empezó hace veinte años y que tiene consecuencias cruciales”.
–¿Cuáles son esas consecuencias que menciona?
–Son básicamente dos. Por un lado, que el Ejecutivo acapara más y más del poder del estado; dentro del estado, que es una función pública, privatiza su poder. No solo en el sentido tradicional de desregulación o venta a terceros,sino que se cierra sobre sí mismo, y no se sujeta a la contabilidad pública. La segunda consecuencia es que, en esa privatización del Ejecutivo, cambia la relación entre lo que es el dominio público y el dominio privado. O más bien, cambia la relación entre lo que hemos llamado históricamente el dominio de los derechos privados y el Ejecutivo.
–Cuando afirma que el Ejecutivo se privatiza, ¿eso va en desmedro de los otros poderes?
–Sobre todo del Legislativo, que es el momento público del Estado. El Legislativo está ahí, están los diputados y senadores, pero pierden mucho poder. Y aquí se cruzan otros problemas asociados a la globalización. Por ejemplo, si un país debe negociar con el FMI, este únicamente le habla al Ejecutivo, no quiere tener otro interlocutor. Luego, el Legislativo también pierde poder en la desregulación y la privatización. Hasta ahora se sabía que al privatizar una empresa, se la saca del sector público. La imagen maestra de este proceso ha sido: “El Estado pierde”. Lo que no se ha notado hasta ahora –y mi nuevo libro está lleno de datos al respecto–, es que cuando se desregula y privatiza, hay partes que pasan al ámbito privado pero además suceden otras cosas: una es que el Legislativo pierde el control. La otra es que parte de ese control pasa al Ejecutivo y a la administración pública, que se encarga de desregular y de crear la nueva regulación. La administración pública es una especie de cuarto poder en el Estado: debería ser independiente, autónoma y sujeta a contabilidad pública a través del Legislativo. Pero hoy el Ejecutivo la ha absorbido casi totalmente. Estas son dinámicas estructurales, que vienen sucediendo en gran cantidad de países.
–Usted percibe estos cambios dentro del Estado como señales de algo nuevo. ¿De qué orden es eso que está emergiendo?
–Veamos: hay cambios fundacionales al interior del Estado. Este proceso, que –insisto– empieza hace veinte años, se nos presenta como el inicio de una nueva fase. No importa que pensemos si el liberalismo clásico era bueno o malo, pero se acabó. Siempre digo que ningún poder formal dura para siempre –excepto la Iglesia Católica–. Lo nuevo es incipiente y no es seguro que estemos entendiendo su trayectoria. Tam-
poco es seguro que tenga futuro, pero tenemos que estar atentos a lo que sucede.
–Es interesante su tesis, según la cual el poder Legislativo es el momento más público, entre otras cosas porque tiene una temporalidad más lenta...
–El Legislativo es la instancia en la que la política se vuelve lenta, porque se debate, se discute. Al volverse lenta, se vuelve también más pública. Significa que el ciudadano que no ha logrado leer el diario hoy, puede leerlo mañana y todavía se entera a tiempo. El momento privado es acelerado, puede tomar decisiones muy rápidas, sin que el ciudadano llegue a conocerlas antes de que ya estén en marcha.
–A diferencia de autores como Giorgio Agamben, que se concentra en los casos donde “la excepción se convierte en la regla”, usted no se refiere a medidas excepcionales, como los decretos-ley o el estado de sitio, sino a la legalidad “normal”. ¿Por qué?
–Sí, es cierto: yo no hablo de medidas ilegales, irracionales o excepcionales, ni tampoco de la corrupción. Mi investigación se concentra en lo “normal”. Es decir: no investigo el abuso de la ley, sino las racionalidades absurdas o abusivas dentro de la propia legalidad. La idea es develar cómo la ley permite una cantidad de abusos impresionantes. Por ejemplo, examino en detalle cómo, a través de la ley se construyen dos sujetos históricos: uno muy privilegiado, el propietario de los medios de producción – por así decirlo–; y otro muy desventajado, el trabajador. Y eso se hace a través de la ley, no en contra o al costado de ella. No es necesario entrar en el espacio de abuso de la ley para ver cómo históricamente dentro del capitalismo se produjeron estas divisiones y desigualdades. En mi investigación, los peores casos son Inglaterra y Estados Unidos. Francia está mejor; y cerca de Francia están Holanda y Alemania. Pero en Estados Unidos, las desventajas del sujeto formal legal “trabajador” son enormes.
–Una categoría clave en sus últimos trabajos es la “informalidad política”, asociada a nuevas formas del poder pero también a nuevas formas de “lo político” que nacen desde la ciudadanía y que no encuentran –ni siempre buscan– canales de institucionalización. ¿Cómo se define esta “informalidad política”?
–La informalidad política es una categoría que sintetiza varios procesos contemporáneos. Por un lado, hay toda una serie de actores y proyectos políticos que ya no pasan por el Estado formal o liberal. Tanto desde el poder como desde los ciudadanos. En Venezuela, por ejemplo, lo que se llaman actividades ilegales de Chávez, para mí son un ejemplo de informalidad política, porque son acciones y proyectos que no pueden pasar fácilmente por el Estado formal, ya que éste no logra contemplar el tema de los pobres –y creo que Chávez quiere ayudar a los pobres– .
–No es la revolución, tampoco...
–No, es otra cosa. Y llamarla ilegal es demasiado simple. Algo de la misma índole se percibe en los Estados Unidos, en la Inglaterra de Blair, en la Italia de Berlusconi. Por otro lado, diría que el aparato político formal acapara cada vez menos de “lo político”. Es decir, surgen nuevas modalidades de lo político que tienen como escenario privilegiado la ciudad, pero no los aparatos del Estado. Los desocupados, los inmigrantes, las organizaciones que representan demandas específicas –agua potable, transporte, defensa de determinados derechos– constituyen actores políticos no formales con alta incidencia en las ciudades donde viven. Mandan a sus hijos a la escuela, trabajan, mantienen una familia, lo que les brinda un tipo especial de reconocimiento y presencia. Estas son otras pautas de informalidad que me interesan mucho.
–Cuando habla de informalidad política, describe acciones y proyectos muy diferentes. No es una categoría valorativa...
–Sí, es una variable multivalente. O sea que puede remitir a cosas muy buenas o cosas muy malas. De allí que en esta informalidad política incluyo a los trabajadores indocumentados o a los piqueteros, por ejemplo, y también a las multinacionales, que formalmente son actores económicos privados, pero también funcionan como actores informales en el campo político. Las casas financieras son, de hecho, actores políticos poderosísimos, aunque no formales. También el FMI, que con sus programas decide políticas públicas. Por caso: impone el privilegio de la lucha contra la inflación sobre la defensa del empleo. Una política pública que benefició a un sector privado en detrimento de la mayoría. Entonces, lo no formal político es multivalente. Están los piqueteros y están lasmultinacionales.
–¿Cuáles son las consecuencias de esta informalidad?
–No se puede decir con certeza, pero está claro que el eje de lo político pasa por la ciudad, aunque de una manera muy diferente de como se la pensaba en otro momento. La ciudad siempre ha tenido fragmentaciones, desigualdades, rupturas. Pero hoy hay una nueva fragmentación que ya no es legible topográficamente. El mapa topográfico de la ciudad muestra: “Aquí están los barrios más necesitados, donde no hay buenos accesos públicos, no hay buen suministro de agua, etcétera; aquí están los ricos, con todas las ventajas”. Hoy hay una fragmentación que no corresponde, necesariamente, a ese mapa. Porque no sólo la compañía financiera se orienta más hacia lo global que hacia su entorno inmediato. También lo pueden estar los activistas que viven en los barrios pobres. Entonces, en el mapa parece que estuvieran aislados, pero en realidad tienen una enorme conectividad. Se saben parte de un imaginario global, porque están comunicados con otros actores que luchan por las mismas obsesiones: agua limpia, transporte público, defensa contra los abusos de la policía, derechos humanos. Están haciendo su trabajo localmente, pero se saben parte de algo mayor.
–Esos dos polos de actores informales, ¿se conectan entre sí de algún modo? Porque según la teoría del Estado de Bienestar o del keynesianismo, el Estado es un polo que “hacía converger” intereses diversos. ¿Cómo actúa hoy el nuevo Estado?
–Mi imagen es que en el pasado, al menos en lo que tenía que ver con el empleo, había una especie de escalera donde se podía ir avanzando. La acumulación de experiencia y la capacitación ayudaban a dar el próximo paso. Ahora hay menos escaleras, hay menos puentes que cuentan objetivamente. Desde el punto de vista político-estatal, estas tendencias generan una especie de dualismo: está la cuestión de los pobres, a los que hay que ayudar a que lleguen a condiciones muy mínimas, o están los proyectos de muy alto desarrollo económico. Hay una especie de esquizofrenia en el Estado, que abandona la zona del medio. Ese medio ya no es el centro de gravedad, y la organización general de las políticas va a los extremos. Hoy la diferenciación importa más que la convergencia.
–Usted ha sido invitada a hablar sobre el Bicentenario de la Argentina (1810-2010). Sobre todo a imaginar el futuro de la ciudad. ¿Cómo lo imagina?
–Sí, mi colega Margarita Gutman me invitó a hablar del futuro. Y lo que yo veo bastante en relación al futuro es un indicio precursor en relación a estos actores informales poco favorecidos. Sintéticamente: que la historia la hacen los excluidos –entendiendo por excluidos no sólo a los pobres, sino también a la vieja clase media que está perdiendo terreno–. Los que carecen de poder, los desfavorecidos, los outsiders y las minorías discriminadas, al tener presencia en el ámbito público y conquistar en él su lugar, estando “presentes”, presentes ante el poder y ante otros desfavorecidos. La complejidad del espacio urbano facilita este incremento de “presencia” y adquiere una dimensión internacional en las ciudades globales. Para mí, es un indicio precursor de un nuevo tipo de política sustentada en nuevos tipos de actores políticos. No se trata de tener o no tener poder. No se trata de una opresión absoluta, como puede ser la de un trabajador campesino en una plantación. En el contexto de la ciudad, el que no tiene poder está en situación compleja, porque la falta de poder puede adoptar muchas modalidades. En la ciudad, diversos individuos y colectividades pueden salir del anonimato de miembro asociado que les impone el estado-nación, representado sólo por el soberano (es decir el gobierno). La ciudad es el espacio físico e imaginario de la complejidad, ya que aun los que no tienen poder pueden tener presencia. Son actores. Y van a hacer la historia de este futuro.