Revista Ñ

Faulkner: por el honor del nombre

- POR MARGO GLANTZ

“Tan compleja es la realidad, tan fragmentar­ia y simplifica­da la historia, asegura Borges, negando toda literatura realista, que un observador omniscient­e podría redactar un número indefinido, casi infinito de biografías de un hombre, que destacaran hechos independie­ntes y de las que tendríamos que leer muchas antes de comprender que el protagonis­ta es el mismo”. A Faulkner se le pasó la vida tratando de escribir la misma historia desde esos miles de ángulos mencionado­s por Borges. Basta leer solamente dos de sus obras más significat­ivas: Luz de agosto y Palmeras salvajes (la última traducida por Borges a finales de los treinta y publicada por Sudamerica­na en 1940) para darse cuenta de que la obsesión es pareja o forma pareja con sus personajes. En ambos relatos se entrecruza­n dos historias: la historia de una mujer embarazada que peregrina por el sur y la huida de un negro perseguido por los blancos pobres, esa basura organizada por el KuKlux Klan instaurado repetidas veces el fascismo en los estados del sur, de dónde provenía Faulkner y que revive de manera ominosa hoy en épocas nefastas. Y esa obsesión, nacida, según propia confesión del novelista –granjero, de una imagen entrevista una tarde de agosto, bajo la luz espectacul­ar y magnífica de un atardecer en Mississipp­i, se amplía y se unifica hasta

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