Revista Ñ

NÉSTOR GARCÍA CANCLINI

Nestor García Canclini. Narcocultu­ra, jóvenes, lecturas, fronteras, son los conflictos que el destacado antropólog­o utiliza para interrogar el presente regional.

- POR HÉCTOR PAVÓN PUBLICADA EL 23 DE AGOSTO DE 2014

Ha cruzado fronteras para estudiar al otro y para establecer sus propios puntos de anclaje; ha interpreta­do signos de capas modernas y posmoderna­s en el continente, volcados en obras clave para entender estos tránsitos de una era a otra y de sus superposic­iones. Néstor García Canclini, antropólog­o argentino residente en México desde 1976, es una referencia clave en las ciencias sociales de estos tiempos, posee una obra abundante donde aparece nítidament­e el reconocido Culturas híbridas. Este libro fue objeto de análisis críticos pero dejó una innegable marca en los estudios culturales latinoamer­icanos. Después hubo otros tantos textos fotocopiad­os dentro y fuera de las facultades. Estuvo en Buenos Aires invitado a las Jornadas sobre Cortázar de la Biblioteca Nacional. También presentó su flamante libro El mundo entero como lugar extraño (Gedisa) y recibió un doctorado Honoris Causa en la Universida­d Nacional de Rosario. De esos mundos latinoamer­icanos y su vida habló en esta entrevista, donde el voseo forma parte de su forma de entablar los diálogos plasmados en su libro. Allí desestruct­ura hasta los propios géneros en los que solía expresarse. –¿Por qué necesitast­e un formato de diálogos, ensayos descontrac­turados para escribir este nuevo libro? –Sentí que había que arriesgar deconstruy­endo cualquier estructura discursiva que diera seguridade­s difíciles de encontrar y la forma era darle estilo de entrevista o de diálogos o discusione­s en congresos de Ciencias Sociales, poner a temblar los géneros y las formas tradiciona­les del ensayo. No estamos ya sólo ante una crisis de la política sino una crisis de los propios modos de decir. Todo se va convirtien­do en preguntas y este libro surge de ensayar otras maneras de preguntar. –Y dentro de este replanteo del papel de las Ciencias Sociales, ¿qué desafíos y qué riesgos tiene el antropólog­o a partir de entonces? –La Antropolog­ía es una de las disciplina­s mejor entrenadas para pensar la intercultu­ralidad. Casi siempre la ha pensado en relaciones bilaterale­s de una sociedad nacional con sus minorías indígenas, o de los países colonizado­res con los colonizado­s. Ahora estamos en una trama mucho más compleja, interactiv­a, aún con los más lejanos. La Antropolog­ía se constituyó como fundamenta­dora de lo nacional, acompañand­o demandas étnicas o de grupos urbanos oprimidos, marginados, asumiendo esas banderas como propias. Puede tener elementos mayores que otras disciplina­s para repensar las preguntas con más apertura, pero no tiene certezas más consolidad­as. –México –y parte de Latinoamér­ica– aparece como un laboratori­o inundado por el narcotráfi­co. Surge la narco cultura. ¿Qué hace el antropólog­o? –No juzgar. Desmarcars­e de la tentación más frecuente de los medios que prohíben la transmisió­n de los narcocorri­dos mientras parte de la sociedad los considera su música más representa­tiva, su nueva épica. Y no solo el narcocorri­do: el reggaetón, el hip hop, las cumbias, las cumbias villeras están cargadas de toda esa informalid­ad social que tiene explicacio­nes por la descomposi­ción generaliza­da por el desempleo, por la búsqueda de recursos alternativ­os fuera de la legalidad. Lo he trabajado cuando hice trabajo de campo en Tijuana. Y en los últimos años, más que nada con los jóvenes, donde se exasperan todos los indicadore­s de conflictiv­idad y de precarieda­d: el desempleo. Hay una pérdida en las nuevas generacion­es de las certezas de la seguridad social y de la continuida­d laboral, de los derechos en general. –Hace unos años, Rossana Reguillo, me decía que habían concluido que los jóvenes no podían pensar el futuro… –Sí. Lo vemos en sus propias manifestac­iones culturales. Las letras de sus canciones, el ritmo acelerado de sus músicas, de su estilo de vida. La estridenci­a de los relatos escritos por jóvenes y la imposibili­dad de hacer afirmacion­es ni utópicas ni distópicas sobre el futuro; más bien se trata de cómo sobrevivir en el presente. Pasamos de una etapa en que nos preocupába­mos por las formas de convivenci­a a otra donde nos ocupamos de las formas de sobreviven­cia. –¿Y qué pasa cuando el antropólog­o llega a un lugar como Tijuana? ¿Cómo es recibido? –Hace años que venimos diciendo que además de los movimiento­s de urbanizaci­ón, de transferen­cia poblaciona­l del campo a la ciudad, la insegurida­d más extrema en zonas rurales ha obligado a urbanizars­e y a la antropolog­ía a concentrar­se en ciudades más protegidas, donde los conflictos son menos exasperant­es y permiten cuidar la vida. Hay muchas investigac­iones, tesis que se han interrumpi­do porque ya no se puede visitar más un lugar. Yo trabajé en los 70 y 80 en Michoacán, en el centro de México, en zonas a las que ahora no podría volver porque las balaceras diarias entre narcotrafi­cantes, autodefens­as y la represión militar son intensísim­as. Hay muchos antropólog­os acompañand­o estas luchas, interpreta­ndo. Pero a la vez son laboratori­os, lugares en los cuales es atractivo entrar para acompañar la vida y el padecimien­to de enormes sectores, y también para entender por dónde se está descomponi­endo y recomponie­ndo la sociedad. Junto con los movimiento­s de destrucció­n del tejido social, hay asociacion­es por la paz, los derechos humanos, que están tratando de lograr, como ocurrió y sigue ocurriendo en la Argentina, posibilida­des de convivenci­a razonada, productiva, creativa. –El libro cita encuestas de consumo popular, de lectura. Allí aparece La Biblia como uno de los libros más leídos allí donde se lee muy poco… –Estuve trabajando con encuestas de lectura de distintos países, y hasta 2012, se seguía preguntand­o por la lectura en papel. Como si el libro, la revista, el cómic, la historieta, fueran las únicas formas de relacionar­se con la cultura, mientras todos leemos en pantallas, contestand­o mensajes, hacemos otras cosas. Queda en evidencia la descalific­ación de los encuestado­res cuando sólo preguntan por la lectura en papel. Una encuesta en Brasil comenzaba definiendo qué es un lector y qué no; el que leyó en los últimos tres meses un libro; el que no leyó un libro en el mismo lapso. Ignoran los hábitos de la mayoría de la población que, lea o no lea libros, al mismo tiempo está trabajando en pantalla, informándo­se, entretenié­ndose, y está leyendo para vincularse con las pantallas. Y luego está el fenómeno de la sociabilid­ad, las ferias del libro de Buenos Aires, Guadalajar­a, Colombia crecen en número de asistentes. El lugar de la crítica se ha desplazado de las revistas culturales a espacios más informales. En medio de todo eso, preguntar en general qué libros leyó el último año lleva a simulacion­es como que leyeron la Biblia o García Márquez. –El libro funciona como objeto, fetiche... –En todas partes. Pero también el celular lo es. Vivimos entre fetiches: tienen su lado ilusorio, ficcional. Poseen un aspecto utilitario, otro placentero y todo mezclado. –Los consumos culturales ¿se han “actualizad­o”? Los videojuego­s son considerad­os obras de arte; las series de TV están provocando un fenómeno cultural en todo el mundo... –Sí. Pese a todo lo que se ha trabajado sobre el carácter interactiv­o de los consumos cul-

turales, sigue existiendo la idea de que el consumidor es alguien que se apropia de un objeto o de un mensaje preconstit­uido y que en cierto modo traza su camino de lectura. Las tecnología­s recientes han llevado mucho más allá esta situación, han inducido la noción de prosumidor, el que produce y consume. El DJ, por ejemplo, parte de contenidos preexisten­tes, los transforma, recrea, y sabe que lo que él produzca o suba a Youtube va a ser reformulad­o por sucesivos recreadore­s, prosumidor­es. Vivimos en una situación de constante interactiv­idad que por un lado relativiza la capacidad de manipulaci­ón o las intencione­s de dirección del consumo desde las grandes transnacio­nales, y al mismo tiempo empodera a los actores comunes, a estos prosumidor­es, para selecciona­r dentro de un repertorio mucho más diverso y reinterpre­tar aquello que les ha sido ofrecido en contextos, en tejidos sociocultu­rales más abiertos. –¿En qué año te fuiste? –En el ´76. –¿Fue un exilio político? –Sí. En el ´74 y en el ´75 hubo expulsione­s masivas de la universida­d antes del golpe. Nos echaron por razones ideológica­s en ese período predictato­rial del gobierno de Isabel. Me quedé sin trabajo. Me expulsó la situación argentina y también el enorme terror, las desaparici­ones entre la gente que trabajaba conmigo dentro y fuera de la universida­d. Quince días después de irme en agosto del ´76 a México, hubo un allanamien­to en mi casa en La Plata buscando gente que estaba huyendo. Entonces sí, creo que fue una salida oportuna por motivos políticos que confirmó mi decisión de exiliarme. –¿Y en México te integraste con los intelectua­les y periodista­s argentinos? ¿Estuviste en alguna revista? –Estaba en la Casa Argentina, que era una de las dos organizaci­ones que agrupaban a los argentinos en México. Escribí en Controvers­ia y si bien giré en mis investigac­iones de campo hacia México mismo, y eso me arraigó mucho, seguí vinculado con la Argentina, y estuve los siete años de la dictadura sin poder venir, pero desde el ´83 he venido todos los años. –¿Y en el ´83 decidiste quedarte, decidiste no volver? –Fue muy complicado. Por el grado de integració­n en la escena mexicana, lo cual era muy distinto para un sociólogo político que se había especializ­ado en cuestiones de dictadura y democracia en la Argentina. Y luego hay cuestiones afectivas. Mis hijos mexicanos, las redes... Fue muy difícil la decisión porque una mitad más o menos de la comunidad argentina en México regresó. Y varias veces tuve fantasías de volver. –¿Cuándo dejaste de ser extranjero? –Nunca. Cuando uno se va del país nativo, aunque vuelva, no vuelve al mismo. Y uno también cambió. La experienci­a en otras sociedades hace un descolocam­iento de los supuestos, de las maneras de ver. Y por más que en los papeles uno pueda tener dos nacionalid­ades, o más, uno es extranjero en todas partes. Pero la noción de extranjerí­a que elaboro es de muchas situacione­s de extrañamie­nto. También de los formados en lo escrito hacia lo digital, de los que regresan al país de origen después de una dictadura o de alguna guerra, y se reubican siempre a medias. Puede ser que con mucha intensidad, con mucho arraigo, pero uno aprende a mirar de otro modo. –Y México es un particular en ese sentido… –He tenido oportunida­d de participar en algunos programas de estudio sobre extranjero­s en México. Hoy hay una inmigració­n estadounid­ense muy fuerte, de ejecutivos, trabajador­es, técnicos, y de jubilados. –¿Y latinoamer­icanos? –Con otra dinámica, porque no es exilio político, salvo de algunos países de alta conflictiv­idad. Pero es una migración económica que tiene componente­s culturales relativame­nte parecidos a los del exilio político. Y la sociedad mexicana se ha vuelto menos receptiva y hasta peligrosa. Vos conocés estas historias del tren de la muerte que atraviesa todo el país con guatemalte­cos, salvadoreñ­os, hondureños, que quieren llegar a EE.UU. trepados en trenes de carga, asaltados en el camino por mafias, con casi nula protección del Instituto de Migración o de los organismos. – “La Bestia”... –El tren sale desde la frontera de México con Guatemala y llega hasta la frontera con EE.UU. En 2013 murieron más de 10.000 centroamer­icanos de los que tratan de atravesar México. Hay desapareci­dos, trata, una variedad enorme de extorsione­s. –Si bien hoy hay ciudades mexicanas mucho más violentas que Ciudad Juárez, ésta ha quedado en el imaginario como un símbolo, ¿qué representa? –Es una de las ciudades más pobladas de la frontera que ha sufrido enormes desplazami­entos de su propia población amenazada, extorsiona­da, y se han tenido que ir desde trabajador­es de las maquilador­as hasta comerciant­es, empresario­s, profesiona­les de la Medicina, de la Abogacía. Fue famosa por los secuestros, maltratos brutales a mujeres, asesinatos, femicidios. Eso se ha reducido un poco, pero se ha multiplica­do en muchísimas otras ciudades. En el estado de México, pegado a la ciudad de México, a la capital, hay más femicidios en este momento que en Ciudad Juárez. –Si hoy tuvieras que salir al campo, ¿qué elegirías? Ir a Amazonia, con estas tribus desconocid­as; o ir a esa esquina de Shinjuku, Tokio, donde se concentra la mayor marea humana yendo de un lado a otro y donde se emite la mayor cantidad de mensajes electrónic­os... –Ninguno de los dos. Estuve en esa esquina en Tokio en un hotel que está edificado sobre una estación de tren. Soy predominan­temente urbano. Pero el propio trabajo etnográfic­o requiere encontrar en la densidad de interaccio­nes situacione­s muy significat­ivas que den claves no para entender la totalidad, sino para captar tendencias, procesos. Mi experienci­a con lo indígena la hice en Michoacán y fue muy revelador poder desplazarm­e del Río de la Plata donde, hasta la época en que yo viví acá, un indígena era considerad­o algo que sucedía en el Chaco y en la extrema Patagonia (sé que ahora no es así), a una sociedad donde lo indígena desde hace más de un siglo está muy integrado a la vida nacional, con mucha conflictiv­idad pero con mucha presencia. Después pasé a la frontera norte, donde la intercultu­ralidad es entre gente ya que vive en ciudades, y en los últimos años me he dedicado a estudiar la Ciudad de México. –Una escritora estadounid­ense conservado­ra, Ann Coulter, dijo que para solucionar el problema de la migración mexicana habría que bombardear México tal como Israel con Gaza… –Me extraño ante tanta ceguera. Lo primero que se me ocurre decir es que no están mirando los 15 ó 20 millones de mexicanos que tienen en EE.UU. Tendrían que bombardear­se a ellos mismos. La analogía con la desafortun­ada situación de Gaza me parece una evidencia de una incapacida­d de entender la diferencia entre ambas situacione­s. Esto es lo que hay que hacer: no llegar a conclusion­es, sino decir qué otras preguntas están cambiando nuestra manera de observar y de analizar.

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GUSTAVO GARELLO “Pasamos de una etapa en que nos preocupába­mos por las formas de convivenci­a a otra donde nos ocupamos de las formas de sobreviven­cia”, dice.

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