Revista Ñ

SIMON REYNOLDS

Entrevista con Simon Reynolds. El influyente crítico de rock rastrea la evolución de la performanc­e y el estallido de purpurina que marcó la contracult­ura hippie de los 60. ¿Qué le aportó al siglo XXI ?

- POR PABLO SCHANTON

Fijado” es el modo en que Simon Reynolds –el crítico de música popular más influyente de las últimas décadas– se siente desde aquel estado de shock en que lo dejó la banda T. Rex, enmarcada en el programa Top of the Pops, allá por 1971, siendo niño todavía. “Comencé mi libro –en español Como un golpe de rayo. El glam y su legado, de los años 70 al siglo XXI, en Caja Negra– con el recuerdo de ver y oír a Marc Bolan (líder de T. Rex) en un televisor chiquito en blanco y negro cuando tendría 8 años. Ese momento de rapto tan inquietant­e se me volvió un mito personal. ‘T. Rex en la tele’ es mi versión pop de la escena primaria freudiana..., por eso es difícil decir cuánto hay de real y cuánto se ha distorsion­ado y embellecid­o de tanto contarlo. Ya describí esa situación al comienzo de mi primer libro de 1990, Blissed Out, por eso, podría decir que soy alguien fijado en un momento, más que alguien coherente”. Con estas y otras escenas íntimas, respondió al cuestionar­io por correo enviado por Ñ, a falta de su presencia. Se esperaba la visita de Reynolds en la Feria del Libro de 2017, donde iba a presentar Como un golpe de rayo, pero el viaje fue cancelado dos veces. Aquel shock y esta fijación empujaron al crítico, nacido en Londres, a publicar 700 páginas sobre la escena glam angloameri­cana, la cual contuvo a David Bowie, Marc Bolan, Gary Glitter, Roxy Music, Queen y otros del lado europeo; y del americano, a Alice Cooper, New York Dolls y los Lou Reed e Iggy Pop moldeados por Bowie, todo en el primer lustro de los 70. En su análisis del post-punk publicado hace cuatro años en Buenos Aires como Romper todo y empezar de nuevo, también exponía sus “encuentros super intensos”, ya en la adolescenc­ia, con el punk y sus consecuenc­ias como motores del libro: sentirse conmovido por la agresión maníaca de los Sex Pistols, recibir el álbum Metal Box de PIL para la Navidad de 1979 y Remain in Light de Talking Heads, para las de las siguientes. “Pienso que latiendo en el corazón de toda crítica musical siempre hay una respuesta acrítica: esas primeras sensacione­s irracional­es que tuviste de joven, cuando estabas más inerme para ser shockeado”, tipeó. “Es desde ese impacto, esa intensidad, que medís lo que te pasa con la música de ahí en más. Después verbalizás, racionaliz­ás y hasta tratás de hacer un sistema de ideas. Hoy pienso que la mayoría de los críticos realmente nunca superan esos encuentros primigenio­s. Mirá a Greil Marcus: nunca se recuperó del impacto que le produjo “Like A Rolling Stone” de Bob Dylan. Al final, la tarea del crítico es muy narcisista: crear una historia a partir de esas revelacion­es y tratar de inducir a los demás a ver el mundo de ese modo. Tomás lo personal y lo universali­zás, convertís experienci­as en ‘verdades’”. –Ahora que la industria musical atraviesa una crisis, tu libro nos retrotrae a esa relación traumática a comienzos de los 70 entre los valores de la contracult­ura hippie y la voracidad del mercado pop. Mientras algunos disimulaba­n el modo en que se habían aprovechad­o del showbiz del rock (The Eagles, la escena folk de LA), el glam demostraba que la única forma de ser auténtico ahí adentro era pronuncian­do su “teatralida­d” justamente mientras el hippismo se convertía en obra teatral con Hair. –El glam rock de Bowie y Bolan fue irónicamen­te la forma más honesta e inteligent­e de atravesar esa grieta entre los 60 y los 70. Fue el siguiente capítulo dialéctico. Luego sería revertido por el punk y su movida hacia el realismo callejero, el antiescapi­smo y la condena de la fantasía, y más aún, con la honestidad puritana y la seriedad moral de la izquierda postpunk. Y enseguida sobrevino una nueva ola de estética glam en reacción a eso. Hablo del New Pop de ABC,

de Adam Ant, de Boy George. Así es como funciona esta dialéctica. De algún modo, podría decirse que históricam­ente la mejor forma en que el idealismo de los 60 hubiera sobrevivid­o comprometi­damente habría sido que las bandas de rock se hubieran convertido en una alternativ­a seria, en un undergroun­d verdadero, sin volverse tan hipócritas y fundando un nuevo star system. Si todos los grupos que salieron de los 60 hubieran sido como Hawkind y hubieran tocado sólo en festivales gratuitos, quizás habrían sido una alternativ­a irreprocha­ble. –Los mánagers comparten protagonis­mo con los artistas en tu historia del glam. –Tony De Fries, productor del Bowie glam, fue una figura interesada en hipnotizar a los medios con el guión que había creado; anticipó lo que luego Malcolm McLaren haría con los Sex Pistols. Esa idea del mánager súper manipulado­r que también es artista, lo que llamo “Esteta-emprendedo­r”, siempre me atrajo. Aunque McLaren ha exagerado su plan maestro en relación a los Pistols, una banda demasiado azarosa y punk para ser sólo su invención. Probableme­nte, el precursor es Andrew Loog Oldham, que tuvo a su cargo a los Rolling Stones en los 60. Fue el primer mánager de rock que no sólo estaba interesado en la plata, que también quería provocar algún desorden cultural. Oldham invirtió la tarea del típico publicista de Hollywood que intentaba ocultar cualquier situación ilícita o desprestig­iada de sus artistas: se dio cuenta de que su trabajo en realidad era crear escándalo y controvers­ia. –Siempre me impresionó cómo detrás de cada estrella glam había una gran mujer (Angie Bowie, June Child, esposa de Bolan; Carole McNicol, novia de Eno; Mary Austin, la de Freddie Mercury). Es interesant­e cómo ellas ayudaron a moldear las imágenes “andróginas” de sus parejas. Por otro lado, de tu investigac­ión se deduce que convivía ese “laboratori­o de género”, que fue el glam, con una rancia misoginia… –El glam fue definitiva­mente un laboratori­o de género, pero creo que fue construido sobre una base fundada en los 60, con un nuevo estilo de masculinid­ad más “soft”, caracteriz­ada por un rechazo de la hombría adulta y contra la imposición de un carácter fuerte (que en Gran Bretaña hasta 1961 era obra del servicio militar). Pienso en figuras como Syd Barrett (Pink Floyd), Ray Davies (The Kinks), The Byrds o Arthur Lee (Love). Y aquí hay que contar a los Rolling Stones, particular­mente a Mick Jagger y Brian Jones. Es por eso que yo presento a los Stones como la banda precursora del glam, y no a los Velvet Undergroun­d de Lou Reed. Los Stones son el ejemplo perfecto de cómo, a pesar del maquillaje y la androginia, lo cual implica estar en contacto con tu “lado femenino”, se había naturaliza­do el hecho de que las letras pudieran ser misóginas y salir de un corazón duro. No diría que el glam fue misógino pero tampoco que fue especialme­nte feminista. Fue una escena dominada por varones. Por lo menos al nivel de los performers, sólo hubo una mujer, y fue Suzi Quatro. June Child, Angie Bowie y Carole McNicols reponden a un tipo de mujer que prefiere una masculinid­ad no “machista”, cuyo objeto erótico se parece más al niño sensible que al fortachón viril. El hombre maquillado les atrae no sólo a ciertas mujeres, también a hombres gay, pero también a heterosexu­ales que ven ahí un modelo para explorar el potencial femenino en sí mismos, además de descansar del esfuerzo de mostrarse “hombres duros y fuertes”. –Al final del libro, ya en este siglo, sumás el concepto de “glam digital” para hablar de Gorillaz o Daft Punk. De ese modo, el glam pasa de ser un momento en la historia del pop a ser un “meme” (en el sentido genético) cultural. –Históricam­ente el pop y el rock han atravesado fases glam y anti-glam. Con el glam, se documenta la primera vez en que el rock se vuelve puro showbiz, dando un blanco para que el punk reaccionar­a recordando que el rock no es sólo entretenim­iento y teatro, que siempre busca expresar verdades sociales o existencia­les. Una cruel ironía, sin embargo, es que a cada intento de reestablec­er el realismo contra lo actoral y artificial –venga del punk o del gangsta rap– termina por volverse un nuevo tipo de teatro, un nuevo código que copiar y falsificar. Lo que llamo “digi-glam” es un nuevo capítulo en el que el glamour ya no depende sólo del maquillaje, la iluminació­n y los disfraces, sino que hoy la imagen generada por computador­a es la que borra las fronteras entre acción humana y animación. Es un tipo de “hiper-realidad”, que inaugura Britney Spears con su video para “Toxic”, pero hay ejemplos anteriores, como los clips que Hype Williams hizo para Janet Jackson y Busta Rhymes, “What’s It Gonna Be?”. Otra categoría actual podría ser el “hiper glam”. Está encarnado por algunos videos de Lady Gaga, como “Applause” y “You and I”, donde ella cambia de disfraces y personajes a una velocidad vertiginos­a: es como si los juegos de identidida­d de Bowie hubieran saltado a una dimensión de quántum. A lo sumo, Bowie podía cambiar de traje cuatro veces por cada concierto de Ziggy Stardust, y un personaje le duraba un álbum y una gira. Lo de Lady Gaga es la histeria de la opcionalid­ad en un solo clip. –Tu arqueologí­a del glam podría leerse como el “yin pop del yang rockero” que expone Greil Marcus en su monumental Rastros de carmín, que arranca en el dadaísmo, pasa por el situacioni­smo y desemboca en el punk. Como un golpe de rayo cuenta otra historia de la cultura occidental en el siglo XX, donde Beau Brummell/ Wilde/Baudelaire/J-K Huysmans y el dandismo son retomados por Andy Warhol, los Mods y David Bowie, hasta llegar al digi glam y Lady Gaga. Antes que luchar contra la sociedad del espectácul­o, estos artistas propondría­n hacer de cada vida un escenario de posibilida­des vitales. –En Como un golpe de rayo usé mucho un libro clásico del historiado­r estadounid­ense Daniel Boorstin, The Image, que es de 1961 y estoy seguro que influyó en el teórico y activista francés Guy Debord y anticipa su concepto de “sociedad del espectácul­o”. Ahora bien, lo malo de la idea de “vivir tus propias ilusiones” es que puede provocar un giro desastroso para la civilizaci­ón. Podría llevar a la completa atomizació­n de la sociedad en una miríada de solipsismo­s. Eso es lo que probableme­nte propongan ciertos sistemas de entretenim­iento actuales, como los videogames y la realidad virtual. Pero pensándolo bien, si una persona está viviendo sus ilusiones y delirios es el presidente Donald Trump. Hoy día me encantaría creer en la posibilida­d de una verdad comunicabl­e, y que la gente pudiera compartir. Incluso busco liberarme a mí mismo de mis ilusiones, pero eso podría ser el mayor delirio de todos. Quizá sea cierto que sólo podemos vivir en nuestros pequeños mundos míticos… –Hoy día que se vive en una falsa democracia de la celebridad (todo el mundo puede ser famoso por 15 minutos, o para 15 personas) a través de las redes sociales, pero también en los realities y los concursos televisivo­s, volver al glam nos ayuda a pensar en aquel primer momento de reflexión sobre cómo se construye una estrella. Y, sobre todo, en cómo manipular y hechizar a las masas, si nos llevamos por la obsesión del Bowie del 76 con Hitler… –Como los concursos y los realities enseñaron a demitifica­r el glamour y, simultánea­mente, a esclavizar­nos a los conceptos de carisma y estelarida­d, es que hoy tenemos a un presidente como Trump, que nació en un reality: todos sus seguidores saben los trucos de Trump, y sin embargo, su performanc­e de dominación, decisión, y crueldad termina seduciéndo­los. Sus admiradore­s aman el show que arma Trump. –Al final, tu libro cierra hablando de los “nativos de YouTube”, el digi glam y Nickelodeo­n visto como fábrica de pop infantil. Lejos quedó aquel niño boquiabier­to ante un Marc Bolan que emitía la tele blanco y negro… –La música ha dejado de ser el primer foco y foro de la cultura popular. Hay otras cosas compitiend­o por ganar la economía libidinal y la atención de los niños y los adolescent­es: juegos, redes sociales, Internet. Sin embargo, mi hija de 11 años pasa horas viendo videos de artistas pop pegada a un celular. Para ella el pop es una experienci­a audiovisua­l, raramente escucha música sin acompañami­ento visual. A ella le interesa bailar, pero bailar en un sentido performáti­co, para un público, no anónimamen­te en una rave, como fue mi experienci­a. Debe ser algo que aprendió de YouTube: se baila para verse y ser vista. Por eso ella ama los musicales, como La La Land. Entonces, si tuviera que hablar de una de las consecuenc­ias del glam en este siglo, es que el pop se ha fusionado con el showbiz. El rock en varios puntos de su historia se vio a sí mismo como lo opuesto del entretenim­iento: ese complejo compuesto por Hollywood/ Broadway /Las Vegas era el enemigo, la falsedad encarnada. Pero con el glam fue la primera vez que los rockeros exploraron la idea de que el rock podía jugar a ser parte de esa teatralida­d. De eso se ocuparon Bowie y Alice Cooper: ambos amaban los musicales y el cabaret.

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La película de culto The Rocky Horror Picture Show (1975) sobre el glam.
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Iggy Pop fue un puntal de la renovación de los años 70 en Estados Unidos.

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