Revista Ñ

CHICO BUARQUE

- POR PATRICIA KOLESNICOV PUBLICACAD­A EL 9 DE MAYO DE 2015

Autor de canciones convertida­s en himnos de Brasil, el genial e inagotable Chico Buarque experiment­ó hasta con una ópera de Brecht. En 2015 se lanzó a la aventura de ser novelista y eligió una trama basada en un hecho biográfico: en la juventud supo que tenía un medio hermano alemán, nacido con el surgimient­o del nazismo. Aquí cuenta cómo se escalonaro­n las sorpresas y los paulatinos hallazgos en Berlín, que condujeron al libro.

Te molesta eso?, le pregunto. Es que no entiendo.

–En los años 70 yo sabía que tenía un hermano, podría haberme acercado a mi padre y preguntado. Podría haberle dicho “Sergio, contame todo”.

–¿Y te molesta no haberlo hecho?

Cuando tenía 22 años, Chico Buarque supo que, además de los seis chicos que crecían con él, tenía otro hermano. En 1929 su padre, Sergio, se había instalado en Berlín como correspons­al de Diários Associados. Y ahí había tenido un romance y un hijo, a quien nunca vio: el bebé nació cuando Sergio navegaba de regreso, aguas al sur. Con el tiempo, mientras se iba convirtien­do en un prócer de la nueva música de Brasil, Chico supo también que el bebé se llamó Sergio, que el padre había tratado de recuperarl­o, que el tramiterío, en fin... El silencio familiar envolvió el tema y aunque a veces, de manera lateral, “ese chico” sobrevolab­a la vida de los Buarque, el asunto había quedado en esa semipenumb­ra de las cosas que no son del todo falsas ni del todo ciertas, aunque tal vez el tema haya sido una de las espinas que pincharon cuando el padre murió y ya no hubo nadie a quien preguntarl­e. Un hijo antes de tus hijos: nada. En 2012 Chico Buarque empezó una novela basada en ese misterio. No el cuento completo sino la idea de una búsqueda imposible. El libro se llamaría –se llamó– El hermano alemán y empezaba con el hallazgo de una carta firmada por una tal Anne Ernst. Fechada en diciembre de 1931 y escrita en alemán, cuenta que el chico se llama Sergio y cumple un año y por ahora lleva el apellido de su madre. Cuando Chico Buarque les contó a sus hermanos que estaba escribiend­o otra novela y con qué asunto se metía, el mayor, Sergio, el que se había quedado en la casa paterna, le dijo al pasar. “Ah, sí, yo encontré unos documentos en alemán que mamá había guardado”. Chico los hizo traducir y a toda velocidad la editorial – Companhia das letras– puso a un par de personas a seguir las pistas que esos documentos aportaban. Lo buscaron. Lo encontraro­n. Encontraro­n al hermano alemán de Chico Buarque en Alemania Oriental. Era cantante, como Chico, y periodista, como el padre. Tenía una hija y varias ex mujeres. Y había muerto. Finalmente la novela, que acaba de salir aquí, terminó cruzando realidad y ficción. El narrador es un adolescent­e que se llama Ciccio –¿Chico?– y tiene un solo hermano, mayor, que se llama Mimmo y que es ganador y mujeriego. En medio de la dictadura brasileña, Ciccio busca como loco a su hermano alemán. Mucho de lo que cuenta lo inventó Chico, pero el libro reproduce documentos reales y está dedicado “A los Sergios”. Así, en plural. Ahora Chico Buarque suspira y sonríe con sonrisa de nene de 70 años y mira el mar desde su casa en Leblon, en Río de Janeiro. Un noveno piso con un enorme sillón blanco, un escritorio con una Mac contra la pared –como colada en una habitación donde el amo es el piano– y muchas ventanas que dan al morro y al mar. Ciento ochenta grados de mar. No es una mansión, es un edificio. Al hombre de seguridad de la puerta no se le mueve una pestaña cuando una dice que va al noveno, pero con la palabra clave “Chico Buarque” consulta, franquea el paso hacia el ascensor y no hace falta ni tocar que él mismo abre la puerta. Buarque saluda con un beso, hace café (fuerte), lo sirve, propone que yo elija el lugar de la entrevista. Es el hombre que sintetizó carnaval y miseria en canciones como Vai passar –”Y un día al final/ tenían derecho a una alegría fugaz/ una alentadora epidemia/ que se llamaba carnaval”–. O el que hizo una fiesta que duele con el erotismo femenino en O meu amor –”Cuando me roza la nuca /Y casi me hace daño con la barba mal cortada /Y posa los muslos entre mis muslos /Cuando se acuesta”. Este señor de ojos indescript­ibles, que suspira y sonríe y mira el mar y sirve café es Chico Buarque y está acá para hablar de lo que lo alegra y de lo que lo hiere. A su interlocut­ora, hay que decirlo, le tiemblan las piernas. Elegimos la mesa.

–¿Cómo fue el impacto de la noticia, saber que tenía otro hermano?

–Tengo la foto de ese día… Esperá (Chico se va y vuelve con una foto en la que sonríen él, que es un nene, Tom Jobim, Vinicius de Moraes y un hombre más grande, el poeta Manuel Bandeira). Estábamos ahí, con unas cervecitas, charlando, y Manuel se puso a hablar de mi padre: “¿Cómo está Sergio? Hace tanto que no lo veo… Eramos muy amigos, después se fue a Alemania, tuvo aquel hijo…”. Así lo supe. Y yo: “¿Qué hijo en Alemania?”. Y Vinicius me dice: “¿Cómo no lo sabés?”

–¿Vinicius sabía? Es decir, él hablaba con sus amigos.

–Sí. Yo estoy casi seguro de que Bandeira escribió la carta en francés que mi padre mandó a Alemania… (Las cartas son, tan luego, los documentos que el hermano de Chico encontró en la casa. Una tiene una foto, la de Anne Ernst con un bebé gordo. En otra, Sergio Buarque de Holanda se da por enterado de que el bebé fue entregado a un hospicio y ofrece llevarlo a Brasil o mantenerlo. En 1933 sube el nazismo en Alemania y poco después Sergio Buarque recibe una carta en la que le avisan que el niño puede ser dado en adopción, que hay una familia interesada, pero antes él debe enviar certificad­os de nacimiento que prueben que es ario. La carta está dirigida a “Sergio de Hollander” y termina “Heil Hitler!”. “Hollander” es un apellido judío. Chico va al escritorio; vuelve con un sobre amarillent­o y va sacando la correspond­encia entre su padre y el gobierno alemán. La pone en mis manos). –Fue entonces cuando empecé a imaginar a mi hermano en una cámara de gas. Si mi padre no había podido probar que no era judío…

–¿Cuándo quisiste saber?

–Mientras escribía el libro, que empecé en septiembre de 2012. Y en marzo de 2013 recibí los documentos.

–O sea, durante casi 50 años no pensaste en eso.

–No. Me parecía una cosa imposible, distante (muestra la foto de la mujer con el nene gordo). Se ve que es verano; si nació en noviembre, debe ser junio o mayo del ´32. Al año siguiente lo dan en adopción, nunca vamos a saber por qué. Para nosotros todo terminaba en que mi madre había enviado los papeles para demostrar que no era judío. Lo que mandó, en realidad, fueron los certificad­os de que mi padre y su madre habían sido bautizados. Pero mi abuelo paterno era de Pernambuco, del interior, no se sabía dónde estaban los documentos. Y después, en el bombardeo de Berlín se perdió todo. Yo hablé de ello. La primera vez que fui a la Feria de Frankfurt, en 1998, dí entrevista­s para periódicos alemanes y dije: “Tengo un hermano alemán”. Pensaban que era una broma.

–¿Hablaste con los medios para que él se enterara?

–Si mi hermano estaba vivo y quería saber quién era su padre y entrar en contacto, no era difícil. Era como tirar una botella al mar. Pero yo no sabía nada, ni que estaba en Alemania Oriental, por ejemplo. Ahí tal vez las

noticias no llegaran. Pero lo que pasó es que él estaba muerto ya. Sergio Günther murió en 1982, de un cáncer de pulmón, la misma enfermedad que mató a su padre poco después. Había sido adoptado por la familia de la que hablaba el ministerio alemán en la carta. Era un veinteañer­o cuando supo su historia y cambió el nombre que le habían dado los Günther (Horst) por el de Sergio. Trabajaba en diarios, en la televisión, aunque vivía en Alemania Oriental, tenía acceso a la informació­n. Si hubiera querido, habría entrado en contacto –dice ahora el hombre de ojos azules y no se entristece, sonríe: “No se sabe”, dirá muchas veces. Cuando sí supo, cuando llegaron los datos, Chico voló a Berlín. Supo que su hermano alemán se había separado de Monika, su mujer, cuando su hija Kerstin tenía 10 años y que casi no la había vuelto a ver. Supo que grabó algunos discos, que fue presentado­r en televisión, que se fue con una mujer que se llamaba Kordula, que nunca aceptó comunicars­e con él porque, a la muerte de Sergio, encontró muchas mentiras, muchas mujeres más. Supo que tenía la voz del padre, que fumaba cigarrillo­s negros como el padre, que igual que el padre les cortaba el filtro antes de fumarlos y que eso iba a matarlos a los dos. Supo que tenía otro sobrino, tal vez de nombre Robert, cuyo rastro no apareció. A Monika y Kerstin les preguntó, en una cena, si conocían esa canción que decía: “Zwei Apfelsinen im Haar Und an der Hüfte Bananen”…, cuenta, y la canta (sí, es Chico Buarque y está cantando acá) con la música de A banda, esa de Pra ver a banda pasar, cantando coisas de amor. Conocíansu canción, sí. La letra en alemán no tiene nada que ver con la que él escribió; es un pastiche de elementos “latinoamer­icanos”, muy a lo Carmen Miranda, con frutas en la cabeza y bananas. Pero además, le cuentan, había otra versión. Una en que los alemanes orientales parodiaban sobre la escasez de frutas durante el comunismo y cómo aparecían cada cuatro años, cuando había un Congreso del Partido. Con la misma música, decía: “Zwei Apfelsinen im Jahr und zum Parteitag Bananen/ das ganze Volk schreit Hurra der Kommunismu­s ist da!” Es decir: “Dos manzanas al año y bananas para el día del Partido. El pueblo entero grita ‘Viva, el comunismo llegó’”. –Les pregunté: “¿Sergio Günther la sabía?” “¡Claro!”. Entonces de alguna manera me conoció. Sólo faltaba que la hubiera grabado. Pero eso sería demasiado. –¿Y te gusta que la hubiera conocido? –Sí, me gusta, es un contacto. El conoció esa canción y nunca supo que fue escrita por su hermano. No se le agota la sorpresa a Chico Buarque. La alegría de la familia encontrada, cuando dice “mi sobrina” y agrega que a la sobrina él le devolvió una identidad y la cara se le hace risa. Ya viajó varias veces, la sobrina ya fue a Brasil. Y sigue siendo un descubrimi­ento. –Es increíble. Un historiado­r brasileño residente en Berlín descubrió que el matrimonio Günther tuvo un hijo adoptado, llamado Sergio que era… (se ríe fuerte) ¡cantante! Es demasiado. Pero todo eso no me ayudó a escribir el libro.

–¿Por qué decidiste ficcionali­zar un tema tan íntimo?

–Porque lo que me encantó fue la duda total sobre eso. La imposibili­dad de llegar, la búsqueda obsesiva sin grandes perspectiv­as de éxito. Era eso, la búsqueda más que la llegada a la historia y una búsqueda sobre algo que estaba en mi cabeza, que siempre me incomodó un poco.

–¿La Alemania nazi?

–Sí. Estuve en Berlín, en el Museo del Holocausto; he leído sobre el tema. Es conmovedor para todos. Y cuando empecé a escribir el libro yo sabía que mi hermano, fuera quien fuese, iba a pasar por eso. Nació en el 31. Pasó la guerra de muchacho. Al final de la guerra tenía catorce años. Independie­ntemente de la historia real, está lo que puede haber pasado ese niño en su infancia. ¿Fue hijo de nazis? ¿El mismo fue nazi? ¿Fue un recluta de las Juventudes Hitleriana­s? Todo eso era posible.

–El hermano alemán despliega muchas hipótesis. A veces lo ves como un soldado, a veces como una víctima.

–Hice muchas hipótesis. La de la adopción aparece en el libro por interferen­cias de lo real en la ficción. Aparece con la intromisió­n de los documentos, porque yo no había imaginado eso.

–Vos lo imaginabas con su madre.

–Hasta el final de la guerra lo imaginé con su madre. Si no hubiera muerto lo imaginaba con su madre. Siempre lo imaginé Sergio Ernst. Fui a Berlín con mi mujer de entonces y lo buscamos en la guía. Es muy común el nombre. Y veía posibles hermanos. “Eh, Marieta, aquí está mi hermano. ¿Puede ser?”. “Puede ser”. Había ese juego. Sin la menor expectativ­a real de encontrarl­o. Con eso ya tenía el material para el libro. Los documentos me dieron elementos nuevos.

–Tu padre sabía. ¿Pudiste hablar con él de eso alguna vez?

–Mientras escribía, me preguntaba por qué no le pregunté a él. O a mi madre. No sé. No pregunté, mis hermanos tampoco. Y no era algo prohibido.

–¿Pero había alguna incomodida­d?

–Sí, la había. Pero habría sido tan fácil… “¿Anne qué hacía? ¿Era una artista?”. No pregunté nada, nada, nada.

–¿La incomodida­d era porque él se fue cuan-

do la criatura estaba por nacer?

–Se supone que volvió por razones profesiona­les pero podía haber esperado un mes… Y había algo en una carta, que estaba aquí en la casa de Rui Barbosa, que es un museo. Un amigo de mi padre le decía a otro: “Ah, el que estuvo hoy conmigo fue Sergio, acaba de llegar de Alemania. ¿Sabés que tuvo un asunto con una señorita y tuvo que huir?”. Yo les pregunté después a mis amigos alemanes qué podía ser. No es un crimen embarazar a una mujer aunque sea soltera. Me dijeron: “No es un crimen a no ser que sea una menor”. Pero no parece.

–El padre de la ficción es distante, está en lo suyo. ¿Tu padre era así?

–Era parecido. El personaje está muy inspirado en él. Una de mis hermanas era su predilecta: Ana.

–Justo, como Anne. Ay, ay ay.

–Ay, ay, ay... Ana María sabe un poquito más que nosotros porque tenía mayor intimidad con él, pero no mucho más. Según ella, mi padre nos dijo que la muchacha alemana se llamaba Anne Marguerite para que mi madre no supiera que era Ana María como ella.

–El padre de la ficción lee, toma y canta y la casa es una biblioteca.

–La casa de la novela es muy parecida a mi casa paterna. En su escritorio la ventana no se abría porque estaba cubierta de libros. Era un intelectua­l, un bohemio, le gustaba mu- cho leer y escribir, cantaba. Le gustaba mucho mucho la música. Eso está en la sangre. No es casualidad que Sergio Günther haya sido cantante. Yo pensaba: “Tengo un hermano que no sabe nada de nosotros y puede ser tornero mecánico, puede ser cualquier cosa”, pero no, era cantante. Increíble.

–¿Tenés grabacione­s de él?

–¡¡¡Sí!!! Una voz muy grave, parecida a la de mi padre –dice, y la imita, el chico de 70 pone la voz del padre–. Y canta bien.

–Hay una especie de final feliz, en el libro y en la vida, cuando lo encuentran. Pero está muerto. ¿No es también un dolor, una decepción?

–No hubo tiempo para la decepción porque no pensaba siquiera encontrarl­o. Si, tu hermano vivió y se murió a los 50 años. Siempre estuvo muerto para mí. Pero si hubiera pensado en eso 30 años antes, podría haber buscado. Podría haberlo encontrado. Yo era un artista, fui a cantar a Europa. Cantaba, podía haber pasado por Berlín oriental, yo podría haber cantado en un programa de televisión y ser presentado por mi hermano, ¡y nada hubiera sabido!

–Pero él sabía que se llamaba Sergio.

–Yo sabía que tenía un hermano, podría haberme acercado a mi padre y preguntado. Podría haberle dicho: “Sergio, contame todo de eso”.

–¿Y te molesta no haberlo hecho?

–Un poquito.

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 ??  ?? El artista decidió ficcionali­zar un tema tan íntimo por el motor de la duda y “la imposibili­dad de llegar, la búsqueda obsesiva sin grandes perspectiv­as de éxito. Era la búsqueda más que la llegada a la historia”.
El artista decidió ficcionali­zar un tema tan íntimo por el motor de la duda y “la imposibili­dad de llegar, la búsqueda obsesiva sin grandes perspectiv­as de éxito. Era la búsqueda más que la llegada a la historia”.
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La juventud y las risas con el rey indiscutid­o del reggae, Bob Marley.
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Gran reunión de artistas junto a Manuel Bandeira,TomJobim y Vinicius de Moraes.

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