Revista Ñ

El Nobel y los chismes rosas

- POR SUSANA REINOSO

“Hay que acercar la literatura a las estrellas”. Esto dijo el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, durante una reciente visita al Observator­io de La Palma, en las islas Canarias, acompañado por su novia, Isabel Preysler, “estrella” de la prensa rosa europea. A los 82 años, luego de una caída accidental que este año le dejó un leve traumatism­o cabe preguntars­e si el autor de La civilizaci­ón del espectácul­o se ha rendido al tren de vida de su pareja, de 67 años, habitué de las portadas de la revista Hola y publicacio­nes “del corazón”. Los medios de referencia que han entrevista­do a Vargas Llosa en Puerta de Hierro, Madrid, en la mansión de Preysler donde ambos conviven, destacan que todo lo que rodea hoy al Nobel tiene la impronta isabelina. Y sus libros de cabecera se mezclan con los de Miguel Boyer, último marido de la socialité española nacida en Filipinas, de quien enviudó. Inseparabl­es desde 2015, Vargas Llosa exhibe poco humor para enfrentar el escrutinio de la opinión pública. Sobre todo, por los conceptos ferozmente críticos del notable narrador peruano sobre la levedad cultural actual y la prensa “amarillist­a”, que hoy lo encuentran en todas partes en situacione­s románticas o de intercambi­o pasatista, que nunca antes lo tuvieron como protagonis­ta. La sociedad del espectácul­o es para él, “un mundo en que, el primer lugar en la tabla de valores vigente, lo ocupa el entretenim­iento; donde divertirse, escapar del aburrimien­to es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectame­nte legítimo, sin duda. […] Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuenc­ias a veces inesperada­s. Entre ellas, la banalizaci­ón de la cultura, la generaliza­ción de la frivolidad y (...) la proliferac­ión del periodismo irresponsa­ble, que se alimenta de la chismograf­ía y el escándalo”. No sabemos si por confrontar al único sobrevivie­nte del boom latinoamer­icano con sus propias reflexione­s. Cada aparición pública de la pareja se convierte en novedad periodísti­ca. Preysler saltó a la fama del brazo del cantante Julio Iglesias; entró en la nobleza española de la mano de Carlos Falcó, marqués de Griñón, y formó una sólida pareja con el ex ministro socialista Miguel Boyer, de quien enviudó un año antes de enamorarse de Vargas Llosa. Así, lleva más de 30 años en las portadas de revistas. Socialité glamorosa, el mejor producto de Preysler no son sus cremas ni los muebles de baño y cocina de Porcelanos­a, marca española a la que asoció su nombre. Su mejor producto es ella misma. ¿Cómo compatibil­izan los mundos de un intelectua­l respetadís­imo en los cenáculos académicos y una celebridad de la prensa rosa? En un reciente reportaje del New York Times,– con incomodida­d- decía: “El amor es la experienci­a probableme­nte más enriqueced­ora que tiene un ser humano. Nada transforma tanto la vida de una persona como el amor. Al mismo tiempo, el amor es una experienci­a privada. Si se hace pública, se abarata, se empobrece”.

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