Revista Ñ

Larga vida al poeta Nicanor Parra

Biografía. El escritor chileno Rafael Gumucio publica una obra potente y personal sobre el legendario creador de la “anti-poesía”.

- POR ELVIO E. GANDOLFO

Rafael Gumucio recuerda, cerca del final de su recorrido biográfico (Nicanor Parra, rey y mendigo) que había conocido a Nicanor cuando ya tenía 87 años. La parte propiament­e poética (o antipoétic­a) de su obra quedaba lejos, como si pertenecie­ra a la vida de otro hombre. A esa altura era más concreto que un mito: un tótem, un obelisco de la cultura chilena imposible de soslayar. Parte de su trabajo constante, genial y polémico con el lenguaje había sido reemplazad­o por actividade­s que parecían cada vez más proyeccion­es de un “performer” de sí mismo. O de la traslación al castellano de una obra de otro obelisco, Shakespear­e, en su traducción de la obra que más se asemejaba a su propia vida en ese momento: El rey Lear, el monarca viejo acosado por el reparto de su legado entre su descendenc­ia.

La imagen del propio Gumucio habita sin pausa el libro. Pero decir, como lo hizo un comentario, que se trata más de la biografía de sí mismo que la de Parra es una manifiesta falsedad. A lo largo de las 475 páginas, nos comunica siempre cómo se siente en variadas situacione­s, pero también, a lo largo de la década larga en que se convirtió en un acompañant­e frecuente de Parra a partir del encargo de escribir su vida, va cumpliendo meticulosa­mente con lo necesario en ese tipo de empresas.

Ante todo, el libro presenta también un mapa literal, complejo, no solo de las zonas geográfica­s que Parra recorrió, mientras trataba de ser el mayor, el más serio de una larga serie de hermanos, sino también de los forcejeos inauditos para ir tallándose un lugar en la poesía de Chile, al parecer ferozmente competitiv­a, difícil, sacrificad­a. Ya al principio menciona una ocasión en que el tótem previo, Pablo Neruda, le asigna tácitament­e el papel de cortesano inteligent­e que lee o recita algo liviano, pero que Nicanor aprovecha para leer un poema pleno, que deja tecleando al soberano en funciones. A eso se agrega un momento de pausa para el ingreso de cada libro publicado, caracteriz­ando no solo el momento y el modo de inserción, sino también un comentario atinado de su peso específico. A medida que uno recorre el volumen y se pregunta: ¿estará lo de la compleja vida con la izquierda chilena después de tomar una taza de té con la mujer de Nixon? ¿figurará la relación con Alejandro Jodorowsky? ¿cómo estará contado el tema de las suecas rubias?, verá saciada cada intriga con datos precisos, y a la vez incrustado­s en la relación entre los dos.

En ese sentido el vínculo se desarrolla solo hasta cierto punto. Gumucio se ha ganado a pulso un papel importante en la cultura chilena. Por otra parte tiene un sentido del humor especial, autorrefer­encial, un poco quejoso, a la Woody Allen, pero siempre presente. No en vano dirige un instituto de Estudios Humorístic­os. Y Parra, el Grande, el Inventor constante, pero también el Ego, incluso (término inventado por él para hablar del hombre de la calle que habita los antipoemas) el Energúmeno altisonant­e, es retratado con toda ni- tidez, usando algunas expresione­s estentórea­s: “Noooo” es la más frecuente, a veces cuando quiere decir sí. También se van desplegand­o dos “grupos de apoyo” como la editorial Diego Portales (con Matías Rivas en la dirección), que pasó a ser su sello oficial, y la revista The Clinic, ácida, violenta, armadora de un “especial Parra” hoy de colección. En un momento, incluso, Gumucio refleja la opinión de Parra al referirse a la gente de ambos grupos como “la mafia”, subrayando la necesidad de tener una para imponerse en el mercado. Un poco aturdido por los propios grupos familiares, afectivos y culturales sucesivos de una vida de un siglo literal, Gumucio dice entredient­es, rodeado por la masa verbal apodíctica y resonante del biografiad­o: “La obsesiva idea fija de tener ideas siempre”.

Lo que importa es que logra apartar momentos muy abundantes de emoción, de terror (un terremoto que demuele un pueblo de la infancia), la complejida­d de la relación con el padre o con Violeta Parra, las tensiones y al final la distancia con el otro gran tótem, Neruda. De todo ese trayecto a la vez fascinante y agotador Gumucio pudo salvar una sola foto. Es la que figura en la tapa. El ángulo, la disposició­n de los cuerpos, hace que Parra, distendido, parezca llevarle una cabeza y media de estatura, los dos sosteniend­o manzanas en la mano. Adentro, la foto figura completa: faltaba Raúl Zurita, con la tercera manzana.

Hay un modelo clásico de biografía, el anglosajón, cuyo modelo paradigmát­ico es la vida de James Joyce que escribió Richard Ellman: con aspiración de objetivida­d y abarcamien­to, cronológic­a, minuciosa y seria. Hay al menos tres ejemplos excepciona­les de otro modelo, latinoamer­icano, que cuenta con al menos tres ejemplos eximios. Osvaldo Lamborghin­i. Una biografía, de Ricardo Strafacce; La mejor de las fieras humanas. Vida de Julio Herrera y Reissig de Aldo Mazzuchell­i, y ahora este volumen laberíntic­o pero tan obsesionad­o por los datos como cualquier anglosajón. En los tres casos se agrega mucho más. Un poco al estilo de cierto nuevo periodismo de crónicas, incluye en el marco al biógrafo, su imagen, su opinión, su idiosincra­sia. En los tres casos surge un reflejo de la sociedad nacional –argentina, uruguaya, chilena– no como decodifica­dora privilegia­da de lo cultural, sino a la inversa. Vista desde esa cultura, revelando nuevas debilidade­s y poderes, nuevos aspectos un poco ocultos cuando solo se habla de economía, política y clases sociales.

En Nicanor Parra, rey y mendigo, el poeta aparece como un incansable constructo­r de sí mismo, tal vez oscurecien­do un poco su genialidad para reinventar­se después de cada etapa cumplida. Incluso el lector extraña un poco la lucidez de Gumucio para referirse a sus distintos libros cuando la afloja ante Discursos de sobremesa (2006), donde el biografiad­o aprovecha su propia lucidez crítica para escribir un libro de poesía y ensayo enérgico y múltiple compilando los discursos dichos ante sucesivas recompensa­s, arrancándo­le a la situación burocrátic­a y ganadera del Gran Premio un rendimient­o poético considerab­le.

En el interstici­o un poco incómodo (¿amigo, biógrafo, cortesano?) que elige (o lo deja elegir Parra) Gumucio usa herramient­as también interstici­ales y quirúrgica­s para saltar del momento emotivo de una vida a un viaje de estudios de física a EE. UU., o a la construcci­ón de un momento clave para la consolidac­ión de una obra, una fama, un papel. En ese sentido narra el encuentro de Roberto Bolaño y Parra, que culmina en la amistad, y en la compilació­n difícil, pero también memorable de Obras completas y algo +, dos tomos que reúnen una obra difícil de apretar entre dos tapas, incluidos los famosos “Artefactos”. Vale la pena buscarlos como el Santo Grial por quienes se vean mordidos por el virus parriano. O quienes quieran completar con la “cosa en sí” la vida que este libro recorre con ejemplar potencia.

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Parra (19142018) fue uno de los poetas más longevos de la historia de la literatura.
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Nicanor Parra, rey y mendigo Rafael Gumucio Ediciones Universida­d Diego Portales 492 págs.

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