Rechazo de la repetición y el subrayado
Ensayo. Sobre la sutil relación de música y lenguaje en James Joyce y Luciano Berio, Stefan George y Anton Webern, entre otros.
Aunque el tema no podría ser más diferente, este libro sobre música y lenguaje, Componer las palabras, produce un efecto similar al de su anterior Formas frágiles, consagrado a la improvisación musical: es, además de otras cosas, un acto de limpieza. Si Formas frágiles trataba con brillo sereno y concisión un tema por naturaleza dispendioso, dado al derroche, esta sobria incursión en la relación entre música y lenguaje vuelve sobre ciertos tópicos con el temperamento y la sabiduría del filólogo.
Pablo Gianera, que además de crítico musical y literario es un reconocido traductor (y autor de una gran versión de los Himnos a la noche de Novalis), piensa la relación entre la música y el lenguaje desde la raíz, y esa raíz es idiomática. “Los románticos alemanes fijaron críticamente las condiciones de la relación entre palabra y música”, leemos al comienzo del primer ensayo, titulado schumannianamente “Habla el poeta”. Y ese en- sayo sigue esa relación desde los primeros esbozos teóricos de W.H. Wackenroder y Ludwig Tieck hasta los inicios del lied romántico, que como bien muestra el autor surge un poco antes del romanticismo propiamente dicho. Podría decirse que surge ya en Beethoven, en el ciclo An die ferne Geliebe (A la amada lejana), compuesto en 1816 sobre poemas de Aloys Jeitelles. Allí el piano deja de ser un mero acompañante.
Dice Gianera: “El momento más excepcional de esta primacía (del piano sobre la melodía) sobreviene muy pronto, ya en “Wo die Berge so blau”, la segunda canción. Hasta el compás 17, la voz tiene a su cargo la melodía, como es habitual. Pero a partir del compás 18 –con los versos “Dort mi rugigen Tal/ schweigen Schmerzebn und Qual (Allí en la serenidad de valle/ callan la pena y el dolor)”–, y durante catorce compases, sobreviene un vuelco: el piano, que acompañaba, asume la voz principal,
pero la voz no se ausenta. Es casi un recitativo que se despliega como una meditación estática recortada sobre una nota pedal (...). El piano releva a la voz y, quasi parlando, la subroga y habla por ella.”
El libro comprende seis ensayos, además de un breve prólogo de Alberto Manguel y una todavía más breve introducción del autor. Gianera examina y recorta la relación entre música y lenguaje desde diferentes perspectivas: el surgimiento del lied, las performances dadaístas en el Cabaret Voltaire; la Ursonate de Kurt Schwitters; la personalísima poesía sonora del austríaco Ernst Jandl; el experimento de Joyce en el capítulo XI del Ulises y su “continuación” musical en una obra electroacústica de Luciano Berio; el montaje del compositor Oscar Strasnoy sobre Bach y Kafka en su cantata Preparativos para una boda (con B y K); la radical composición poética de Stefan George; la prosa de Thomas Bernhard.
El tercer capítulo echa luz sobre la relación entre el poeta absoluto George con los músicos del círculo de Viena. Schoenberg empleó sus poemas para la despedida de la tonalidad y para el ingreso en el nuevo mundo del atonalismo. Eso todos lo sabíamos. Pero Gianera capta una significativa diferencia en la estrategia compositiva de Webern: el lirismo no se impone sobre los versos, más bien la línea se inclina ante las palabras del poema.
Esta idea, que cierra el tercer capítulo, abre virtualmente un conjunto de interrogantes y perspectivas sobre el silencioso arte de Webern en particular y sobre la mímesis poético-musical en general. Cierto efecto de “resonancia” es un rasgo de este ensayo cautivante. Gianera, un escritor particularmente alérgico a las reiteraciones y la pedagogía del subrayado, es también a su modo un “silencioso”: simplemente deja que un tema reverbere sobre el otro.