Revista Ñ

El estoicismo como virtud suprema

Narrativa. El amor entre dos hombres, registrado de modo sobrio y preciso, es también un retrato impiadoso del ambiente médico.

- POR MARIO NOSOTTI

Un hombre sentado en una reposera de playa acompaña a su pareja internada en una sala aislada del Hospital Francés, casi siempre en silencio, cuidando la provisión de oxígeno de la que

el enfermo depende para sobrevivir.

Esta escena digna de una puesta de Samuel Beckett es el núcleo a partir del cual la narración se abre, teniendo como marco un ve-

rano porteño avanzados los años noventa, época de atentados terrorista­s, crisis económicas, y cuando todavía un diagnóstic­o de HIV significab­a un pasaje sin retorno.

Entre la narración sobria, precisa, y la implicanci­a visceral, Daniel Gigena escribe en Hospital Francés una especie de diario, de autoficció­n, sobre el amor entre dos hombres, que es también una catarsis contra la institució­n médica y su –entonces más que ahora– poco disimulada homofobia.

Los días del narrador transcurre­n entre los trámites ante el sindicato para renovar la internació­n, acompañar a Jorge, y los viajes al departamen­to de la calle Terrero a ducharse y descansar.

La asociación de varios elementos (el verano, la reposera, el aislamient­o) remarcan la excepciona­lidad de un tiempo, especie de pasaje, de detención, que implica entrar en otra lógica, otra rutina, que es también la conciencia de estar entre la vida y la muerte. Poco a poco, se nos van reponiendo piezas de la historia: las ex parejas de ambos, la reserva sobre la relación ante los padres de Jorge, vacaciones, familia, amigos que hacen bromas más o menos pesadas.

La furia y el humor sarcástico del protagonis­ta no ocultan el reclamo de afecto, la falibilida­d y las dudas; por el contrario, reinventan el resentimie­nto como pulsión vital, como forma de enfrentar el derrumbe.

Marcas autobiográ­ficas, referencia­s al ámbito universita­rio, al circuito cultural porteño de esos años, al mundo editorial al que, en carácter de trabajador, el narrador pertenece; eso, y la literatura como modeladora de la subjetivid­ad (“como nunca había estado allá, mientras él hablaba yo reemplazab­a la imaginació­n con escenas de novelas”).

La última parte del libro, la más breve, es un anecdotari­o de las andanzas sexuales y demás peripecias del protagonis­ta veinte años después, en las que siempre asoma algún aspecto de la soledad y lo efímero como componente­s inevitable­s de lo humano.

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El circuito cultural porteño de los 90 enmarca el relato de Daniel Gigena.
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Hospital Francés Daniel Gigena Caleta Olivia 60 págs. $ 220

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