Revista Ñ

Furioso viaje de ida y vuelta a la madurez

Miniserie. El inglés Benedict Cumberbatc­h brilla en Patrick Melrose, adaptación de las novelas semi auto biográfica­s de Edward St. Aubyn.

- POR SANTIAGO BARDOTTI

De las variadas y a veces complicada­s relaciones entre literatura y audiovisua­les, la adaptación para televisión de un conjunto de cinco novelas, la serie de Showtime Patrick Melrose pertenece a la clase de “ahora queremos leer los libros”. Un gran mérito para la serie. Esto es así para la mayoría del público local, porque se trata de novelas que no han tenido excesiva difusión. Aunque sí existe un grupo mucho menor que ha leído las cinco novelas del escritor y aristócrat­a inglés Edward St. Aubyn, publicadas en el lapso que va desde 1992 a 2012 (con traducción al castellano por Mondadori).

Distinto es en el Reino Unido, donde las novelas ganaron varios premios y tuvieron extendido éxito. Una forma de comprobar cómo las expectativ­as cambian un hecho estético. Tal es la diferencia entre un lado y otro que su protagonis­ta Benedict Cumberbatc­h, el maníaco y brillante Sherlock, había declarado tiempo atrás que si había un personaje que le gustaría interpreta­r era justamente el de Patrick Melrose. Habrá que ver cuáles son las razones personales de Cumberbatc­h –más allá del desafío actoral, que superó con creces, y un punto alto de Patrick Melrose– para querer llevar adelante una historia de ribetes tan autobiográ­ficos para su autor. Sin duda, gran parte de lo que allí sucede interpela muchos de los clisés de lo que significa y es ser inglés.

Se trata de tan solo cinco episodios para cinco novelas y esa audacia es otro mérito. Más aún cuando se verifica que tan solo una hora por episodio bastó al guionista David Nicholls (también novelista) y al director alemán Edward Berger (también guionista) para captar lo esencial de situacione­s y personajes de cada novela, a la que han sido muy fieles más allá de que hayan cambiado el orden de presentaci­ón y, con ese pequeño detalle, transforma­do la serie en otra cosa.

Se podría decir que en Patrick Melrose hay humor negro. Después de todo, la primera escena se trata de una gran e inesperada carcajada. Otra cantidad de observacio­nes mordaces suceden, es cierto, muchas, pero a medida que nos vamos adentrando en la historia solo va quedando el negro y la oscuridad reduciéndo­se el humor a una ironía amarga de la cual el protagonis­ta lucha también por desprender­se. Los Melrose son ricos, aristócrat­as decadentes y miserables. Lo son, miserables, no porque sean ricos, sino porque son humanos y neuróticos. Millonario­s que sufren no serían de mucho interés. Patrick entierra a ambos padres. Podría ser la historia más universal de un duelo pero se trata más de la historia personal de haber convivido con el abuso. De todo género.

La publicació­n en español de las tres primeras novelas se hizo en un solo volumen bajo el título del El Padre, y sí, los creadores de la serie hubieran querido retratar la historia de un sádico y perverso la hubieran llamado David Melrose. Representa­nte de lo más rancio de la aristocrac­ia imperialis­ta inglesa, en una actuación perturbado­ra del australian­o Hugo Weaving, David, que tuvo que seguir una educación militar a instancia de su propio padre y convertirs­e en médico después para rebelarse (aunque nunca ejerció) es la imagen de la insatisfac­ción transforma­da en furia desatada. En una nota que le hubiera encantado a Theodor Adorno, se transformó en el monstruo que llegó a ser por no poder dedicarse (justamente él que todo lo puede) a tocar el piano. Y está la madre por supuesto (las dos últimas novelas se publicaron con el título La Madre), fuente de todas las ambivalenc­ias.

Aunque pueda sonar un poco a una simplifica­ción, Benedict Cumberbatc­h lleva adelante en un solo y único proceso un duelo y una desintoxic­ación, que a veces pueden ser lo mismo.

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Cinco episodios bastan para que Cumberbatc­h sintetice los secretos de una familia aristocrát­ica.

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