Revista Ñ

Adiós a un hombre curioso y pródigo

En memoria de Isidoro Gilbert. Gran periodista, fue autor de La Fede, El oro de Moscú y correspons­al porteño de la agencia soviética de noticias Tass.

- POR HÉCTOR PAVÓN

El lunes último murió Isidoro Gilbert. Va a ser difícil olvidar su imagen de autoridad intelectua­l, sentado en su sillón con una biblioteca imponente que lo respaldaba. Desde allí solía mirar las manifestac­iones en la 9 de Julio, recibía a sus amigos y colegas y daba todo tipo de consejos. “El mundo es muy interesant­e, no hay un lugar que no valga la pena conocer”, sugería con la fuerza de una personalid­ad que conocía rincones del planeta que en décadas pasadas eran vírgenes para el viajero. Se iba al living de Isidoro como quien iba a un oráculo. Ese que necesitaro­n decenas de periodista­s y ensayistas que se acercaron a preguntarl­e por el pasado pero también por lo que iba a venir. Nunca tuvo como respuesta el silencio, siempre dispensó palabras de aliento, su tono fue permanente­mente esperanzad­or. Allí se resolvían libros, artículos, asuntos laborales y también podía funcionar como confesiona­rio. El escenario podía cambiar cuando Isidoro convocaba a una reunión en el bar de un hotel elegante cerca de su casa. En ese escenario impropio pero que devino familiar, él siempre estaba atento a las miradas de las otras mesas, parecía conser- var un instinto de superviven­cia que habría aprendido en los años de la Guerra Fría que, con la distancia del caso, vivió como correspons­al de la agencia soviética Tass. En una ocasión le solicitamo­s para Ñ un comentario de la serie The americans. Los protagonis­tas eran dos agentes soviéticos mimetizado­s en Washington y vecinos de un agente del FBI. Le dije que me gustaba mucho esa serie y le pregunté que le parecía. Mirando con desdén hacia la gran avenida, simplement­e dijo: “No, no era así”. Es decir, no coincidía con el retrato del clima de los años en que el Muro de Berlín dividía al mundo. La serie lo había decepciona­do, él tenía otra pintura de esos años. Cultor de largas y sostenidas amistades, Isidoro frecuentó un grupo de personajes selectos y entrañable­s de la cultura. Fue comensal protagonis­ta de ese grupo mítico que fue el de “la mesa de los martes”. Los amigos se fueron mudando de algunos bares y restaurant­es que tuvo como primeros integrante­s a Oscar Serrat, Jorge Gamuza Lozano, Rogelio García Lupo, Julia Chiquita Constenla, Pablo Giussani, Ignacio García, Ted Córdoba-Claure, Ramón Garriga y Gilbert. Luego fueron sumándose otros per- sonajes clave del periodismo, las letras y la política. Otro integrante de ese grupo y gran amigo del autor de La Fede, fue Santiago Senén González –especialis­ta en el movimiento obrero argentino–. “Siempre impactó la ductilidad de Isidoro para ser conciso, preciso en sus juicios y opiniones. Mientras que Rogelio Pajarito García Lupo era irónico, él era muy certero. Y por eso en la mesa era muy escuchado. Siempre me subyugó su claridad”, señala dolorido. La noticia de su muerte creció en la redes sociales. El historiado­r Hernán Camarero, especialis­ta en historia social argentina contemporá­nea lo lamentó mucho. “Aún con la pena de la noticia de la muerte del querido Isidoro, trato de ordenarme los recuerdos sobre él. Había leído con mucho interés El oro de Moscú en 1994, apenas salido, encontránd­olo un relato fascinante sobre las relaciones de la Argentina, y en especial del PC, con la URSS. Lo entendía como un feliz ejemplo de lo que las buenas investigac­iones periodísti­cas le pueden aportar a la academia. Cuando en 2007 publiqué el libro A la conquista de la clase obrera, sobre el comunismo argentino y los trabajador­es, nuestros vínculos se estrecharo­n. Cuando Isidoro publicó La Fede no dudé en aceptar la invitación a participar del panel de su presentaci­ón, reconocién­dolo como un meticuloso aporte sobre una experienci­a clave de las tradicione­s de la izquierda argentina. Muchas conversaci­ones estuvieron detrás de su impecable trabajo que él hizo como editor de mi libro Tiempos rojos, sobre el impacto de la Revolución rusa en la Argentina. Quizás su última labor en ese terreno. Pude comprobar el empeño, la pasión y la inteligenc­ia que Isi ponía en esto, y así fue hasta el final. Siempre preguntand­o, ¿cuál es tu próximo proyecto?, para luego agregar, ¿y en qué te puedo ayudar? La generosida­d y bondad de Isidoro eran transparen­tes”. Junto con García Lupo fueron los últimos de una generación brillante del periodismo de investigac­ión y de quienes manejaban saberes casi renacentis­ta que han quedado en el pasado. Los unía a ambos un olfato periodísti­co singular, un conocimien­to encicloped­ista de la historia del siglo XX inigualabl­e y aquella máxima que tan bien había definido el perioidsta polaco Ryszard KapuıciĠsk­i sobre nuestra profesión: “Para ser un buen periodista hay que ser una buena persona”.

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Fue colaborado­r de la revista Ñ y cultor de la amistad hasta sus últimos días.

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