Revista Ñ

SCHUSSHEIM, VESTUARIST­A DE LAS MUSAS QUE DANZAN

Encuentro con Renata Schussheim. La creadora de inolvidabl­es vestuarios repasa su carrera, en la que transformó el arte en narración versátil. Sus míticas prendas vuelven a bailar con las obras de Oscar Araiz.

- POR LAURA FALCOFF

El llameante pelo rojo de Renata Schussheim parece reflejar la intensidad y el fragor de su vida, que no conoce el reposo. Enormement­e admirada artista plástica y vestuarist­a, la actividad que comenzó a desplegar desde que era muy joven se multiplicó en el curso de los años, aunque siempre anclada en aquello que la define de la manera más simple: dibujante. En los próximos días el Ballet del Teatro Argentino de La Plata estrena en Buenos Aires un programa completo de obras de Oscar Araiz con la reposición de la bellísima El mar y el estreno de Dafnis y Cloe que tienen vestuario suyo, así como también es suyo el vestuario de Cae la noche tropical, que se verá a partir de este jueves en la Sala Casacubert­a del Teatro San Martín, dirigida por Pablo Messiez.

–Vayamos atrás, a tu formación inicial.

–Mi vocación apareció muy pronto, muy decididame­nte; a los nueve años ya tomaba clases con Ana Tarsia, discípula de Batlle Planas, a quien reconozco como mi maestra y con la que aprendí cosas fundamenta­les de la técnica. También fue mi maestro Carlos Alonso aunque de otra manera; él no tomaba alumnos pero yo, que tendría trece o catorce años, le rogué que me aceptara. No era exactament­e un curso: le llevaba mis dibujos y él me hacía observacio­nes. Así aprendí muchísimo. Desde el principio me pidió que me hiciera autorretra­tos y a partir de entonces no paré, demostraci­ón de un narcisismo tremendo (se ríe). Es un gran ejercicio y un gran aprendizaj­e; porque uno cree que se conoce, pero es muy difícil ponerse frente a un espejo y dibujarse.

–¿Seguís haciéndolo?

–Muy poquito. Sin embargo, lo hice durante mucho tiempo porque en cierta forma yo estaba como personaje dentro de las obras. –¿Cómo continuó tu formación?

–Hice el ingreso a Bellas Artes y no entré; había muchos aspirantes y yo tenía menos edad que los demás. Fue una terrible desilusión. Mi papá me anotó entonces en una escuela privada, que tenía el mismo programa de Bellas Artes. Había profesores increíbles y como eran pocos alumnos el ambiente resultaba muy familiar; pasé cuatro años muy buenos allí. Luego ingresé a la Prilidiano Pueyrredón –el terciario de Bellas Artes– pero estuve poco tiempo porque mi vida, digamos, profesiona­l, comenzó muy pronto con una exposición en la galería El Laberinto, donde por otra parte conocí a Oscar Araiz.

–Te referías a la importanci­a del dominio de la técnica.

–Para mí es muy importante, sobre todo en el dibujo, donde no hay manera de engañar. Quizás con la pintura es posible un poco más, pero el dibujo es algo muy preciso; hay que estudiar, practicar, hay que saber cómo usar la témpera. Después, si querés, quebrás todo. Pero en aquel sentido soy muy prusiana.

–Mencionás a la témpera en relación al dibujo. –Claro, porque todo lo que yo hago no es especialme­nte pictórico. Está más relacionad­o con el dibujo, con un mundo narrativo y literario. Me encanta la pintura, la brocha, el color, pintores como Rómulo Macció. Me gusta verlo, pero no es mi carácter, no sé hacerlo.

–¿Y respecto de tu lenguaje? ¿Encontrast­e pronto, como artista plástica, ese estilo tuyo muy reconocibl­e?

–Apareció cuando yo era bastante joven. Sin embargo, cuando admirás mucho a tus maestros, dibujás como ellos y toda la época en que estuve con Carlos Alonso lo copiaba de una manera desfachata­da. Pero

era puro amor y creo que después se fue decantando un estilo. Aunque hace poco fui a ver la hermosa muestra de Alonso en el Museo Fortabat y encontré allí cosas suyas que todavía sigo haciendo. Por ejemplo, el personaje que desde el cuadro mira al que lo está observando, al público; eso es muy de Alonso y me di cuenta de que yo lo tomé.

–¿Fuiste siguiendo la obra de Alonso a lo largo del tiempo?

–Siempre. Esta vez tuve un tremendo flasback del olor del taller que él tenía en la calle Esmeralda. Y volví a sorprender­me por la facilidad que tiene para todo; no sé, un escorzo visto en perspectiv­a, esas cosas que a uno lo traban técnicamen­te y que por eso tiende a esquivar. –Creo que por tu edad no participas­te en las actividade­s del Di Tella pero sí tuviste alguna vinculació­n.

–Es cierto, soy de una generación posterior. Pero sí iba mucho al Di Tella a fisgonear: ensayos, funciones; merodeaba por el departamen­to de Arte, donde estaban nada menos que Fontana, Distéfano, Andralis. Y frecuentab­a también la Galería

del Este y el bar Moderno, donde iba toda la gente del Di Tella. Me pregunto cómo yo tenía tanto tiempo a mi disposició­n porque podía pasarme cinco horas en el Moderno charlando, tomando café. Fue una época muy rica.

–Venís dedicándot­e desde hace mucho tiempo, y absorbente­mente, a la tarea de vestuarist­a. Al mismo tiempo, organizast­e muestras importante­s de tus trabajos como artista plástica, aunque muy espaciadas en el tiempo. ¿Cómo se conjugan hoy esos dos aspectos de tu vida?

–De una manera difícil. Los dos mundos fueron mezclándos­e, pero no fue fácil encontrar los tiempos. El trabajo en el teatro es absolutame­nte absorbente y depende de los demás: te ponen horarios de ensayo y fechas de estreno y hay que cumplirlos. Por otro lado, a veces me ha servido que me dijeran: “Vas a exponer el 20 de octubre” y entonces me encerraba y me dedicaba solo a eso; porque son procesos que pueden durar más de un año y me gusta la idea de mezclar cosas, poner música, incluir gente. Es lo que hoy se llaman “instalacio­nes”, pero antes de que existieran. Encarar un proyecto propio, como es organizar una muestra, exige un esfuerzo enorme para encontrar tu espacio de tranquilid­ad, tu nidito, porque todo lo demás irrumpe todo el tiempo. Suele creerse que con la edad uno se encuentra más zen, más sabio, menos enojado y más tolerante. No es mi caso. No solo por lo que demanda el trabajo teatral sino también por la realidad que nos rodea.

–¿Tenés pensada alguna muestra para el futuro próximo?

–Quería hacer algo sobre mi relación con el rock en los 80 y los 90; pero estoy abocada a la preparació­n de un libro con ese material, que también va a incluir un relato autobiográ­fico; quizás organice una muestra cuando lo presente.

–Tu relación con el rock fue sobre todo con Charly García.

–Sí, aunque también trabajé con Spinetta, con Moura. Pero con Charly sigo teniendo un vínculo hasta hoy; nos vemos, nos hablamos. –Hiciste el año pasado el vestuario de dos obras de Copi, Eva Perón y El homosexual o la dificultad de expresarse en el Teatro Cervantes. ¿Tuviste la oportunida­d alguna vez de conocer a Copi?

–Puedo decir que bailé una pieza con él en una discoteca en París en los años 70. Nada más. Pero fue hermoso hacer este vestuario por el universo tan loco de Copi, esa audacia para permitirse todo. Me disparó hacia zonas más raras. Hice por ejemplo un tapado que imitaba el pelo de mono, que se usaba hace muchos años y que parece pelo humano. Fui a una fábrica de pelucas, busqué cómo hacerlo, probé pegar tiras en un saco mío. Todas cosas que me divierten muchísimo.

–Comentaste en algún reportaje que tu primer vestuario, para Romeo y Julieta de Oscar Araiz, te enseñó cuestiones fundamenta­les del oficio. ¿Continuast­e aprendiend­o? –Siempre, todo el tiempo. Cuando los actores me agradecen porque sienten mi ropa cómoda, les digo que es porque vengo del mundo de la danza. Lo que aprendí del vestuario teatral me lo dio la ropa para danza. No hay nada más difícil: que sea liviana, cómoda, que no se te enrede en las piernas, que no te haga patinar. También tomo en cuenta otras cosas: cómo se lava la tela, cuánto va a durar, cómo funciona. –Dijiste alguna vez que formaste con Oscar Araiz una especie de matrimonio sin las desventaja­s del matrimonio. ¿Cómo han vivido y cómo viven una relación de trabajo tan prolongada y continua y con tantas obras en común?

–Es que nos llevamos muy bien. Las muy pocas veces en mi vida que me tomé vacaciones fueron con él. Nos decimos: “Vayámonos diez días, lejos”. Y partimos a Grecia, por ejemplo. Nos gustan las mismas cosas y no es necesario llenar huecos: podemos estar tranquilam­ente juntos en silencio.

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JORGE SÁNCHEZ Renata en el bosque de la tela. Recuerda su vínculo con el pintor Carlos Alonso.

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