EL CINE DEL MUNDO AL LADO DEL MAR
Festival de Cine de Mar del Plata. Desde el 10 de noviembre, la 33ª edición de este clásico argentino con galones internacionales incluirá una retrospectiva dedicada a Pierre Richard y también una esmerada curaduría en manos de la nueva directora, Cecilia
La designación de Cecilia Barrionuevo como directora artística del único festival vernáculo de clase A fue recibida con entusiasmo por cinéfilos argentinos y extranjeros. Discreta y perseverante, Barrionuevo venía trabajando en la programación y en el tejido microscópico de vínculos que volvió a posicionar al festival en el mundo. La admirable paciencia de la nueva directora para construir lazos con distintas instituciones, cineastas, directores de festivales y críticos explica en gran medida la nueva posición internacional de la que goza el Festival de Mar del Plata.
Quienes eligen en un desconocido conciliábulo a los responsables del festival pudieron resolver el ridículo de la precedente administración, y convocaron a una laboriosa mujer que viene del corazón del festival a un puesto de liderazgo. No importa si fue oportunismo o convicción, ahí está Barrionuevo al comando. Y su visión ya está impregnándolo todo, con la anuencia de sus fieles programadores. ¿Cuál es el primer cambio visible? Una nueva competencia que vindica la veta más radical del cine contemporáneo. En efecto, “Estados alterados” deja de ser una sección en observación. Venció la resistencia contra la que la propia Barrionuevo batalló con algunos de sus programadores a lo largo de años. El cine más libre de hoy estará presente sin pedirle permiso a nadie.
A pesar de los tres días menos, la nueva edición del festival cuenta con los mejores títulos del año. En las competencias están las magníficas What You Gonna Do When the World’s on Fire?, (Roberto Minervin), A Portuguesa (Rita Azevedo Gomes) y Entre dos aguas (Isaki Lacuest). Hay también otros filmes que representan otras corrientes estéticas, como If Beale Street Could Talk (Jenkings) o In Fabric (Strickland), pero en esta ocasión se puede entrever que el festival encontró equilibrio en la diversidad sin proponer contradicciones o elecciones insostenibles. Lo mismo sucede en otras secciones competitivas, donde hay buenos títulos: Cómprame un revólver, Construcciones, Classical Period.
Por fuera de las competencias, es manifiesto el mismo balance: se pueden ver películas de directores nuevos, como sucede por ejemplo con Still Recording (Ayoub, Al Batal), y encontrarse con las películas de los consagrados: Doubles vies (Assayas), Dead Souls (Wang), Corsario (Perrone), Ash is Purest White (Jia), Your Face (Tsai), Roma (Cuarón). Las secciones lúdicas y nocturnas tienen una lógica, al igual que los filmes restaurados; en esta última sección resplandece la película del festival: A ilha dos amores. Quien pueda asistir a la función de este filme de 1982 de Paulo Rocha constatará la máxima expresión del arte cinematográfico. Ese filme solo justifica viajar 400 kilómetros desde Buenos Aires. ¿Y qué decir de las argentinas restauradas? El último malón y Prisioneros de la tierra, entre otros títulos, también justifican acercarse a la ciudad balnearia.
Sin duda, la gran retrospectiva de este año es la que fue curada por el inmenso crítico Olaf Möller sobre el cineasta alemán Wolfgang Staudte (1906-1984). El cineasta elegido y el período seleccionado constituyen una oportunidad única para conjurar lo poco que se sabe del cine germano, más allá de sus característicos autores venerados. Eso no desmerece la querible retrospectiva dedicada al actor Pierre Richard, o las centradas en la ascendiente cineasta colombiana Laura Huertas Millán y la mítica cineasta experimental Maya Daren.