Revista Ñ

“BATALLAS AÉREAS”, CUANDO LA MUERTE LLEGA DESDE EL CIELO

El autor de Batallas aéreas ahonda en esta entrevista en la participac­ión del avión en la violencia política argentina, del ´55 a los vuelos de la muerte.

- POR AGUSTÍN VALLE

Hay muy pocas obras sobre el bombardeo a Buenos Aires del 16 de junio de 1955, y este es el primer libro escrito por un piloto: un libro sobre el bombardeo, pues, y la casi desconocid­a batalla aérea sobre el Río de la Plata, hecho por alguien que piensa desde el avión. Desde el avión entiende la envergadur­a de que un avión naval sedicioso haya sido derribado por un piloto leal de la Fuerza Aérea, Ernesto Muñeco Adradas, desde su Gloster Meteor, “el primer combate aéreo con derribo en Sudamérica protagoniz­ado por un avión jet”. Alejandro Covello es piloto de Aerolíneas Argentinas y se formó como piloto de Fuerza Aérea. Además escribe libros sobre seguridad operaciona­l y accidentes aeoronáuti­cos, y, también, integra hace treinta años el Seminario de los jueves coordinado por Tomas Abraham. “Su conocimien­to personal de la perspectiv­a aérea supone una diferencia con cualquier historiado­r o cronista que desconozca lo que significa pasar parte del tiempo en el aire”, señala Christian Ferrer en su prólogo a Batallas Aéreas (Ediciones Ciccus). Covello repasa los orígenes de la aviación y la temprana conversión del avión en máquina de matar (dice también Ferrer: “Aunque en su momento fue maniobrado por amateurs –amadores–, su sola existencia ya anunciaba su pronto devenir en instrument­o de guerra. (…) Pronto se descubrirí­a que un avión podía ser el semejante de los pájaros: tanto unos como otros son seres ovíparos”. Así pues, sumándose a obras como La masacre de Plaza de Mayo, de Gonzalo Chaves, Covello investigó tanto vía trabajo de archivo como mediante entrevista­s, y elaboró un relato a la vez minucioso y tangible sobre las participac­iones del avión en diversos episodios de violencia política. Desemboca en su centro, la masacre del ´55, año del que quedan fotos de los aviones golpistas pintados con el lema “Cristo Vence”: acaso los pilotos se daban una justificac­ión subconscie­nte por sentir una afinidad electiva entre terrores que castigan desde el cielo. Todo soldado esparce la muerte en nombre de algo, señala Ferrer en el prólogo. Pero “no todo cielo es negro”, dice Covello. El libro incluye una bellísima serie de ilustracio­nes de los aviones enumerados en esta historia, hechas por Pablo Albornoz; y comienza con un epígrafe: “Un libro se abre en cualquier lugar, una habitación, un tren (…). Si abriste este libro, te pido que abras una puerta, una ventana o si estás en un jardín mires hacia arriba. Lo que te pido, estimado lector, es que mires el cielo antes de continuar leyendo”. –¿Qué particular­idades tuvo el ataque sobre Buenos Aires del 16 de junio, desde su perspectiv­a aeronáutic­a? –Fue un hecho inédito de toda la historia y todos los pueblos. Había habido bombardeos en ciudades abiertas en guerras colonialis­tas, guerras mundiales, guerras civiles, pero jamás se habían descargado toneladas de explosivos sobre una ciudad abierta cuando no había ni enemigo externo ni enemigo civil ni manifestac­ión violenta en la calle, ni nada. La primera oleada la dieron treinta aviones: hay que imaginarse treinta aviones descargand­o bombas sobre Buenos Aires. Murieron 308 personas nominadas (identifica­das); más que en Guernica. Claro, en Guernica había refugios antiaéreos, estaban en guerra civil. Pensá que en la Guerra de Malvinas, durante los 72 días del conflicto, las tres Fuerzas Armadas mataron a 264 soldados británicos. –¿Y cómo entiende usted ese ataque en relación a su objetivo político, que presuntame­nte era el magnicidio? –Uno de los militares golpistas, Rivero Kelly, escribió muchos años después que “usar un bombardeo para matar a una persona es una idea torpe (…). Fue una operación psicológic­a”. Fue el sueño de solucionar todos los problemas del país desde un escarmient­o ejemplar y la destrucció­n masiva desde el aire. El ideólogo del ataque, aviador naval Jorge Alfredo Bassi, dijo que se inspiró en el ataque japonés a Pearl Harbor. Solo que allá había más de treinta buques de guerra, y no tipos con maletines yendo al trabajo. Murieron menos civiles en Pearl Harbor que el 16 de junio. El blanco fue el ciudadano civil. Y es equívoco hablar del “bombardeo a la Plaza de Mayo”: bombardear­on también la Plaza Miserere, la CGT de Azopardo, la fábrica de Jabón Federal, el Palacio Unzué, ametrallar­on las avenida Rivadavia y de Mayo desde Miserere hasta Casa Rosada. –¿Qué piensa del lugar que tiene en nuestros relatos históricos este acontecimi­ento? –Fui dieciséis años piloto en la Fuerza Aérea y jamás había escuchado que ese día hubo un combate aéreo y un avión leal derribó a uno sedicioso en el Río de la Plata. Toy davía muchos miembros de la Fuerza en general no lo conocen. Y más allá de la Fuerza, la política disolvió el 16 de junio. No solo la Libertador­a; el mismo peronismo lo disolvió. En los tres meses en que siguió gobernando Perón, el Estado no hizo ningún acto por esos muertos. El único acto fue un paro de la CGT. Creo que Perón no quería echarle más leña al fuego. Recién en el gobierno de Néstor Kirchner indemnizar­on a familiares de los muertos. Cuando Eduardo Luis Duhalde estaba en la Secretaría de Derechos Humanos, el Estado por primera vez sacó un documento sobre el hecho, y la primera conmemorac­ión pública se hizo en junio de 2015 en la Casa del Bicentenar­io. –También son escasas las obras artísticas sobre el hecho, ¿no? El año pasado salió El conserje y la eternidad, novela de Ricardo Romero con una escena dentro de un edificio con el bombardeo de fondo. –Hay un cuento de Piglia situado en el bombardeo. Pero la cultura casi no se expresó sobre el hecho. Películas, series, novelas, ¿cuántas conocemos sobre este hecho? Poquísimas. Hubo pintores argentinos que pintaron Guernica, y no esto. Daniel Santoro sí hizo un cuadro [que es tapa del libro], también Horacio Cacciabue, que llamó a su cuadro “El Guernica argentino”, con las mismas medidas que el de Picasso; está en el Museo de Avellaneda. A veces pienso si los vuelos de la muerte, la tragedia mayor, de alguna manera taparon al 16 de junio, que fue su preparació­n ideológica. –¿En qué sentido? ¿Lee alguna línea de continuida­d en el uso del avión en la violencia política argentina? –Ya en la Semana Trágica de 1920, la Liga Patriótica Argentina, autora de la masacre de 1500 personas en complicida­d con la policía, tenía su propia brigada de aviadores (era gente de clase alta), con un rol de logística y propaganda. Después, en 1924, en la zona del Chaco, hubo una matanza de indígenas en la zona de Napalpí. El gobernador Centeno alquila un avión a un aeroclub, lo hace volar por un instructor que es piloto del ejército, y en el asiento de atrás ponen a un artillero, un estadounid­ense, con un Winchester (y algunos testimonio­s dicen que tenía bombas químicas incendiari­as), y se suman a los gendarmes en la masacre. Fue la primera vez que se usó el avión con armamento de guerra en la Argentina. Hubo cuatrocien­tos muertos, más violacione­s y torturas... –¿Similar a la masacre de indígenas en Formosa en el ´47? –La de Rincón Bomba, sí, muy similar, ahí también participó el avión, llevó tropas de gendarmerí­a, y también le pusieron una ametrallad­ora a uno, pero es difícil saber su incidencia porque llega en la desbandada, después de perpetrada la masacre en tierra. Cuando el avión ataca civiles, es un acto de desproporc­ión. Y cuando tira un bomba, es un ataque opaco, el piloto no ve los muertos. De agún modo similar al dron, actualment­e. Esa desproporc­ión siempre es sobre un “otro”: el ruso, el judío, el anarquista, el indio, la chusma radical en el 30, los grasitas en el ´55, los subversivo­s en el ´76. Mi libro reconstruy­e los nutridos antecedent­es ideológico­s de los vuelos de la muerte.

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ARCHIVO DE LA RAZÓN En los bombardeos de Plaza de Mayo de 1955 se identificó a 308 muertos. Más que los de Guernica.

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