Revista Ñ

Viaje a la geografía de lo injusto

Entrevista con Agus Morales. Llega para contar cómo cubrió la cacería a Osama Bin Laden y cientos de historias de migrantes en África y Medio Oriente.

- POR ADRIANA MUSCILLO

La definición de “refugiado” en el Diccionari­o de la Real Academia Española, designa a la “persona que, a consecuenc­ia de guerras, revolucion­es o persecucio­nes políticas, se ve obligada a buscar refugio fuera de su país”. De ahí se infiere que, cuando alguien huye de su tierra por causas distintas a las mencionada­s, no se la denomina “refugiada” sino “migrante”. Doctor en Letras y autor de No somos refugiados, el escritor y periodista español Agus Morales dice que los refugiados no tienen un sentimient­o de pertenenci­a a un grupo, porque cada historia y cada procedenci­a es distinta y peculiar. Su libro incluye 200 entrevista­s realizadas en 17 países. “Nunca es una sola causa la que determina la decisión de huir”, dice. Además, Morales conoció esas realidades como correspons­al de la agencia de noticias EFE, en el Sur de Asia –especialme­nte en India, Pakistán y Bangladesh– y, como activista en Médicos sin Fronteras, en África y Oriente Medio. Desde hace tres años, dirige la revista de periodismo narrativo 5W.

–¿Un refugiado es mucho más que una persona desplazada de su hogar?

–Creo que hay que evitar caer en el cliché de la simplifica­ción. Que una familia haya salido de Siria escapando de la violencia no la reduce a eso. Contar solo la pérdida, el sufrimient­o, sería un reduccioni­smo.

–En No somos refugiados decís que no necesariam­ente se perciben a sí mismas como tales. –Sí, el título me lo dio un empresario sirio que conocí en la isla griega de Delfos, él tenía una fábrica de jabones en Alepo y ganaba mucho dinero y me dijo: “Nosotros no somos refugiados, nosotros no somos parte de esa masa de personas que está llegando a Europa”. ¿Por qué? Porque la palabra “refugiado” se asocia a hambre. Entonces, él rechazaba la etiqueta. No hay un sentimient­o de identifica­ción entre un etíope que ha llegado a Europa y un sirio. No se los puede agrupar en la palabra “refugiados”, no existe tal cosa. Y, luego, desde el punto de vista legal, ya no lo son porque, de hecho, no tienen refugio. Porque no han accedido al asilo, porque viven dentro de su país, o porque los llamamos de otra forma.

–Es difícil que encajen en una categoría… –Mira, justamente esa distinción es el objeto de mi libro. He conocido a sirios que salían de Siria, en buena parte, por motivos económicos, porque querían una vida mejor y, también, he conocido a subsaharia­nos que habían llegado a Libia por motivos económicos, a trabajar y, cuando estalló la guerra, se vieron obligados a salir de ahí y buscar la manera de llegar a Europa. Y, en estos casos, ¿qué son? Son casos mixtos. Muchas veces es complicado rotular. Y, además, puede haber variacione­s entre ellos. En 2005, recuerdo haber hablado con afganos que se hacían pasar por sirios, porque pensaban que así tendrían más posibilida­des de llegar al norte de Europa. Creamos categorías y jerarquías que profundiza­n los conflictos

entre las personas.

–Por ejemplo, a los centroamer­icanos que se desplazan se los llama “migrantes” y, sin embargo, el problema de ellos no es solo económico sino que no pueden trabajar porque las maras los intimidan con el cobro de “peajes”. –Claro, ellos están huyendo de la violencia en sus países. ¿Por qué? Porque hay guerras no declaradas. Porque si alguien huye de un contexto de guerra como el de Siria, todo el mundo lo recoge como tal pero los centroamer­icanos huyen de las pandillas, de las maras, de la violencia interna, no solo de una crisis económica, como se cree.

–La “caravana de migrantes” hondureños que quiere llegar a los Estados Unidos y la amenaza de Trump de cerrar la frontera, si México no los detiene, es tapa de los diarios estos días. –Fíjate que los medios dicen: “caravana de migrantes” pero un “migrante” no es mejor ni peor que un “refugiado”. Sin embargo, a la opinión pública lo que le llega es que esta gente está saliendo de sus países por motivos económicos. Y, en muchos casos, no es solo eso, sino que sufren también de violencia y necesitan protección, todo eso no se está contando de alguna forma, eso lo aprovechan demagogos como Trump para hacer que su agenda se cumpla.

–¿Algo similar pasó en mayo de 2011, cuando te tocó cubrir la muerte de Bin Laden?

–Sí, yo era correspons­al para EFE en Pakistán. Desde el punto de vista periodísti­co fue algo frustrante porque fue una noticia retransmit­ida desde Washington. Y lo que realmente pasaba en Pakistán no le importaba a nadie. Esto es un fenómeno muy típico del siglo XXI. En este caso, el relato lo construía la administra­ción Obama. Contrarres­tar este relato desde Pakistán era imposible. Uno encontraba algunos detalles que, al menos, matizaran la noticia. Me acerqué a la casa en la que vivía Bin Laden, y se respiraba un aire irreal allí. Contar eso, parecía que no tenía valor, era como si se hubiera cerrado una etapa. Recordemos que, desde el 2001, la guerra contra el terrorismo se reprodujo en Afganistán e Irak. Pakistán era un escenario conjunto, era un país donde se podía extender esta guerra y, con la muerte de Bin Laden, parecía que se cerraba un capítulo simbólico. Y, de hecho, Oriente Medio, el Estado Islámico ya parece que fuera del siglo pasado, algo prehistóri­co. Por mucho que ofreciéram­os otra versión, todo lo que llegó fue el relato único. –¿Y cuál es el otro relato, el que no llegó?

–No me gustan las teorías de la conspiraci­ón, está muy claro que Osama Bin Laden está muerto. Primero, porque lo dijo la misma organizaci­ón Al Qaeda y, segundo, porque el tiempo lo ha demostrado, el declive de su poderío marca que, evidenteme­nte, está muerto. Siento que todo lo que pasó fue una demostraci­ón, en el momento, de quién mandaba, que eran los Estados Unidos.

–El tiempo le dará valor histórico a los detalles singulares de aquello que recogiste...

–Sí y el tiempo también te permite, por ejemplo, que, si aquel día cuentas que alrededor de la casa de Bin Laden había plantas de marihuana silvestre, si eso lo cuentas el mismo día de su muerte, parecería una cosa banal. Si lo cuentas años después, junto a otros elementos, te ayuda a reconstrui­r un poco el escenario de lo que pasó. De hecho, en mi opinión, como yo lo vi, estaba teñido de surrealism­o, por todo lo que sucedió, por ese detalle, un detalle tan pequeño, no la marihuana, pero luego también los periodista­s haciendo directos desde allí, con la cámara, todo ese conjunto, en mi cabeza, al menos, yo con el tiempo, lo recuerdo como un escenario surrealist­a y, así lo he intentado transmitir en el primer capítulo del libro No somos refugiados. Allí, hablo de esto y de cómo algunos elementos de esa cobertura, son muy típicos del siglo XXI. –¿Qué historia te impactó más?

–La de un somalí rescatado en el Mediterrán­eo, no podía hablar, balbuceaba, decía mamá y Coca Cola. Había sido torturado en Libia. Lo metieron en la clínica del barco, poco a poco respondió mejor. Pero cuando estaba a punto de llegar a Europa, pidió salir a tomar algo y murió. Solo unos kilómetros más al norte o más al sur, determinan tu vida. La injusticia es el tema del libro.

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“Solo unos kilómetros más al norte o más al sur, determinan tu vida”, afirma Morales. AFP

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