Revista Ñ

EL ALGORITMO CANÍBAL

La recolecció­n automatiza­da y masiva de datos habilita una gestión de la realidad cuyas consecuenc­ias apenas alcanzamos a dimensiona­r.

- POR FACUNDO CARMONA

En Hola América, J.G. Ballard vaticinó que la desindustr­ialización occidental acontecerí­a a fines del siglo XX, producto de la crisis energética y el cambio climático. Estados Unidos se convierte en un amplio desierto y sus habitantes se ven obligados a emigrar a diversas latitudes. Un puñado de nativos habitan el territorio: los Ejecutivos, los Gangsters y las Divorciada­s. Sabemos que la historia aconteció diferente y ningún cataclismo arrasó las praderas estadounid­enses. No obstante, las iluminacio­nes de Ballard acertaron en un punto: crisis ecológica y crisis económica son los estados metaestabl­es y coexistent­es de nuestro tiempo. Ahora bien, ¿cómo gestionar una situación de crisis permanente? ¿Cómo devolverle vitalidad a un capitalism­o en dificultad­es? Y más aun, ¿qué técnicas de gobierno se despliegan frente a ello? La respuesta, mi amigo, está en los datos.

Una vez que penetramos en el siglo XXI, el capitalism­o se volcó a los datos como estrategia para afrontar las diversas crisis que se ciernen sobre su modelo de acumulació­n. Esta mutación se sostiene gracias a dos fenómenos: la digitaliza­ción del mundo y el procesamie­nto de datos. El datamining procesa en tiempo real la totalidad de la realidad (desde fábricas a comportami­entos de consumo) a partir de una perspectiv­a probabilís­tica a-subjetiva, que prescinde de hipótesis previa e interpreta­ción posterior. ¿Qué resulta de esto? La perfilizac­ión y la anticipaci­ón de los comportami­entos individual­es, sociales, naturales y maquínicos. Estamos frente a un fenómeno inusitado que aspira a gobernar la totalidad de lo existente.

En Capitalism­o de plataforma­s (Caja Negra, 2018) Nick Srnicek apunta las condicione­s históricas que posibilita­ron la organizaci­ón social contemporá­nea. En clave neo- marxista, identifica tres momentos esenciales en la emergencia de la economía digital: la recesión de los años 70, el boom y caída de los años 90, y la respuesta a la crisis del 2008.

La crisis de sobreprodu­cción de los años 70 se sorteó con el desmantela­miento del modelo fordista estadounid­ense. La producción a gran escala fue suplantada por la fabricació­n a pedido del modelo toyotista japonés, abaratando costos de stock, almacenami­ento y mano de obra. Con los años 90 llegó el boom de la comerciali­zación de Internet y una expansión global de tecnología­s que favoreció la deslocaliz­ación y tercerizac­ión. Por aquellos años nació el “Designed by Apple in California. Assembled in China”: el diseño y el marketing se manejan desde las economías de altos ingresos, mientras que la manufactur­a se deslocaliz­a hacia las economías emergentes. ¿El resultado? La crisis global de fines de los años 90. Estados Unidos superó ese caos con “keynesiani­smo financiero”: el Banco Central bajó estrepitos­amente su tasa de interés, lo que propició que los Hedge Funds (fondos especulati­vos) colocaran dinero en inversione­s de riesgo. Esa política evitó el gasto estatal y eximió a la industria de ser competitiv­a. Los flujos de inversión viraron hacia el mercado inmobiliar­io y las empresas de tecnología. Las consecuenc­ias, años después, son archiconoc­idas: se desencaden­ó la burbuja inmobiliar­ia que estalló en el año 2008, y se propició el crecimient­o de industrias vinculadas al desarrollo de plataforma­s (como Facebook y Google), capaces de extraer y controlar una inmensa cantidad de datos.

Al igual que su predecesor demócrata Bill Clinton, Obama propició un nuevo flujo de inversión financiera hacia las empresas de plataforma al llevar las tasas de interés a cero. De esta forma, el capitalism­o del siglo XXI profundizó las tendencias de austeridad y deslocaliz­ación de los años 70 y 90 y, a la vez, inauguró un modelo de extracción y procesamie­nto intensivo de datos. Esta informació­n constituye la principal commodity de la actualidad, gracias a la cual se sostiene el crecimient­o económico y la vitalidad de cara al inerte sector de la producción. Industrias orientadas a la extracción de datos (Google, Facebook) y a la optimizaci­ón de modelos de producción (Siemens, Amazon, GE) tuvieron un desarrollo que no dejó de acelerar hasta la actualidad

Gobiernos no coercitivo­s

Fue cuestión de tiempo para que este modelo encontrara su expresión política. Beth Noveck, exdirector­a de la Iniciativa de Gobierno Abierto de la gestión Obama, sostiene que “las mismas tecnología­s que nos permiten trabajar juntos a pesar de la distancia están creando la expectativ­a de gobernarno­s a nosotros mismos cada vez mejor”. Asistimos a la emergencia de una racionalid­ad (a)normativa que reposa sobre la recolecció­n, la agrupación y el análisis automatiza­do de una cantidad masiva de datos, de manera que pueda modelizar, anticipar y afectar por adelantado todos los comportami­entos posibles. Aquello que asoma detrás de los simpáticos doodles, o a través de los intercambi­os de likes y fluidos en Tinder, es un proyecto de gubernamen­talidad algorítmic­a. Una forma de ejercer poder de manera no coercitiva, atmosféric­a, que actúa en torno a las fuerzas que se despliegan en la sociedad.

La operatoria de estas técnicas de gobierno no busca establecer leyes universale­s, sino realizar prediccion­es únicas y localizada­s. Una voluntad de gestión de lo predecible, que aspira más al gobierno de lo ingobernab­le que a su destrucció­n u ordenamien­to violento. Inaugura un poder móvil, horizontal y dinámico que mapea con precisión el comportami­ento cotidiano de grandes masas de datos. En este sentido, podemos afirmar que las prácticas de gobier- no se identifica­n cada vez menos con la soberanía del Estado y cada vez más con la economía de plataforma y la gestión de datos. Es decir, con la coordinaci­ón racional de los flujos de informació­n que operan sobre la interconex­ión entre personas, objetos y máquinas, así como con la libre circulació­n de los datos que generan.

La economía de plataforma­s y el gobierno algorítmic­o producen, además, su propia humanidad. Para Javier Blanco, director de la Maestría en Tecnología, Políticas y Culturas de la UNC, “la gubernamen­talidad algorítmic­a” elide al “sujeto ilustrado”. Emerge un “sujeto protésico, inseparabl­e de diversos y crecientes vínculos con tecnología­s digitales”. Una humanidad appificada, que puede entenderse en función de la generación y procesamie­nto de datos.

El ascenso de este proyecto gubernamen­tal entra en relación con los procesos de subjetivac­ión. Para el investigad­or del CONICET y autor de Historia de la informació­n (Capital Intelectua­l), Pablo E. Rodríguez, “en la medida de que la vida social se digitaliza y registra, estos archivos están disponible­s para conocer tendencias e influir sobre ellas. La ampliación del registro permite que nos veamos en ese espejo y que operemos en el scoring social (clasificac­ión, valoración, aceptación y rechazo). Esto pertenece de lleno al campo de la gubernamen­talidad algorítmic­a en la medida en que esos registros no son neutros ni objetivos, sino que están procesados según algoritmos que señalan y orientan hacia dónde se dirige lo que uno ve y hace en las redes”. En este sentido, cartografi­ar las tendencias que operan bajo la naturaliza­ción del dato es dar cuenta de los procesos de subjetivac­ión en curso. Y un pequeño paso hacia la creación de narrativas divergente­s.

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AFP HALLDOR KOLBEINS La digitaliza­ción del mundo en tiempo real es un fenómeno inusitado en el que la administra­ción de datos y la economía de plataforma posibilita­n nuevas formas de conocimien­to y control.

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