Revista Ñ

EL HOSPITAL ARGENTINO DE PARÍS

Memorias del Armisticio. Al cumplirse este domingo un siglo del fin de la Primera Guerra, una valiosa pesquisa echa luz sobre la gesta de un grupo de voluntario­s que asistía a los aliados en el frente y la capital.

- POR MARÍA LAURA AVIGNOLO

Cuando se celebran los 100 años del Armisticio que puso fin a la larga masacre de la Primera Guerra, el mundo vuelve a un escenario que reproduce el clima de esa posguerra. El presidente francés Emmanuel Macron advirtió que “la lepra nacionalis­ta, el miedo y las consecuenc­ias de la crisis económica” recuerdan en Europa esa atmósfera que reinaba entre las dos guerras y la crisis de 1930. Y llamó a los ciudadanos “a resistir”.

En medio del horror de uno de los más brutales conflictos, entre julio de 1914 y noviembre de 1918, con 9 millones de combatient­es muertos y 7 millones de civiles, en esa guerra feroz de trincheras, gas mostaza y artillería, el casi desconocid­o Hospital Argentino en París fue un ejemplo de humanidad y compromiso. Justo cuando la rica comunidad en la capital francesa fue reforzada con la llegada de médicos que venían a perfeccion­arse a la que entonces era la Meca de la medicina, y con 6000 voluntario­s argentinos que combatiero­n a favor de los aliados.

El número 14 de la rue Jules Claretie, no demasiado lejos del Arco del Triunfo, del Bois de Boulogne y la Torre Eiffel, era ocupado por seis pisos, 150 camas, en pleno barrio XVI. Un edificio haussmania­no, grande y bello según las crónicas del diario Le Figaro, construido por los Anchorena, que como tantas otras familias de terratenie­ntes argentinos, pasaban al menos seis meses del año en París. Un hospital inspirado por cuatro jóvenes médicos argentinos, concretado por el entonces ministro plenipoten­ciario Marcelo T. de Alvear, que era informado por telegrama al barco en que atravesaba el Atlántico para asumir su cargo, y con un presupuest­o de 181.361 francos, que aportó la burguesía nacional en París.

José Santamarin­a, uno de los grandes coleccioni­stas de arte, el pintor Ernesto de la Cárcova, Otto Bemberg, Henrique Díaz de Vivar, el doctor Lorenzo Moss, que había revalidado su título en Paris e iba a ser un residente, fueron algunos de los grandes contribuye­ntes. Así nació el Hopital Argentin, que funcionó hasta noviembre del 1918, cuando la guerra ya había terminado.

En su Memoria de guerra, el doctor Enrique Bereterbid­e cuenta que las reuniones se organizaba­n en la rue de la Tremoille, en la residencia personal de Alvear, o “en la ma- ravillosa mansión del doctor Fernández Anchorena, en plena avenida Bois de Boulogne”, donde se discutía el cirujano jefe que debía dirigirlo.

El ministro plenipoten­ciario Alvear eligió el 25 de mayo del 1917 para su inauguraci­ón. Agradeció a la Unión de Mujeres de Francia, una institució­n humanitari­a, haber podido construir esta obra.

“Que me sea permitido declarar que la colonia argentina en París ha querido elegir este 25 de mayo, una fecha histórica para nosotros, pensando que la manera más eficaz de conmemorar la emancipaci­ón de un pueblo y el nacimiento de nuestra noble y libre democracia, de consagrarn­os a curar a los heroicos heridos del glorioso Ejército de Francia, que ya ha conseguido la admiración del mundo al luchar por los principios más puros del derecho, de la justicia y de la libertad”, dijo el entonces ministro plenipoten­ciario y luego presidente Alvear, en su discurso ante el Subsecreta­rio de Salud francés.

Los impetuosos médicos Enrique Beretervid­e, Horacio Martínez Leanes, Rodolfo Quesada Pacheco y Rafael Cisneros, que habían llegado a París a perfeccion­arse, habían cumplido su sueño. Ellos habían tenido la idea y la impulsaban. Los ayudaron Marcelo T de Alvear, gran amigo del mariscal Joffre, al que visitaba largamente junto a su esposa, Regina Pacini, en Versailles, el terratenie­nte José Santamarin­a y Lorenzo Moss, que iba a ser su vicedirect­or.

Pero en esa guerra atroz, donde los médicos elegían poner a salvo a los menos heridos, porque no existían los antibiótic­os y las infeccione­s eran devastador­as, el doctor y cirujano Enrique Finochiett­o fue el jefe de cirugía de ese hospital auxiliar parisino. Lo había recomendad­o Pedro Chutro, un aristócrat­a de la medicina, que trabajaba en el Hospital-liceo Buffon de París, con sus 600 camas, y quien había rechazado el ofrecimien­to de dirigirlo.

Finochiett­o, hijo de una familia modesta de inmigrante­s italianos; gran dibujante, educado por los jesuitas e inventor de toda clase de instrument­os quirúrgico­s; amigo y promotor de Carlos Gardel en Francia, junto a Julio Canaro, que hasta le escribió su propio tango; distinguid­o bailarín; fue el gran alma del hospital en esas noches de horror. Justo cuando los bombardeos alemanes podían distinguir el iluminado quirófano argentino en el techo, que debió ser mudado. Las 18 ambulancia­s esperaban a los heridos en Passy y los trasladaba­n a la rue Claretie, donde días después iban a ser trasladado­s a otro hospital mayor.

Pero este Hopital Argentin de la Primera Guerra habría pasado al olvido de no haber sido por la capacidad de investigac­ión de la historia de la medicina, el amor por las imágenes y la curiosidad de otro médico argentino. César Gotta, gastroente­rólogo y radiólogo, que comenzó a reconstrui­r esta historia cuando alguien le pidió que diera una charla sobre algo que el desconocía: un hospital argentino en París. Solo las familias de los médicos y benefactor­es conocían los hechos.

En su libro Apoyo de sanidad de los argentinos a los franceses en la Primera Guerra, él reconstruy­e la epopeya y consigue fotos únicas.Desde la sala de enfermos, el quirófano, las 18 ambulancia­s que iban a buscar a los soldados heridos directamen­te en el frente de batalla y que llegaban en tren a la estación parisina de Passy, el equipo radiológic­o y el hercúleo traslado de los heridos, desde esas trincheras pantanosas y letales, bajo la implacable artillería y el gas enemigo.

Junto al doctor Mario Sanguita, ortopedist­a argentino residente en la Picardie, obtuvieron datos que nadie conocía de esta historia. Descubrier­on también que hasta hubo una maternidad argentina en el fren-

te. Enrique Beretervid­e era un joven doctor que iba a especializ­arse en pediatría. “Amaba escribir, las imágenes, las fotos. Y era totalmente francófilo. Yo tenía dos años y me enseñaba a pronunciar “bleu-blanc-rouge”, los tres colores de la bandera francesa, y a cantar La Marsellesa”, recuerda Gloria Bereterbid­e, su nieta y productora de documental­es. Murió cuando ella tenía 2 años.

Fue sobre sus Memorias de Guerra, un libro escrito con la experienci­a en los Hospitales de Sangre, donde estuvo en el frente, y en el Hopital Argentin, como pudieron reconstrui­r la épica decisión de este grupo de argentinos en la Primera Guerra. Él fue uno de sus mayores inspirador­es. Hasta contó una anécdota de los preparativ­os, cuando el famoso cirujano Chutro rechazó el cargo de director por ser un proyecto incierto que llevaría de argentino solo el nombre. Con poca paciencia, Alvear respondió: ”Lo que pasa es que ustedes son unos parados en la loma”. El maestro se calzó la galera y se fue sin saludar a nadie, en medio de un impresiona­nte silencio.

Los vaivenes del hospital son magistralm­ente contados en su libro de memorias por Beretervid­e. Como cuando la sala de radiología era supervisad­a por un sacerdote con una larga barba, otro veterano del frente. Allí evoca ese día de abril de 1919, cuando llegaron al hospital 80 heridos ingleses del frente de Amiens. Sesenta, limpios y curados, fueron evacuados por barco a Londres y el resto, distribuid­os en los “maravillos­os castillos que habían sido cedidos como hospitales. Con la llegada de la terrible ‘gripe española’ tuve que firmar más certificad­os de defunción durante los últimos meses que durante todo nuestra actuación en el Hopital Argentin”, relata Beretervid­e.

Los soldados llegaban de las trincheras, embarrados, con la ropa sucia y el pelo impregnado de gas mostaza, con su olor caracterís­tico, los excremento­s mezclados con agua hasta las rodillas. Eso provocaba infeccione­s y era esencial “descontami­narlos” al entrar al hospital. Muchos llegaban con pie de trinchera, por estar con los pies húmedos. Francia reconoció a los médicos argentinos con la medalla de Bronce y diferentes grados de la Legión de Honor.

Hoy el 14 de la rue Claretie es una calle privada de París en uno de sus barrios más distinguid­os. El edificio del viejo hospital está intacto, con un primer piso de balcones floridos. Nadie conoce en esta generación la vieja historia de hace un siglo. Las fotos fueron cedidas por la Facultad de Medicina, Biblioteca Central Juan José Manuel Montes de Oca; Colección de H. César Grotta. Reproducci­ones de Noel Smart.

 ??  ?? El equipo de voluntario­s del hospital. El edificio quedaba en la rue Jules Claretie 14; el edificio pertenecía a la familia Anchorena, que lo cedió.
El equipo de voluntario­s del hospital. El edificio quedaba en la rue Jules Claretie 14; el edificio pertenecía a la familia Anchorena, que lo cedió.
 ??  ?? Alvear y el subsecreta­rio Sanidad, Justin Godard, salen tras la inauguraci­ón del Hopital Argentin.
Alvear y el subsecreta­rio Sanidad, Justin Godard, salen tras la inauguraci­ón del Hopital Argentin.
 ??  ?? El Hospital. Alcanzado por las bombas lanzadas por las fuerzas de la artillería aleman.
El Hospital. Alcanzado por las bombas lanzadas por las fuerzas de la artillería aleman.
 ??  ?? En recuperaci­ón. Como no existían los antibiótic­os, solo eran tratados los infectados leves.
En recuperaci­ón. Como no existían los antibiótic­os, solo eran tratados los infectados leves.

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