HERBIE HANCOCK, OTROS RITMOS, OTROS ÁMBITOS
Herbie Hancock. El gran pianista regresa con su repertorio teñido de soul, funky y electrónica, que lo alejan del acartonamiento de los circuitos virtuosos del jazz.
Entre Watermelon man y Maiden Voyage, dos piezas tan diferentes, se define la personalidad musical del camaleón Herbie Hancock, un músico de energía e imaginación sorprendentes. Aunque Watermelon man fue un hit de los años 70 –y muy a pesar del rechazo del mundo jazzero tuvo hacia su simplicidad armónica–, su suerte comenzó antes, en la versión que hizo Mongo Santamaría. Cuando Hancock la retomó tal como aparece en el primer corte de Head Hunters, fue para convertirla en una obra maestra experimental, con el hueso del ritmo apenas vestido con el sonido más eléctrico posible.
La de Maiden Voyage fue una fortuna todavía más paradojal: compuesta para un comercial de televisión, se transformó no solo en obra de despliegue virtuoso sino también en ejemplo de estudio para cualquiera que desee acercarse al universo armónico del jazz moderno.
Pero hay que decir que la suerte de estas piezas está fuertemente relacionada con la personalidad del propio Hancock, un hombre que rechaza la auto indulgencia –tan de moda en la actualidad– como forma de adhesión a su comunidad.
“¿Qué representaría honestamente mi experiencia de formar parte de la comunidad negra?”, se preguntaba frente al piano, en una conversación con Elvis Costello, que puede verse en YouTube. “Definitivamente, no me representan las canciones de la cárcel, ni las de los campos de algodón porque nunca estuve en la cárcel ni trabajé en el campo. Soy un hombre criado en Chicago”, dice entre risas, sentado al piano, antes de tocar el bajo funky que imaginó para las ruedas del carro del vendedor de sandías.
Ese músico es Hancock, el pianista incapaz de descansar sobre un pasado de sufrimiento que, por otra parte, no le pertenece y por eso no lo representa. Musicalizar las postales de su juventud de estudiante en esa Chicago que le dio la oportunidad de formarse como el músico e ingeniero electrónico que es hoy, ese fue su punto de partida y su pasaporte a la eternidad.
Watermelon Man nació en 1962, cuando Hancock era todavía el pianista casi recién descubierto por Donald Byrd. Pero podemos agradecerle a Chick Corea, a Miles Davis –o a los dos en igual proporción–, el hecho de que Hancock se hubiera volcado rápidamente a la electrónica, a ese sonido que lo alejaría del jazz elegante, del mundo estilizado de Bill Evans.
“Quería desarrollar algunos aspectos musicales que había aprendido tocando en el quinteto de Miles”, cuenta en una entrevista que le hizo Len Lyons. “Necesitaba aplicar esos ritmos a mis propias composiciones porque sabía que no sonarían bien en el grupo de Miles. El quinteto era muy bueno, pero no podía hacer de todo. Miles sabía que yo planeaba irme, aunque no habíamos hablado de una fecha justa. En ese momento, el quinteto contrató un nuevo contrabajista, Dave Holland. Año 1968. Yo me casé el 31 de agosto, después del primer concierto con Dave en el contrabajo. Me fui de luna de miel a Brasil; se suponía que volvería en dos semanas, pero me intoxiqué con comida en mal estado y tuve que quedarme más tiempo en Brasil. Los médicos no me dejaban partir mientras durara el tratamiento. Cuando finalmente regresé, Chick había tomado mi lugar. Miles había decidido que lo mejor que le podía pasar al quinteto era que yo me fuera, porque Tony Williams estaba ya planeando abandonar el grupo también y Miles prefería ir reemplazándonos de a uno para no comenzar casi de cero con una nueva banda. Tenía razón. Le dije que no había problema, pero por supuesto que para mí fue duro. De cualquier modo, creo que no hubiera existido un buen momento para dejar el quinteto, un grupo que ya tenía un sonido propio y en el que había siempre mucho trabajo. Me sentía muy cómodo ahí. Necesité un empujón para irme, y me lo dieron”. El particular sonido de Head Hunters comenzó a gestarse en esa despedida.
El rechazo del mundo jazzero por el nuevo Hancock funky era previsible. El jazz ya empezaba a arrastrar su mochila de prejuicios, y Hancock no mostraba intenciones de compartir esa carga. El paso que daba lo metía de lleno a lidiar con el público rockero.
Una historia en sentido contrario, pero que también revela su desplazamiento del mundo del jazz –o, mejor, su ubicuidad en el de la música– es la que sucedió con Maiden Voyage. Quienes pensaban que la pieza moriría con el comercial televisivo, no entendieron la inversión creativa que hacía Hancock. Hoy nadie recuerda cómo surgió la pieza y él todavía se ríe cuando cuenta la historia. “Fue para una publicidad, sí, pero trabajé muy seriamente en ella”, le responde al mismo Lyon cuando este le pregunta si no lo sorprendió el alcance que tuvo ese jingle dentro del mundo del jazz. Alcanza con escuchar la versión que Hancock ofrece al público del Salzburger Festspiele 1989 (también se puede ver en YouTube) para disfrutar de su compromiso con la música y con la búsqueda de colores en el piano acústico.
No es que Hancock “retrocediera” sobre sus pasos, como dice Joachim E. Berendt en su imprescindible El Jazz. De Nueva Orleans a los años ochenta. No es que decidiera volver a tocar “simplemente música en instrumentos normales sin toda la complicada electrónica”. Lo que para Berendt es com- plicada maquinaria, para Hancock es el acceso a un universo de colores y ritmos al alcance de su mano. Y el piano acústico se integra perfectamente bien en esa paleta expresiva. Cuando el camaleón necesita ese toque, lo busca y lo tiene.
Porque Hancock no es un provocador sino un músico sin límites. Para terminar de completar la tesis están sus colaboraciones con la cantante lírica americana Kathleen Battle y la Orpheus Chamber Orchestra, en cóctel con Steve Wonder, Chick Corea y Wayne Shorter.
Resistir los dogmas es su mantra. Pasar del club de jazz para pocos y entendidos, al estadio de aplausos y gritos desacompasados fue su destino. Herbie Hancock no solo llenó y sigue llenando estadios, sino que también devolvió el baile con “Rockit”, esa canción que los jazzeros dicen que ya no es jazz, y que irrumpió en MTV, en el comienzo de la década del 80.
En todo caso, la corporación jazzera tiene razón, lo de Hancock no es jazz, pero qué importancia tiene a qué género pertenece su música.
Mientras discutimos cuáles son las reglas del buen gusto jazzero y dónde fueron a parar sus reglas (hoy resguardadas por un staff académico que no deja de crecer en todo el planeta), el Camaleón Hancock tocará en el Luna Park, el 14 –lamentablemente el mismo día que se inaugura el BAJazz–, acompañado por el baterista Justin Brown, el bajista y contrabajista James Genus, la armónica de Gregoire Maret y la voz de Michael Mayo.