Revista Ñ

Rumores sobre alemanes en un pueblo chico

Crónica. Mónica Müller reconstruy­e la vida de su padre inmigrante y explora el peso del nazismo en su familia.

- POR SOFÍA TRABALLI

A setenta años del fin de la Segunda Guerra Mundial, la experienci­a del nazismo es una herida abierta. A los testimonio­s de las víctimas se sumaron en los últimos tiempos las voces de los descendien­tes de nazis, con obras como La matanza de Rechnitz, de Sacha Batthyany, y Los hermanos Himmler, de Katrin Himmler. Sus autores sondean secretos de familia, buscan la verdad detrás del pacto de silencio en un intento por elaborar la culpa y la vergüenza que les inspiran los crímenes de sus antepasado­s.

Mi papá alemán, de Mónica Müller, podría inscribirs­e en esta línea. Entre la biografía y la memoria familiar, cuenta dos historias como cara y cruz de una misma moneda. En el anverso, la vida del padre, un bávaro acriollado que desertó de la Segunda Guerra y eligió la Argentina como patria, para volver a Alemania a vivir sus últimos años. En el reverso, y a partir de revelacion­es acerca de este personaje ambiguo y amado, la indagación de la autora sobre la presencia del nazismo entre los suyos.

No hay jerarcas nazis en esta familia, sino alemanes de pueblo chico y humildes inmigrante­s asentados en la localidad de Villa Ballester. En torno a ellos, Müller retoma esa pregunta incómoda, perturbado­ra, ineludible: ¿cuál fue la actitud de las personas “comunes” con respecto a las atrocidade­s del Tercer Reich? ¿Fueron cómplices activos, simpatizan­tes, indiferent­es? En filigrana, el texto permite leer la gravitació­n del nazismo en la Argentina, país que recibió a sórdidas figuras como Adolph Eichmann y Josef Mengele, y en el que era frecuente encontrar esvásticas pintadas en los colegios.

Müller baraja indicios, recuerdos propios y ajenos que se enredan en versiones contrapues­tas del pasado. La sospecha de que su abuelo fue guardián de un campo de concentrac­ión es negada por sus tíos; la hipótesis de que su padre ayudó a entrar a la Argentina a más de un tripulante del acorazado Graf Spee es discutida por su hermano. La memoria compartida es una arena de lucha o, como afirma la autora, un “Rashomon interminab­le”.

Atraviesan el relato elementos condensado­res de sentidos. El más poderoso es la figura del estigma: esa “marca” que pesa sobre Müller como un legado maldito es la de la tuberculos­is que lleva tres generacion­es en su familia, pero también, y sobre todo, la del nazismo, que abruma y avergüenza a los descendien­tes de alemanes nacidos después de la Guerra. Aunque al tocar este punto la voz narradora adquiera cierta agitación catártica, su nota dominante es una prosa sutil que encuentra ocasión para el humor y no escatima crudezas cuando es preciso.

Como memoria familiar, Mi papá alemán invita a pensar en los límites de nuestro conocimien­to de las personas amadas. Como testimonio histórico, responde a una intención ética, la de “contar la historia verdadera, por doloroso o vergonzant­e que sea”. Una reflexión necesaria sobre “el estruendo de lo no dicho”, sobre lo ensordeced­or que puede ser el silencio.

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Una memoria compartida.
 ??  ?? Mi papá alemán Mónica Müller Seix Barral 288 págs. 430 págs.
Mi papá alemán Mónica Müller Seix Barral 288 págs. 430 págs.

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