Revista Ñ

¿TRADICIONA­LES O RENOVADORE­S?

Colección Fortabat. El nuevo guión de Marcelo Pacheco para la muestra permanente despliega 100 años de arte argentino haciendo pie en esa dicotomía de nuestra identidad.

- POR JULIA VILLARO

De algún modo toda colección –de cualquier tipo de objetos, pero sobre todo de obras de arte– guarda una suerte de caleidosco­pio: basta girar las piezas para que ante el ojo se arme una nueva figura. Para celebrar sus primeros diez años abierta al público, la Fundación Fortabat decidió realizar un nuevo montaje de su patrimonio que incluye, además de la inauguraci­ón de nuevas salas, la presentaci­ón de piezas que hasta el momento no habían sido exhibidas. Realizado por el curador Marcelo Pacheco, el nuevo guión hace foco en el extenso patrimonio de arte argentino del siglo XX. Si toda curaduría –y en verdad, toda colección– establece una hipótesis sobre aquello que organiza, en este caso Pacheco se ciñe, para desplegar un relato que explique el desarrollo del arte argentino de los últimos cien años, a la dicotomía entre tradiciona­les y renovadore­s, esa dialéctica que ha quedado atorada en la identidad cultural argentina desde sus mismos comienzos.

Pero ¿de qué lado de esa dicotomía deberíamos ubicar el vacío metafísico que habita en los interiores, que de tan tranquilos inquietan, que pinta Fortunato Lacámera? ¿Es hoy tradiciona­l o renovador Fernando Fader, cuyos empastes rabiosos, con la excusa de ser duraznos floreciend­o, nos dejan en los umbrales de la abstracció­n? ¿De qué lado poner al maestro Spilimberg­o, cuya mente y mano versátil pueden encarnar el clasicismo más puritano o la más comprometi­da vanguardia? Pasemos, parafrasea­ndo a Benjamin, el pincel a contrapelo de la sala y veremos que el arte (y he aquí su milagro) por naturaleza desborda siempre todas las categorías.

Desde su entrada, el segundo subsuelo del vasto edificio –donde ahora se exhibe la colección permanente– configura un circuito dividido en décadas, lo que permite tener un esquema del devenir plástico a golpe de ojo: de los óleos –cargados de ocres y marrones que buscaban describir la vida en el interior de Cesáreo Bernaldo de Quirós–, a las acuarelas de Xul Solar; de las primeras obras que Horacio Butler y Raquel Forner realizan en París –a donde viajan, junto a otros jóvenes pintores, para empaparse de vanguardia– a las abstraccio­nes libres de Juan del Prete – precursor de la no figuración en pintura, siempre al margen de los grupos–. Con sus polaridade­s y desbordes, por las obras fluye el relato. Algunas se desplazan de las cronología­s. Los breves textos explicativ­os que dan inicio a cada nuevo grupo de piezas, tienen por objetivo apuntalar la lectura histórica (por décadas) del espectador.

Sin dudas el plato fuerte de la sala es la presentaci­ón de “Ramona espera” de Antonio Berni, para la que vienen preparándo­nos los ensambles de tela, pinturas y pequeños objetos de Jorge de la Vega, y las potentes pinturas de Ernesto Deira y Rómulo Macció, que casi con la misma paleta, establecen un foco de colores, acorralado­s por el negro, en medio de la sala. Es que en esta segunda parte del recorrido es como si el ambiente levantase temperatur­a. El collage de Berni pertenece a su serie de Ramona Montiel –prostituta de fantasía a quien el artista dio vida, al igual que a su entrañable Juanito Laguna, a partir de la chatarra y los descartes– y la muestra junto a otras prostituta­s, esperando clientes. Por sus grandes dimensione­s, por la fuerza de su imagen –y de los materiales con que fue hecha– y por la carga que tiene el nombre de su autor dentro de cualquier relato de la historia del arte argentino, esta Ramona, (que se presenta por primera vez al público dentro de la colección) promete ser una de las obras más miradas del espacio. Ubicada en una de las paredes cortas del rec-

tángulo que conforma la sala –y a pesar de que las separa una gran distancia– Ramona se encuentra, además, frente a los arlequines de Petorutti, otro artista que también ha funcionado como enclave dentro del sendero que siguió el arte argentino del siglo XX.

Casi abandonand­o la sala, vale la pena detenerse frente al homenaje que el mismo Berni le rinde a la “Difunta Correa”, una obra de 1976, que funciona como un antecedent­e directo de la estética trash de los años 90, en la que el artista cruza la más pura pintura de un paisaje onírico con el altar pagano, para dar lugar a una suerte de instalació­n, mucho antes de la era de las instalacio­nes. En el suelo, debajo del lienzo, se disponen todo tipo de objetos votivos: botellas con flores, ruedas de bicicleta, fotos, yesos y muletas, todo encuadrado por un mórbido telón de nylon.

Un piso más arriba se abre la sala Alejandro Bengolea, un nuevo espacio dentro de la colección permanente de la Fundación. Nieto de Fortabat, Bengolea realizó su propio acopio dentro del mundo del arte argentino, del que da muy buena cuenta esta pequeña (pero intensa) sala. La disposició­n es clara: mientras en una de las paredes las obras de Luis Felipe Noé, Rómulo Macció, Jorge de la Vega y Alberto Greco se suceden casi de modo orgánico, como si una diera pie a la emergencia de la otra, en una suerte de manifiesto de lo que estos pintores pensaban (y sobre todo sentían) que debía ser la pintura, en la otra, el arte de los 80 y 90 le ofrece su contracara: de las evasivas atmósferas acuáticas de Alfredo Prior y los opresivos escenarios del primer Guillermo Kuitca, a la sonrisa vuelta mueca que siempre nos dejan las obras de los referentes de la llamada “generación del Rojas”: Alejandro Kuropatwa, Pablo Siquier, Jorge Gumier Maier, Fabio Kacero y Marcelo Pombo.

El centro de la sala está regido por la escultura y los objetos, y también oscila entre los años 60 –representa­dos por las cajas de camembert de Alberto Heredia y la “Caja de campo” de Luis Fernando Benedit– y los 90 – con obras del último Pablo Suárez, Omar Schirillo y Sebastián Gordín–. Entre ellas, “Orgánico” la pieza de resina poliéster de Norberto Gómez, destaca por la crueldad de su textura –que remite a las tripas y ligamentos de un cuerpo que se retuerce– y resulta una suerte de acento sórdido entre la ironía y el kitsch.

La planta alta –espacio en donde de ahora en más tendrán lugar las exposicion­es temporales– permite repasar algunas de las obras reconocida­s por los premios Fortabat desde 1984 hasta 1999. En especial destacan las esculturas y piezas en volumen: al “Jardín de nonatos” de la siempre singular Nicola Costantino, la belleza simple y noble de la escultura en madera de Jorge Gamarra y la contundenc­ia circular y metálica de la “Res vitae” de Jacques Bedel, se le suma, un poco más adelante en el espacio, la potencia de hierro y granito de Hernán Dompé (Premio en el 1986).

Por último, “Explorando la Fundación Fortabat” promete ser un espacio interesant­e y fresco, en el que un curador pone en diálogo alguna de las obras del patrimonio con un artista contemporá­neo. Con curaduría de Gabriela Francone e investigac­ión de Laura Lina, el turno fue ahora para Mildred Burton, cuyo dibujo de fantasía surrealist­a (siempre apacible solo en la superficie) realiza un muy buen contrapunt­o con los dibujos y las frutas podridas, revestidas de strass, de Luciana Rondolini. Y más allá de cualquier similitud entre las estéticas y los conceptos detrás de la obra de cada una de ellas, será imposible no pensar en la conocida “Blonda bug” de Mildred al ver las mosquitas de fruta que inexorable­mente (y como cualquier cáscara en estado de descomposi­ción) atrae la pieza de Rondolini.

 ?? ESTUDIO PEDRO ROTH ?? Antonio Berni. “Ramona espera”, 1964. Técnica mixta, 300 x 200 cm.
ESTUDIO PEDRO ROTH Antonio Berni. “Ramona espera”, 1964. Técnica mixta, 300 x 200 cm.
 ?? PABLO MESSIL ?? Alberto Greco. Sin título, 1960. Técnica mixta sobre tela, 120 x 200 cm. Colección Alejandro Bengolea. Jacques Bedel. “Res Vitae”, 1997. Aluminio electrolít­ico sobre esfera hueca con contrapeso, 96 cm de diámetro.
PABLO MESSIL Alberto Greco. Sin título, 1960. Técnica mixta sobre tela, 120 x 200 cm. Colección Alejandro Bengolea. Jacques Bedel. “Res Vitae”, 1997. Aluminio electrolít­ico sobre esfera hueca con contrapeso, 96 cm de diámetro.
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 ??  ?? Jorge de la Vega. ”Ruido de mar”, 1963. Técnica mixta sobre tela, 162 x 129 cm. ESTUDIO PEDRO ROTH
Jorge de la Vega. ”Ruido de mar”, 1963. Técnica mixta sobre tela, 162 x 129 cm. ESTUDIO PEDRO ROTH
 ?? LUCY DEIRA ?? Ernesto Deira. “Canta, oh diosa, la cólera del pélida Aquileo”, 1984. Acrílico sobre tela, 155 x 196 cm.
LUCY DEIRA Ernesto Deira. “Canta, oh diosa, la cólera del pélida Aquileo”, 1984. Acrílico sobre tela, 155 x 196 cm.
 ?? ESTUDIO PEDRO ROTH ?? Xul Solar. “Cúpulas”, 1948. Acuarela sobre papel, 34 x 49 cm.
ESTUDIO PEDRO ROTH Xul Solar. “Cúpulas”, 1948. Acuarela sobre papel, 34 x 49 cm.

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