Revista Ñ

Yiya, Adela y Euge, tres chicas del montón

Teatro II. Al llegar a los 40, tres amigas del colegio se reúnen a reflexiona­r en Minas, una obra de Diana Amiama, ambientada en los 90.

- POR GABRIEL TRIPODI

Podría ser un capítulo de Sex and the city, pero las protagonis­tas de Minas –escrita por Diana Amiama y dirigida por Ana Alvarado– no pasean por la Quinta Avenida de Manhattan con ropa de diseñador, hablando solo de moda o de sus aventuras amorosas. Sin embargo, como varias veces en la serie, en la casa de una de ellas es donde la amistad, la música y un par de tragos hacen que estas mujeres tan diferentes desnuden un corazón en común, cuestionan­do y repensando el lugar que les toca vivir. Son los divertidos diálogos los que van construyen­do de qué se tratan las convencion­es sociales, el rol de la mujer y las desgastant­es presiones de la corrección política.

Adela, Yiya y Eugenia se conocen desde la escuela secundaria. Hoy tienen más de cuarenta y distintas vivencias que no siempre comparten como una buena experienci­a. La edad, los hijos, la profesión, los hombres, las dietas, atraviesan el encuentro de estas tres amigas que, a medida que avanza la noche, se va llenando de anécdotas, confesione­s, humor, pero también de tensiones y reflexión. Adela, soltera y abogada; Eugenia, de buena posición con un marido infiel, y Yiya, psicóloga de izquierda con hijos distanciad­os, comparten la necesidad de narrarse y enfrentars­e ante los anhelos del pasado y la realidad de lo cotidiano. Así, las tres parecen tomar un momento para comprender las que fueron, las que son o las que quisieron ser; un momento en el que también resurgirán antiguos celos y resentimie­ntos. La palabra servirá para unir y aliviar, pero a la vez develará máscaras y contradicc­iones. En este sentido, experiment­arán el riesgo de decir la verdad, aun en nombre de la amistad.

La charla también es una forma de poner en jaque los mandatos familiares y patriarcal­es; de intentar desarmar determi- nadas imposicion­es que las amigas no supieron ver o prefiriero­n callar. El tiempo les aparece como un enemigo natural frente a lo que esperan los demás; pero es el mismo que concede la templanza, la cual a veces asoma entre las protagonis­tas para entenderse un poco más. Sin embargo, explorar la condición humana tiene sus altibajos y ese deseo las coloca, más de una vez, en un papel de juez que las hace estallar.

Las minas de esta obra también se dejan llevar por canciones que suenan en la sala –como las de Billie Holiday o Whitney Houston–, y con las que extienden ideas y sentimient­os sobre temas como la naturaleza masculina. En aquel living decorado como en los noventa, y entre varias copas, ellas plantean algunos enigmas: ¿cómo aman los hombres?, ¿qué quieren los hombres? Son preguntas retóricas que recorren partes de la escena y en la que la música intenta responder por los personajes. “Soy cada mujer. Está todo en mí”, dice Houston en “I’m every woman”, reivindica­ndo cierto poder femenino que, por ejemplo, demuestran Yiya y Adela. Pero la canción también dice: “Todo lo que quieras, lo haré”, como si el gran sueño del amor pudiera convertir a feministas empoderada­s en auténticas Susanitas, como el caso de Eugenia.

Estas ambivalenc­ias de la puesta son una atractiva clave de lectura que pone el foco sobre tres personajes muy bien definidos y caracteriz­ados, quienes coquetean en la bisagra difusa de la tradición y la modernidad. Quizá se trate de una problemáti­ca no solo de las mujeres, sino de una generación que ya pasó la cuarta década y, entre proyectos, esperanzas y desencuent­ros, entiende que no todo resultó como esperaba. Sin embargo, como en la obra, es ahí mismo cuando todo puede cambiar.

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Mujeres en el borde. Del desgaste de la corrección política y los mandatos a la búsqueda del amor.

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