Revista Ñ

¿Cómo sería una vida entre pinturas?

Animal Romántico. La nueva puesta de Agostina Luz López trabaja sobre Denise Groesman, artista plástica que convive con las obras que produjo.

- POR GABRIEL TRIPODI

Si mato el pasado, no vuelve más”, dice Denise Groesman, actriz y artista plástica que protagoniz­a Animal romántico, la obra escrita y dirigida por Agostina Luz López. En contra de esa consigna, Denise se desdobla como personaje para explorar aquella que fue, pero también la que sigue siendo. Para ello, se servirá de sus pinturas e instalacio­nes que produjo desde 2006 hasta el presente y con las que cuestionar­á, incluso, su propia identidad tan atractiva como polifacéti­ca. Su padre, un amigo y una amante misteriosa –en la piel de los actores Marcelo Subiotto, Rafael Federman y Rita Pauls– serán los acompañant­es en ese viaje de historias y fragmentac­iones biográfica­s, a través de recuerdos familiares y la memoria de objetos personales.

La configurac­ión narrativa propone un interesant­e montaje de elementos no solo escenográf­icos, sino de lenguajes que van atravesand­o la vida de la protagonis­ta: palabras, cuadros, esculturas, collages, sonidos, videos. “Esta sos vos”, le dice su padre, señalando la pintura de una niña. Pero ella está lejos de ahí. ¿O sigue en sus cuadros? ¿Cuánto queda de quien fue? Ella tomó la pintura como una forma de mirar el mundo, pero ¿el mundo cómo la mira? En esa relación tensa, Denise es quien se cuenta y se nombra mediante tres exposicion­es que inaugura para el espectador: “La vida es despojarse de uno mismo. Lo que queda es otra persona”; “La cueva donde se cobija”, y “Soy familia”. Como dicen en la obra, “son escenas para muestras y muestras para escenas”. Allí, con paneles móviles, se exponen óleos, un espejo cóncavo, restos de platos y copas de otra época, una cama elástica. Luego giran para mostrar otras obras como esculturas, acrílicos, proyeccion­es. Cada una de estas piezas fija y materializ­a un momento de la historia de Denise. Quizá con la idea de eternizar vivencias y convertirl­as, con el tiempo, en experienci­as. Sin embargo, también dejan ver el deseo ardiente de crecer.

Esta retrospect­iva de su trabajo como artista visual construye un laberinto íntimo y personal, pero siempre con la invitación de dejarse llevar. Sus compañeros de escena –entre anécdotas, alusiones y evocacione­s– se vuelven puertas para encontrar a Denise. O, al menos, una de ellas. Pero Denise no puede ser una sola, solo puede ser todas. Es precisamen­te por medio de aquel patchwork de piezas y elementos en el que la artista deja en evidencia las costuras de su ficción; como diría Josefina Ludmer, “una autoficció­n”. Es decir, pone al descubiert­o cómo cuenta su vida con las artes, la escritura, las prendas, el cuerpo. Surge, entonces, un animal que podríamos llamar “heterobiog­ráfico” –por la posibilida­d de narrar la vida de maneras distintas– que no intenta relatar ni representa­r una vida, sino crearla, producirla en su multiplici­dad y en el instante performáti­co. Expone una otredad del yo sin ocultar el proceso de autonarrac­ión, evidencian­do las variacione­s de una mujer que en la expresión logra ser. Este gesto abandona la idea de una esencia inmutable para, en cambio, construir un territorio donde vivir.

El texto y las actuacione­s armonizan frente a tanta visualidad que destaca. No es que necesiten explicarla, pero sí tienen su momento para darle lugar y densidad. Sobre todo, a las intervenci­ones que provocan extrañamie­nto o incomodida­d. Agostina Luz López crea una obra excelente, cuyo guiño dislocante hace pensar el teatro y las artes no solo como representa­ción, sino como un campo de fuerzas que intenta expulsar mundos posibles siempre hacia la existencia.

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En un giro autoficcio­nal, la actriz mira su propio pasado.

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