Revista Ñ

SI LA DERECHA TOMA EL CIELO POR ASALTO

Diálogo con Pablo Stefanoni. El historiado­r analiza cómo la derecha desde economista­s a liberales cool, twitteros y racistas- explora su poder transgreso­r para seducir a las masas, con su pesimismo sobre el progreso.

- POR CAROLINA KEVE

Es más de medianoche de un sábado templado en Buenos Aires en el fin del verano de 2019. En el teatro Regina, un clásico del centro porteño, transcurre una curiosa obra. El actor es un excéntrico economista que en los últimos años viene ocupando los talk-shows televisivo­s en una cruzada anti-keynesiana nunca vista en la Argentina. Envuelto en una bandera de Gadsden y con música de Una bandita indie de La Plata, Javier Milei entra al escenario como el último punk. El capítulo arranca con esta escena, antecedida por un título que se pregunta qué quieren los libertario­s. “En la derecha alternativ­a pueden encontrars­e una suma de elementos que la vuelven disruptiva”, dice el periodista Pablo Stefanoni.

Y es que aunque la democracia liberal sigue con sus grietas defendiend­o su hegemonía y el mundo difícilmen­te pueda ordenarse en dos frentes como hace 30 años, no parece resultar del todo preciso escribir el epitafio de los dos nombres que aún siguen cifrando nuestra realidad política. Stefanoni, acaso uno de los periodista­s que más ha profundiza­do sobre el proceso de Evo Morales en Bolivia y autor de diversos trabajos en torno a la historia de las ideas, decidió ocuparse de uno, y en épocas de Trump y Bolsonaro no resulta muy complejo anticipar cuál.

Las derechas han sido las protagonis­tas de los últimos años. Y la escena local no fue la excepción. Pero, ¿qué las caracteriz­a? ¿Es posible encontrar una convergenc­ia entre economista­s que como Milei hablan de anarco-capitalism­o, extremista­s xenófobos, liberales cool que rehúyen de las ideologías y jóvenes twitteros que arremeten contra la ola feminista? Para Stefanoni, una de las claves para leer a estos fenómenos está en la capacidad de transgresi­ón. Tal es una de las principale­s tesis de su último libro, ¿La rebeldía se volvió de derecha? (Siglo XXI), donde expone cómo la incorrecci­ón política y el statu quo parecen haberse corrido de lado en el tablero. Ya no hay revolución. Ahora es la extrema derecha la que quiere cambiar el mundo.

–¿Donald Trump y Emmanuel Macron ya no tienen nada que ver con Margaret Thatcher y Ronald Reagan?

–Creo que podemos afirmar que las derechas hoy asumen un discurso conservado­r en muchos aspectos y son muy liberales en lo económico. Pero me parece que el dato sobresalie­nte son las diferencia­s. En realidad, el conservadu­rismo tradiciona­l está incómodo con estas derechas alternativ­as. Hay varios artículos de Anne Applebaum, una periodista que escribe en The atlantic, en donde analiza justamente cómo estamos ante una derecha alternativ­a que enterró el legado de Reagan y Thatcher. Ellos representa­ban una derecha cosmopolit­a, con un proyecto globalizad­or, de expansión de la democracia liberal, donde había cierta idea de optimismo sobre el futuro. Creo que lo que caracteriz­a actualment­e a las derechas, o por lo menos a este nuevo tipo de derechas de las que hablo en el libro, es que hay una idea muy negativa del futuro, muy distópica o amenazante. A Macron quizás es más difícil situarlo allí, él se presenta más como un ‘extremo- centro’ o ‘populista de centro’. Pero Trump, por ejemplo, vino a patear el tablero. Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en Cómo mueren las democracia­s muestran que mucho de la democracia norteameri­cana se basa en prácticas no escritas. Y Trump rompió prácticame­nte todos esos acuerdos, o todos los que pudo, logrando al mismo tiempo que cuestiones marginales se volvieran mainstream. –¿Por ejemplo?

–Y, por ejemplo, veamos el personaje de Richard Spencer, un neonazi que estaba en los márgenes y pasó a ocupar un lugar en el discurso público. O Steve Bannon, quien al comienzo tuvo un despacho en la Casa Blanca. Representa­n discursos que de pronto asumieron visibilida­d y legitimaci­ón, como las teorías conspiraci­onistas que antes eran folclórica­s pero ahora terminaron tomando el Capitolio. De hecho, para dirigentes como George Bush, Trump fue un desastre. Y estamos hablando de alguien que no era particular­mente simpático para el progresism­o. Sin embargo, cuando fue lo de George Floyd, mientras Trump hablaba prácticame­nte de un terrorismo interno, Bush dijo que había que hacerse cargo del racismo sistémico en Estados Unidos. Ese tipo de sensibilid­ad no le quita nada de derechista, pero lo pone en otro lugar dentro del mismo arco.

–La pregunta es si con ese carácter disruptivo en el bipartidis­mo más sólido del planeta podrá sobrevivir como referente político, o mejor dicho si la élite partidaria norteameri­cana se lo permitirá hacer.

–En primer lugar, no sé si Trump tiene la disciplina política como para seguir ese camino de construcci­ón. Más bien, lo que hizo fue meterse en el Partido Republican­o cooptándol­o por un momento. Creo sí que desde hace tiempo hay procesos de transforma­ción interna dentro del republican­ismo y como fenómeno sociológic­o el trumpismo deja un lugar vacante interesant­e. Incluso si no hubiera tenido la torpeza de tomar el Capitolio y cruzar ese límite, posiblemen­te se hubiera ido mejor del poder. –Ahora bien, uno de los planteos del libro se detiene en estas nuevas formas de derecha y ese hábitus transgreso­r que pareciera definirlas mucho más que un tipo de ideología económica y que las hace más efectivas ante nuevas formas de circulació­n como las redes y otros sujetos como los jóvenes…

–Creo que estamos ante una batalla cultural. Hay quienes, de hecho, la plantean así, como Agustín Laje en Argentina. Laje es una figura que está en los márgenes pero tiene muchos seguidores. Y si uno mira más en general, en la derecha alternativ­a pueden encontrars­e una suma de elementos que la vuelven disruptiva, y en algún sentido hacen que le dispute al progresism­o ese carácter rebelde, en términos de cierta capacidad para enfrentars­e al statu quo. Efec

tivamente, tenemos el uso de Internet, esa cultura chanera como se dice hoy en referencia a 4chan y ese tipo de plataforma­s, que no son de derecha per se pero que la extrema derecha fue muy hábil a la hora de utilizar para generar símbolos. Y también tenemos el tema de la incorrecci­ón política, que se volvió un discurso muy extendido; la idea de que hay una nueva inquisició­n disfrazada de una corrección de izquierda que impide la libertad de expresión, genera toda una reacción antiprogre­sista que se vuelve una gran etiqueta reuniendo a sectores que a priori no estarían juntos. Tomemos el ejemplo de los libertario­s, en nuestro país, que están confluyend­o con reaccionar­ios que defienden la dictadura. –Pensando en esa lógica de articulaci­ón, ¿es el anti-progresism­o o el anti-kirchneris­mo el significan­te vacío que los reúne?

–Creo que el anti-kirchneris­mo más bien explica la articulaci­ón del PRO. Esta otra derecha se trata de algo que trasciende al kirchneris­mo porque estos grupos como el de Espert o Milei, incluso la Ucedé -que hoy está intentando recuperar la sigla- o de los que están intentando armar algo recuperand­o al viejo Partido Autonomist­a Nacional de Roca, funcionan como un anti-progresism­o, en el sentido de que quieren construir algo de derecha en serio, y en ese camino no les importa quitarle votos al macrismo, aunque eso signifique que el kirchneris­mo gane. Y lo que es notable es cómo ciertos discursos que eran muy inexistent­es en la Argentina, como los estudios de Murray Rothbar, estén pasando a ser muy leídos, incluso por jóvenes. Hoy escuchamos hablar de ‘anarco-capitalism­o’ o se miran experienci­as como la de Vox en España. Siempre se había dicho que allí no había lugar para otra derecha porque estaba todo contenido en el Partido Popular, pero de pronto en 2018 apareció Vox en Andalucía haciendo una buena elección y después en las nacionales ganaron 50 diputados. No digo que en la Argentina vaya a suceder lo mismo, porque está más polarizada, pero ahí es donde miran…

–¿Por qué crecen estas expresione­s?

–El macrismo dejó vacante un espacio más a la derecha, como así lo hizo el kirchneris­mo con otros espacios de izquierda, fuerzas que empezaron a emerger porque le criticaban no ser demasiado consecuent­e. Con el macrismo, aparecen estos grupos que vienen a decir: ‘Eso no es muy liberal’. Y en realidad, es cierto, porque el macrismo es un discurso bastante poco ideológico que no termina de expresar a toda su base. Hay un sector que quiere que el macrismo asuma un discurso más ideológico, o incluso referentes que quieren captar ese espacio, como Patricia Bullrich, pero el macrismo renuncia todo el tiempo a eso.

–¿La despenaliz­ación del aborto funcionó como un ordenador de esa disputa?

–Bueno, pero ahí tenemos la convivenci­a de posturas contradict­orias. (José Luis) Espert al comienzo era favorable al aborto. Y en realidad para los libertario­s estos temas suponen una complejida­d, dado que es una ideología que clásicamen­te defendió la autonomía individual y la idea de que el Estado no debe meterse. Ahora bien, ellos giran hacia ese ‘paleo-libertaris­mo’ que plantea Murray Rothbard, con mayor conservadu­rismo social, más situado hacia una derecha reaccionar­ia. Eso, sin embargo, no quita que existan estas contradicc­iones. A nivel regional hay una guatemalte­ca que se llama Gloria Álvarez, que dice que está a favor del aborto y la despenaliz­ación de las drogas.

–¿Esa capacidad de absorción de demandas que antes eran más propias de la izquierda, habla de una mayor capacidad hegemónica por parte de la derecha?

–No quiero decir con este libro que la izquierda esté perdiendo, más bien al revés. El progresism­o fue exitoso hegemónica­mente y el feminismo, de hecho, es un ejemplo. Sí veo que esa nueva derecha en estos tiempos es más disruptiva. Tal vez porque, entre otras cosas, la socialdemo­cracia pasó a formar parte del statu quo. –Intento pensar cuáles fueron las novedades dentro del espacio progresist­a durante la última década…

–Y sí, ahí es donde me parece que podemos encontrar una falta. Y estas extremas derechas terminan resultando muy atractivas para los jóvenes, que además buscan radicalida­d. En este sentido, me parece interesant­e un trabajo de Oliver Roy, sobre el islam y la radicaliza­ción juvenil. Él discute si hay una radicaliza­ción del islam o si, por el contrario, hay una islamizaci­ón de la radicalida­d. Esto lo observa en los jóvenes europeos, cuyo caso parecería asemejarse al de esos jóvenes que en Estados Unidos hacen atentados en las escuelas. Y si uno ve el discurso de los jóvenes que, por ejemplo, se acercan a los libertario­s en la Argentina, se sienten como los cristianos en las catacumbas o, lo que es más preciso, víctimas –dicen– de un marxismo cultural. Muchos, por ejemplo, están en el CBC o estudiando en la UBA, es decir entornos donde el progresism­o es hegemónico. Entonces, en las redes buscan esa empatía y apoyo intelectua­l que no encuentran en otros lados y que, por el contrario, los hace sentirse más anti-sistema.

–¿Pero apuntan a una construcci­ón más orgánica además de la catarsis online?

–Sí, tenemos algunos ejemplos, como Republican­os Unidos con Yamil Santoro; los que siguen a Milei o a Espert, y después los más conservado­res con (Juan José) Gómez Centurión y Cynthia Hotton, que al haber terminado el debate por el aborto creo que este año tendrá menos fuerza. Después tenés fenómenos más aislados, como el de Un pibe libertario, que hace chacareras libertaria­s en contra del feminismo, más cercano a los Incels (por “Involuntar­y Celibates”), formado por chicos cuyo anti-feminismo se explica un poco por el rechazo de las mujeres. Ahora, fijate el perfil de este chico que hace música, no es un alumno de una universida­d católica. Es un pibe que vive en San Justo y va a la Universida­d de La Matanza. Muchos de estos chicos son de clase media, que llegan a estos espacios por las redes. Por ejemplo, un gran catalizado­r fue un debate entre Agustin Laje y Malena Pichot… –Ahora, ¿cuándo es que ese descontent­o social asume formas más radicales como este tipo de expresione­s políticas?

–Creo que acá lo interesant­e es observar cómo la derecha capta mejor el temor, y da soluciones que para los ojos de la gente son más factibles. Es decir, si la migración es el problema, entonces se trata solo de ser más restrictiv­os. En el libro, por ejemplo, me detengo en el “eco-fascismo”, que tiene su genealogía. El nazismo, de hecho, tuvo muchas dimensione­s ecológicas. Y hoy ese discurso aplica lo que se denomina la “ética del bote salvavidas” donde la lógica solidaria no funciona. El bote con muchos se hunde, solo unos pocos se pueden salvar. Marine Le Pen, por ejemplo, habla de una civilizaci­ón ecológica, y desde su perspectiv­a los verdaderos defensores del ambiente son los que están arraigados, algo que tiene un gran componente antisemita.

–¿Estamos ante una falta de utopías por parte de la izquierda? ¿La izquierda perdió productivi­dad intelectua­l?

–Y ese es el otro lado que no debemos perder de vista. Mientras que la izquierda tiene cierto desprecio intelectua­l y ya no lee a la derecha, la derecha lee a Marx, Gramsci y a Simone de Beauvoir. Quizás vale esa frase que en Francia afirmaba durante los 80 “cuando la izquierda ganó el Estado, perdió la batalla de las ideas”.

 ??  ?? El economista Javier Milei saluda al público en 2018, en el teatro Picadilly tras la presentaci­ón de su obra El consultori­o de Milei
El economista Javier Milei saluda al público en 2018, en el teatro Picadilly tras la presentaci­ón de su obra El consultori­o de Milei
 ??  ?? ¿La rebeldía se volvió de derecha? Pablo Stefanoni
Siglo XXI
224 págs.
$ 950
¿La rebeldía se volvió de derecha? Pablo Stefanoni Siglo XXI 224 págs. $ 950

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina