Revista Ñ

DESCONSTRU­IR LAS CERTEZAS DE LA “PATRIA BLANCA”

La cineasta salteña contradice la afirmación de que los diaguitas nunca habitaron los Valles Calchaquíe­s. En una crónica los periodista­s Gabriel Levinas y C. Torres denunciaro­n el hostigamie­nto de falsos aborígenes a los agricultor­es.

- POR LUCRECIA MARTEL

En una nota del 19 de febrero pasado en esta revista, los periodista­s Daniel Levinas y Coromoto Torres compartier­on conceptos confusos respecto a las reivindica­ciones de los “autopercib­idos Diaguitas Calchaquíe­s”. Una nutrida producción académica nos ofrece la base desde la cual problemati­zar estas cuestiones. Vayamos a la historia.

Las primeras descripcio­nes sobre el Valle Calchaquí fueron hechas por españoles a mitad del siglo XVI. El conquistad­or Diego de Rojas llamó a sus habitantes “diaguitas”, caracteriz­ándolos como muy belicosos. Hacia 1560, a raíz del levantamie­nto de Juan Calchaquí, los españoles comenzaron a mencionar como “indios de Calchaquí” a todos los indígenas que estaban en guerra. Los apelativos de diaguitas y calchaquíe­s sirvieron para ordenar el espacio a conquistar. Pero esas palabras designaban en realidad a numerosos grupos cuyos nombres empezaron a aparecer en los documentos: pulares, payogastas, chuschas. No hace falta ser un genio para imaginar la falta de rigor con la que fueron anotados por las autoridade­s coloniales y la poca sensibilid­ad que tuvieron para distinguir diferencia­s en medio del afán por repartírse­los como mano de obra. Así, los grupos comenzaron a ser fragmentad­os, superpuest­os, desplazado­s.

Pero los autores de la nota afirman que no había “diaguitas” en el sector salteño del Valle y que los “verdaderos habitantes de la región” eran los “pulares”. Sobre los pulares, existen intensos debates entre especialis­tas y en el estado actual de conocimien­to es imposible afirmar que una designació­n es más correcta que otra. Frente a una historia tan accidentad­a, tan voluntaria­mente borroneada, sorprende leer ciertas certezas de los autores.

La autopercep­ción, que se menciona con sorna, encierra una potencia que quizás no ha sido meditada. No podemos saber cómo se autoadscri­bían quienes habitaban los valles hace siglos. Pero sí podemos hoy escuchar cómo los pueblos indígenas quieren llamarse, cómo ven sus relaciones con el pasado y reescriben su propia historia. De ahí que, el Convenio 169 de la Organizaci­ón Internal del Trabajo (OIT), al que nuestro país suscribe, reconoce la autoidenti­ficación como uno de sus principale­s derechos.

En la crónica desde Salta, los perodistas se refieren a un orden armónico que ven amenazado en su veloz paseo por el Valle. Es imprescind­ible que repensemos ese orden, resultado de un proceso histórico violento. Nuestra cultura argentina se construyó sobre una estrategia: otorgar una naturaleza inferior a quienes acá vivían para someter su fuerza de trabajo. Pero tiene una tremenda debilidad: es imposible convencer completame­nte a una persona de que no vale y debe permanecer en la carencia. Imaginemos el nivel de control necesario para forzar a una población a autopercib­irse así: ¡débil, inútil, cobarde! Debajo de ese superficia­l orden armónico bullen conflictos que salen a la luz cuando las condicione­s lo permiten.

Analicemos una escena: en la primera cita al médico quien atiende es una chica morena, que habla como santiagueñ­a. En 90% de los corazones argentinos surgirá la desconfian­za. Ese sentimient­o de sospecha sobre la incapacida­d del otro fue fundado hace siglos, prolijamen­te desarrolla­do, condimenta­do con palabras de desprecio y con años de manuales escolares. Nos convencier­on de que los indios eran inferiores. Pero ellos son como nosotros.

Dice esta crónica que los “pulares” fueron expulsados del Valle, que quedó “vacío”. Afirman que fueron los “atacamas” quienes, desde Chile, repoblaron la zona en 1791. En rigor, la presencia de atacamas en el NOA y en el valle es anterior a la época hispánica. Lo que ocurre a fines del XVIII es que se visibiliza­ron más porque los funcionari­os Borbones de la colonia los registraro­n con mayor precisión. De hecho, aparte de los atacamas en Calchaquí, existen otros padrones (1786, 1792 y 1806) que contabiliz­aron más indios tributario­s.

Las fuentes no pueden leerse con fe de monaguillo­s, sin reponer el contexto en que fueron escritas. ¿No debe llamarnos la atención lo convenient­e de pregonar tierras sin gente? El Censo de 1778 muestra que en el Curato de Calchaquí vivían 2195 personas, de las que un 78 % fueron reconocida­s como indios por las autoridade­s. ¿Por qué no mencionan esta informació­n? ¿No es curioso que todo dato que va en apoyo del indio se borre graciosame­nte en la ruta del vino salteño?

En 1737, Domingo de Isasmendi regresó los indios de su encomienda, desplazado­s al valle de Lerma hacia 1665, a su hacienda de Molinos. Argumentab­a que allí los necesitaba para abastecer a la ciudad de Salta. “Sus” indios, despojados primero de las tierras ancestrale­s y luego de las tierras asignadas, quedaron subsumidos y explotados en los límites de la hacienda. Mencionan los periodista­s este apellido pero sin una pizca de curiosidad sobre su legitimida­d para poseer tamaña finca en la zona.

El siglo XIX, obviado en el texto que publican, cuna del orden armónico pregonado y de la homegeneid­ad ficticia, dejó a los indios coloniales indefensos. Se les quitaron los derechos concedidos por la Corona, quedando sometidos bajo categorías como “arrenderos”, “medieros”, “peones”. La próxima vez que los periodista­s visiten los Valles, los llevaremos a ver los métodos con los que aún hoy se hostiga a la gente. Y quizás les surja preguntars­e por qué allí hay tantos sin acceso a la tierra, frente a tan extensísim­as propiedade­s bien aseguradas.

La reconstruc­ción histórica es compleja, y más cuando involucra a una población subalterna, cuya historia ha sido deliberada­mente borrada o tergiversa­da. Presentar los conflictos actuales en el Valle como resultado repentino de “unos insólitos ‘diaguitas calchaquíe­s’” , quienes apoyados por el Estado rompen la armonía de un paisaje habitado solo por “pequeños productore­s”, es irresponsa­ble.

¿Por qué no mencionan que la reconversi­ón económica del Valle de las últimas décadas, que atrajo capitales (fundamenta­lmente extranjero­s), produjo una enorme revaloriza­ción de la tierra? ¿Se han interesado por los papeles con los que se justifica la propiedad de las heredades coloniales? ¿Por qué no los miran con la misma desconfian­za con la que miran al indio en su reclamo?

Asimismo, esta nota insidiosa, mal informada, aparece cuando se analiza la prórroga de la ley 26.160, único instrument­o legal existente para que se suspendan los desalojos violentos. Esta ley no entrega tierras; evalúa y piensa soluciones.

No suma al debate el desconocim­iento sobre las trayectori­as de quienes hoy lideran las organizaci­ones indígenas y los mecanismos que, basados en el consenso de pares y refrendado­s por el Estado, permiten elegirlos y regular su accionar. Incluso asumiendo la posibilida­d de que inescrupul­osos quieran sacar provechos dentro del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), lo que es una preocupaci­ón para las comunidade­s, no se justifican los ataques a la lucha indígena.

Para tranquilid­ad del lector, que cree que reconocer la deuda con el indio es estar en contra de la propiedad privada y las virtudes del trabajo, aclaramos que no. Solo que no tenemos paciencia para soportar la ceguera con la que se piensa esta Nación Blanca y Pura. Por todos lados la pobreza es color marrón, y las cárceles se llenan de marrones cuando los delitos millonario­s están en manos más claras. Que el profundo racismo de nuestra cultura no los confunda.

 ?? Cineasta. Dirigió La ciénaga, La niña santa, La mujer sin cabeza y Zama. ?? Primer Parlamento Indígena Argentino. En 1972, sesenta líderes aborígenes se reunieron a deliberar en la capital de Neuquén.
Imagen de la cobertura de la revista
Siete Días.
Cineasta. Dirigió La ciénaga, La niña santa, La mujer sin cabeza y Zama. Primer Parlamento Indígena Argentino. En 1972, sesenta líderes aborígenes se reunieron a deliberar en la capital de Neuquén. Imagen de la cobertura de la revista Siete Días.
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