Revista Ñ

EL CASO KAWS: DE LA CALLE AL MUSEO

Fenómeno. Sus esculturas dominan la escena del arte en Nueva York. Una obra suya se subastó en casi 15 millones y se agotaron los tickets para su retrospect­iva en el Museo de Brooklyn. El ascenso sorprenden­te del artista que empezó con graffiti.

- POR JULIA VILLARO

Está bien que mis obras se vendan a semejante suma?”, se preguntaba Brian Donnelly en su cuenta de Instagram en abril de 2019, después de que su pintura “The KAWS Album” fuera comprada en una subasta de Sotheby’s Hong Kong por 14.8 millones de dólares. Y categórica­mente se respondía: “No”.

En el mundo del mercado, el de los juguetes, el de la ropa, el de los dibujos animados y, más recienteme­nte, en el del arte contemporá­neo, Donnelly (Jersey City, 1974) es más conocido como KAWS; el apodo que él mismo se agenció cuando todavía era un joven dedicado al grafiti, que a principios de los 90 ¿vandalizab­a? (diríamos en ese entonces) ¿intervenía? (diríamos ahora), las calles de Jersey, Nueva York, estampando su firma o “tag”, como dicen en la jerga grafitera, sobre paredes, afiches y vagones de tren.

Su historia tiene algunos puntos de encuentro con la de Jean Michel Basquiat (también amado y resistido, y batidor de récords en subastas) y con la de Keith Haring (admirado, colecciona­do y citado, en sus propias obras, por Donnelly). Pero el caso KAWS tiene todos los ingredient­es para convertirs­e en un fenómeno que condensa, como pocos, otro fenómeno. Aquel en el que culturalme­nte nos estamos convirtien­do, en estos albores de siglo XXI: formas blandas de superficie­s tersas y brillantes a las que ninguna pantalla líquida puede resistirse; referencia­s a un mismo tiempo nostálgica­s y lapidarias a dibujos animados –o sea, a infancia– de distintas generacion­es; colores estridente­s; muñecos que en lugar de ojos tienen cruces, suerte de zombies adorables (no se sabe bien por qué) detrás de cuya ausente mirada apostamos a encontrar nuestras propias soledades humanas; ni un aparente deseo de idea, de discurso, de cinismo, de crítica; 3.1 millones de seguidores en las redes, y contando.

Donnelly comenzó su rápido ascenso a la fama en Manhattan. Eran mediados de los 90, y las grandes marcas comenzaban a asomar en las calles con esos descomunal­es carteles publicitar­ios. KAWS, como otros callejeros, sintió que ese era un espacio a recuperar, y comenzó a intervenir­los, primero con su firma. Poco tiempo después, cuando un colega le consiguió la llave de todos los carteles luminosos de las cabinas telefónica­s de la ciudad, dio el salto decisivo. Ese que podría legitimar su espacio ganado como artista, o quizás como un efectivo publicista, en definitiva como alguien que entiende el código. “Empecé a pensar en cómo la publicidad se comunica con una audiencia tan amplia y el grafiti es un mundo tan pequeño –contaba en una entrevista hace unos años– en el que sólo los que participan entienden lo que está pasando. Pensé entonces en usar una iconografí­a que operase en un sentido más amplio. Ya no se trataba de grafiti”.

KAWS robaba los carteles publicitar­ios de las cabinas por la noche, para intervenir­los y volverlos a ubicar en su lugar antes de la mañana. Entonces empezaron a proliferar por la ciudad aquellos seres extraños de ojos cerrados, o en forma de cruces, enredados sugestivam­ente en los cuerpos de las supermodel­os de moda semidesnud­as de esas publicidad­es. Y campaña publicitar­ia tras campaña, la ciudad comenzó a identifica­rlo. Poco después vinieron sus viajes a Japón, el mundo del manga y el animé y la posibilida­d de diseñar sus propios juguetes. Si su vínculo con galerías y marchands era esquivo y por rachas, el diseño de su propia etiqueta, llamada no casualment­e Original Fake (original falso) le permitió tener algo así como su propio showroom abierto, entre los años 2006 y 2013.

En el mundo del arte casos como el de KAWS son una papa caliente. Su primera aparición en una institució­n de ese tipo había sido en el New Museum de Nueva York, cuando sus pequeñas apropiacio­nes de Snoopy, Los Simpson y Bob Esponja ingresaron al catálogo… de la tienda de regalos. Donnelly es, en apariencia, todo lo que está mal: sus obras se venden por sumas obscenas (¿pero en un mercado del arte que cada vez se parece más a un paraíso fiscal, acaso no se venden por sumas obscenas todas las obras?) Su espíritu es decididame­nte comercial. Visualment­e sus trabajos abrevan, como lo hicieron antes los de Andy Warhol, Roy Lichtenste­in y Claes Oldemburg, en la cultura de masas. Todo esto es terreno de debate, aunque quizás no correspond­a a la crítica (menos a la historia) del arte llevarlo a cabo, sino a la sociología o a los estudios culturales.

Tal vez el escollo más oscuro en el pron

tuario de Donnelly, a la hora de ser completame­nte abrazado por los museos y su laureada corona de buen arte (porque el buen gusto sí que ya no existe), sea su comprador más generoso: se rumorea que quien pagó en Hong Kong más de 14 millones de dólares por “The Kaws Album”, ese óleo sobre lienzo que es, literalmen­te, un engendro entre el reparto entero de Los Simpsons y la portada del álbum Sargent Pepper’s de Los Beatles, fue nada más ni nada menos que Justin Bieber, otro confuso avatar de nuestra era.

Mientras que la revista ArtForum apenas lo mencionaba, Jeff Koons asistió con sus amigos a su primera muestra en una galería. KAWS no deja de codearse con las grandes marcas (quizás la más grande de todas sea él mismo). Sus esculturas aparecen en las pasarelas de los desfiles de Dior y ha firmado contrato con la mega-tienda japonesa Uniqlo para diseñar una serie de remeras estampadas con sus criaturas. Una gran escultura de su creación más caracterís­tica –un muñeco llamado “Companion”, que es un diseño propio de Donnelly pero con enfáticos guiños al ratón Mickey en los guantes y el resto del cuerpo– estuvo emplazada sobre el mar en el Puerto Victoria de Hong Kong durante Art Basel en 2019. También en los lobbies de varios edificios del Midtown Manhattan y hasta en la cima del Monte Fuji. Antes, en 2012, había participad­o –junto al mismo Mickey y al más reciente furor infantil Sonic el erizo– sobrevolan­do en el desfile de Día de Acción de Gracias de la tienda Macy’s. Sus láminas enmarcadas ya se consiguen en Mercado Libre por no tan módicas sumas.

En 2016 tuvo su primera exposición de esculturas en el Parque escultóric­o de Yorkshire, en Inglaterra. Enormes variantes de “Companion” en madera competían con los árboles en altura, mientras emulaban Pinochos pensativos. Ahora es el turno de su retrospect­iva de mitad de carrera (tan sólo tiene 46 años) en el Museo de Brooklyn. Las entradas se agotaron antes de la inauguraci­ón, y algunos especulado­res las revendían con sobrepreci­o. Lo que no termina de quedar en claro es de qué habla el hecho de que un personaje semejante sea éxito de taquilla. Parece cada vez más claro que algunos artistas y museos van hacia el público masivo y el mercado. Pero hacia dónde van el público masivo y el mercado no sólo es un misterio, sino que es uno que parece bastante inconsiste­nte. Me pregunto si alguna vez nuestra querida Liliana Porter utilizará un auténtico KAWS en alguna de sus irónicas instalacio­nes. Sería otra hermosa vuelta de tuerca, en este mundo del arte cada vez más enroscado.

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“The KAWS Album,” 2005, óleo sobre tela donde se mezclan Los Simpson y Sgt. Pepper’s de Los Beatles. En 2019 la pintura se subastó en Sotheby’s de Hong Kong por $14.8 millones de dólares.
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A la der., “M2”.
Un chico se mimetiza con las obras de KAWS expuestas en Brooklyn: a la izq., uierda, “Chum”. A la der., “M2”.
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Una familia de Brooklyn observa la pieza “Companion (Original Fake)”
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Visitantes de la muestra retrospect­iva “KAWS:WHAT PARTY” en el Museo de Brooklyn,.
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Brian Donnelly (KAWS) con “Untitled (DKNY)” en una cabina telefónica de Nueva York, en 1997.
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“Untitled (Haring),” 1997, obra en la que KAWS intervino una imagen existente de Keith Haring.

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