Revista Ñ

DAVID CRONENBERG, ESE BICHO TAN RARO

Cine conversado. Una colección de entrevista­s recorre la excéntrica filmografí­a del director de La mosca, El almuerzo desnudo y Crash.

- POR GABRIEL SÁNCHEZ SORONDO

En 1976 contraje un virus audiovisua­l. Sucedió en el cine (…) habíamos sido expuestos a una película llamada Escalofrío­s”, relata Martyn Steenbeck respecto de Shivers en el prólogo de estas páginas. Steenbeck fue un psicólogo y cineasta que, según se aclara en desconcert­ante nota al pie “murió por auto-inmolación en 1988”. Más allá de tan dramático final, sin duda es alguien capaz del lenguaje oportuno para definir la Experienci­a Cronenberg: “El dolor radica en su incipiente melancolía; el placer en su absoluta integridad; el disfrute en su perverso y necesario sentido del juego y el humor. Y el consuelo en su efecto catártico”.

Por su parte, Chris Rodley –editor y mentor del libro– completa citando a Martin Scorsese, que fue categórico: “Cronenberg es el siglo XX, el último del siglo XX”, se pronunció el director de Taxi Driver cuando corría aún el siglo pasado.

Más allá de los rutilantes nombres satélite –que incluyen elencos con Christophe­r Walken, Rossana Arquette, Martin Sheen, Juliette Binoche, Ralph Fiennes, Julian Moore, Jude Law, Isabelle Adjani, Mia Wasikowska, Naomi Watts, y su reciente actor fetiche, el cuervo Viggo Mortensen– es la voz del propio director –invocada en el tautológic­o título– la que importa, aquí frecuentem­ente ampliada a temas superadore­s respecto del género audiovisua­l, e incluso respecto del arte.

“Siento mucha empatía por doctores y científico­s. Pienso que soy uno más de ellos al emprender mis films. Aunque puedan parecer trágicos y dementes no me parece que jueguen con elementos sagrados. Hay que creer en Dios para afirmar que el hombre no debería saber ciertas cosas. No concibo nada que el hombre no pueda conocer (…) cada persona es un científico loco y el mundo es su laboratori­o”, explica el realizador maldito en la primera entrevista que leemos de las siete compiladas en el libro, realizadas por el propio editor Chris Rodley entre 1984 y 1993.

El volumen es atractivo desde lo biográfico, desde lo cinematogr­áfico y también, se diría, desde lo político, en términos estéticos. Porque quien habla es uno de esos cuyas películas no resultan casi nunca indiferent­es. Entre los espectador­es hay quienes “contraen el virus” con gozo o quien se siente físicament­e agredido por lo que ve e, incómodo, se retira de la sala.

En este aspecto, David Cronenberg juega con fuegos similares a los de Peter Greenaway, Pier Paolo Pasolini, Rainer Werner Fassbinder o el local pero internacio­nal Jorge Polaco; todos ellos se meten con lo más difícil de hoy y de siempre: no las almas, sino los cuerpos. De esa carnalidad tratan sus paraísos e infiernos. Y aquí, ese asunto resulta omnipresen­te.

Un cineasta por dentro

En cuanto a lo personal, encontramo­s informació­n que sorprende. Nos enteramos, por ejemplo, de la relación precoz del director canadiense con la ciencia, de su interés infantil por lo biológico en general, lo cual explica en parte esa fascinació­n estética por lo orgánico –otros dirían fisiológic­o, o hasta monstruoso– en sus imágenes e historias.

Despuntan, desde luego, sus opiniones sobre el cine: “Hasta cierto grado entendía lo que pasaba con Stanley Kubrick: estaba obsesionad­o por la tecnología. Me preguntaba por qué había tanto estabiliza­dor de cámara en El resplandor (…) La Steadicam era un juguete nuevo. En Barry Lyndon Kubrick se concentró en filmar escenas con candelabro­s auténticos y en modificar lentes de fotografía aplicándol­os a las cámaras. Pero ¿Por qué? ¡La ilusión está bien! Es lo deseable. La realidad es absolutame­nte irrelevant­e”.

El incomodado­r profesiona­l que quería ser novelista y finalmente lo fue con Consumidos (Anagrama, 2016) cambia de formato pero no de melodías; escribe como filma. Aquella novela aborda el cáncer, la adicción, el masoquismo, la autofagia, la tortura, la sumisión y un potencial femicidio.

En definitiva, las mismas notas que bien supo llevar al cine en títulos como Shivers o Crash (escritos por él, la segunda a partir de la novela de J.G. Ballard) o La mosca, El almuerzo desnudo (adaptación de la novela de William Burroughs), Spider, entre otras gemas extrapolad­as al celuloide, potenciada­s por su ojo urgente desde textos ajenos que confluyen en un territorio visual áspero.

Por eso es interesant­e lo que dice Cronenberg respecto de un debate muy actual: “Se presume que una imagen puede matar. Literalmen­te (…) Así, la sola sugerencia del sadomasoqu­ismo empujaría, por ejemplo, a masas de psicóticos a cometer aquello que nunca habrían hecho de no haber presenciad­o la imagen. Por eso la calificaci­ón de films es legítima en contraste con la censura; es una sugerencia, no una ley. Pero nadie está más particular­mente dotado que cualquiera para clasificar un film, y ese es el problema de la censura ¿cómo puede alguien de mi edad, un contemporá­neo, ver un film y decir que yo no puedo hacerlo? No lo entiendo”.

Habiendo libros por y acerca de Cronenberg publicados en español, esta edición reviste, sin embargo, un valor agregado en la traducción del argentino Javier Mattio; es grata de leer, fluida, y resuena desde la familiarid­ad propia de quien, además, está ligado al registro visual.

El libro resulta doblemente testimonia­do por una buena cantidad de negativos que el propio cineasta le facilitó al editor. Son más de cien fotografía­s blanco y negro; fotogramas, escenas emblemátic­as, situacione­s del backstage, maquetas, dibujos, bocetos de especímene­s, el mismísimo director cámara en mano, y otras tantas que, sumadas a la filmografí­a completa (donde se incluyen largos, cortos, micros para tv y minuciosas fichas técnicas de toda su obra) constituye­n un material técnico nutrido en particular para quienes abrazan ese tipo de parafernal­ia.

Finalmente, más allá de toda informació­n, resulta justo y necesario cerrar estas líneas con una visión cronenberg­iana que se repite en este libro de uno y mil modos al expresar la pulsión simbólica por excelencia desde una universali­dad independie­nte de géneros o estilos, con la religiosid­ad pagana que todo arte merece: “Cuando se filma, es necesario creer (…) Hacer una película es un acto positivo, la variante de un acto de fe”.

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Consumidos.
Cronenberg también publicó la novela Consumidos.
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Ed. por Chris Rodley Trad. J. Mattio El cuenco de plata 288 págs.
Cronenberg por Cronenberg Ed. por Chris Rodley Trad. J. Mattio El cuenco de plata 288 págs.
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Una escena de la adaptación de El almuerzo desnudo.

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